Archivo de 5 de octubre de 2010

05
Oct
10

uruguay la derecha y el progresismo

Caricatura de José "Pepe" Mujica (Actual Presidente de la República Oriental del Uruguay)

La reacción conservadora al acecho

(la república)

 

Entre las múltiples sorpresas que ha traído consigo el tercer milenio, cabe señalar los cambios políticos, económicos y sociales que ha producido el advenimiento de gobiernos de signo progresista en América Latina. Después de más de un siglo de absoluto dominio de las oligarquías nativas apoyadas por el imperialismo, la democracia formal -tan denostada por la izquierda en los años sesenta y setenta- permitió el acceso al gobierno de partidos o coaliciones vinculados a esa misma izquierda que miraba con desdén los mecanismos de la democracia burguesa. Ello fue posible merced a la lucha constante de la militancia, que logró la concientización de las masas e hizo que mudaran su comportamiento electoral; sin olvidar, desde luego, el desgaste de los partidos conservadores, cuyas propuestas y promesas incumplidas agotaron su credibilidad ante el electorado.

El acceso al gobierno de esas fuerzas de izquierda no significa que las clases populares hayan conquistado el poder. Es por eso que José Mujica se proclama presidente de todos los uruguayos; tanto de quienes lo votaron cuanto de aquellos que no lo hicieron. Hay que reconocer que se trata de una postura delicada si tenemos en cuenta que en la sociedad coexisten sectores con intereses encontrados ya que la lucha de clases no se detiene por la voluntad de nadie. Las pruebas están a la vista: exigencias por ma-yores asignaciones presupuestales, dificultades para acordar en los Consejos de Salarios, reclamos de gremios empresariales por rebajas tributarias, etcétera. Gobernar para todos y atender las expectativas de todos los sectores exige mantener un equilibrio peculiar.

Las clases dominantes no se resignan a perder parte de sus privilegios y de su poder. Esto ha sido así desde siempre. Antaño no vacilaban en apelar al Ejército o a los marines cuando la represión policial no era suficiente para contener el descontento de las masas, o cuando la oligarquía olía la posibilidad de un triunfo electoral de fuerzas adversarias nacionalistas y populares. La historia reciente es rica en ejemplos: Somoza en Nicaragua, Castillo Armas en Guatemala, Pinochet en Chile, por no citar sino los casos más groseros de aplastamiento -con el apoyo soterrado o manifiesto de la CIA- de movimientos populares.

Desde entonces ha transcurrido el tiempo y la realidad es otra, como son otras las circunstancias y las condiciones. Sin embargo, la reacción conservadora no ha sido derrotada y se mantiene al acecho. En 2002 fue el intento golpista contra el presidente venezolano Hugo Chávez, una figura polémica con luces y sombras pero de cuya legitimidad nadie puede dudar, como tampoco está en entredicho la adhesión popular a su gobierno de cambios. Más cerca en el tiempo, fue el turno de Honduras, donde el Putsh resultó triunfante. Y ahora, asistimos a la sublevación policial contra el presidente ecuatoriano Rafael Correa, aparentemente sofocada.

La derecha no descansa; y no es tonta. Subestimarla sería un lamentable error. Está ahí, agazapada, esperando el momento para dar el zarpazo.

El peligro es que ese zarpazo puede revestir otras formas menos violentas que el recurso a la fuerza bruta. En Chile, sin ir más lejos, la derecha ha reconquistado el gobierno después de veinte años de gobiernos progresistas. Lo ha hecho legítimamente y merced a un error de la coalición gobernante, que no supo ofrecer un candidato más atractivo. Y si miramos nuestra realidad, no debemos subestimar el dato de que el país sigue dividido en dos, que Mujica derrotó a la coalición conservadora fundamentalmente porque su candidato ofrecía flancos débiles, y que el Frente Amplio sufrió una merma considerable de su caudal electoral en las últimas elecciones departamentales.

A no dormirse, pues.

05
Oct
10

ecuador, correa de vuelta !!

8Josetxo Ezcurra)

 

Participación


 

  Sandra Russo

Página/12

 

En medio de la estupefacción por el golpe finalmente abortado en Ecuador, cuando el desenlace era todavía incierto y lo vi asomarse a Correa por ese balcón del hospital, aflojándose nerviosamente el nudo de la corbata y gritando desencajado “¡Aquí tienen al presidente! ¡Mátenmme!”, se me cruzó por la cabeza un helicóptero.

La asociación vino porque al principio la situación era ésta: amotinamiento y sedición policial, e inmediatos saqueos a bancos y comercios, para reforzar la justificación de nuevas autoridades. El restablecimiento del orden es la justificación por excelencia de cualquier golpe de Estado. En 2001 vimos un helicóptero abandonar la Rosada, mientras recién se empezaban a contar los muertos civiles sobre los que cargó la policía.

Las circunstancias han cambiado mucho. Tanto como el trecho político y moral que se puede trazar entre figuras como Rafael Correa y Fernando de la Rúa, y la forma de hacer política que los dos representan.

En Ecuador hubo una hilacha de los 70, con una fuerza de seguridad desacatando la Constitución, ejerciendo violencia física contra el presidente, y una hilacha de estos nuevos golpes blancos, que ya no engañan a nadie: la oposición ecuatoriana que salió a “defender la democracia” instando a Correa a pactar el veto de la ley del escándalo para finalizar su secuestro es claramente golpista. Todos los que excusándose en el presunto y siempre cacareado “populismo autoritario” de Correa usaron esas horas terribles para “comprender” la actitud policial y sugerir promesas de amnistía o llamado a elecciones son golpistas. Los medios de comunicación privados que se replegaron para desinformar sobre la situación del presidente y volcaron sus coberturas a los saqueos son golpistas.

En la resistencia de Correa, en su decisión de amparar su gobierno con su vida, uno puede leer tantas cosas… Esta región es fuerte, está acechada pero es fuerte. Y tiene hoy más que nunca razón Correa cuando se aferra a la alegría como eje de una enorme voluntad colectiva de cambio. Hemos presenciado cómo se movilizaron, cómo pusieron alma y cuerpos esos sectores que defienden el modelo ecuatoriano, de la misma manera que lo hicieron y lo siguen haciendo los que repelieron el golpe en Honduras.

Las derechas y las izquierdas ya elaboran teorías sobre la “capitalización” por parte de Correa de la agresión vivida. Siguen girando en falso, sin tomar al toro por los cuernos, los que en lugar de debatir política se dedican a rellenar los casilleros del formulario que les han bajado: tenemos gobiernos que no respetan la institucionalidad y en consecuencia hay que voltearlos. La paradoja del golpista moderno. Una ideíta casi de marketing que los grandes medios regionales se ocupan de reforzar junto a las dirigencias tradicionales.

Pero lo bananero caducó. Es otra estirpe de presidentes la que nos toca. Pocas cosas me impresionaron más en la madrugada del sábado que escuchar a Alan García, que había resuelto con el colombiano Juan Manuel Santos cortar relaciones comerciales con Ecuador hasta que el poder no le fuera restituido a Correa.

“Aahhh, las cosas que inventan de Lula…”, dijo Lula da Silva en una conferencia de prensa. Me llamó la atención el tono, el “aahhh” como una queja, un lamento. Un tono visceral. Protestaba contra los grandes medios de Brasil. Esta semana también, en este diario, Eric Nepomuceno daba una semblanza sobre el comportamiento brutal que han tenido los grandes medios brasileños, difundiendo toda clase de denuncias sin chequear nada, mintiendo.

Las mentiras de los grandes medios están convirtiéndose en el principal ariete de las derechas para limar gobiernos democráticos. En Ecuador, los medios privados, ante el arribo de una nueva ley de medios, conspiran con los golpistas. Colaboraron para desinformar a las fuerzas policiales. Colaboraron abandonando las coberturas. Colaboraron por acción y omisión.

La “libertad de expresión” que reclaman los grandes medios y por la que tienen representantes legislativos, ¿incluye la alteración de hechos, la tergiversación de declaraciones textuales, la deformación ex profeso de los acontecimientos? Seguimos condenados a esa indefensión, porque la desinformación ostensible y maliciosa es indefensión.

En el patio trasero la rienda estuvo siempre tirante. Los excesos de los 70 fueron sucedidos por la complacencia de los 90. Hace medio siglo que en la región no surgían gobiernos fuertes y populares. No es nada casual que la mención de un gobierno fuerte y popular lleve inmediatamente a la idea de populismo autoritario. Como si hubiera que renunciar de antemano a la idea de un gobierno fuerte y popular, porque de eso no se puede esperar más que ese cliché. Uno se pregunta entonces cómo puede hacer un gobierno para ser popular, si no es fuerte.

Este es el punto en el que se cruzan todos los vientos. Es el prejuicio que se levanta como bandera solapada. Es aquéllo que se quiere disolver bañándolo en un sentido negativo. Y es, por otra parte, ya no un motivo, sino una causa por la que estas democracias buscan, con todo su derecho, ser participativas.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/contratapa/13-154195-2010-10-02.html




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