Una de las tantas cosas que debo agradecerle a los caminos de mi vida, fue toparme con el Movimiento de lucha por los Derechos Civiles de EEUU. Fueron mi cobijo y sostén. Siempre digo que debieron crecerme canas para darme cuenta, que en medio de mucha tragedia, tuve una vida rica y plena.
Quizás pocos momentos más difíciles que los del año 76, de mayo en adelante. Tras la muerte de Zelmar y Toba, con quienes había estado la noche de su secuestro, con mis padres tuvimos que huir de Argentina. Luego de que mi padre declarara en el Congreso, ellos se fueron a Europa y yo me quedé en EEUU.
A veces pienso que por suerte, uno debe tomar las decisiones cuando se dan y no cuando uno elige. Porque si no, quizás jamás hubiera tomado una decisión tan arriesgada. No tenía amigos, pocos contactos. Ganas de luchar por mi país, sí. Empezando por el Corte de la Ayuda Militar, cuya semilla había sembrado el viejo.
Lo más cercano a un amigo, y la vida, lo iba a confirmar hasta hoy mismo, era Joe Eldridge. Dirigía la Washington Office on Latin America (WOLA) y tras la muerte de Orlando Letelier iba a ser mi Jefe, consiguiendo fondos para que pudiera trabajar con su equipo. Sobre sus hombros desahogué penas, confundidos en un abrazo celebré esperanzas.
A través suyo fui haciendo, no solo contactos claves, sino amigos nuevos. Contactos: con la oficina de Kennedy, luego con Kennedy mismo; con John Sazlberg, asesor de la Comisión de Presupuesto; Charles Flynn, asesor de Koch y luego con el congresista mismo. En casa de sus padres, junto a su familia, pasé las primeras navidades en las que no pude viajar a ver a mis padres.
Joe se había formado de muchacho en el Movimiento de Derechos civiles de los sesenta, encabezado por el Dr. King, como él solía llamarle, y me acostumbré a llamarle yo. Así conocí a Brady Tyson, asesor del Presidente Carter, de quien escuché en la Universidad G. Washington la conferencia sobre King, que más me sobrecogió. Otros que también habían estado a su lado como el Congresista Andrew Young, luego Embajador en EEUU, ante las Naciones Unidas, que había sido su secretario.
Así aquellos años de lucha por la igualdad en EEUU empezaron a ser más cercanos. Más inmediatos. Siempre recordaré que el día que murió el Dr. King, mi madre esperó el ómnibus escolar en la vereda, como hacía siempre que pasaba algo malo. Ahí supe quién era. Pero su lucha más de una década después, pasó a ser mi paisaje cotidiano.
En la Navidad del 77 conocí el Sur profundo. Impedido de viajar porque la dictadura no me renovó el pasaporte, pasé con la familia Eldridge. El padre de Joe era Pastor Metodista en Knoxville Tennessee. Ese era el sur donde convivían los negros con los racistas; los hombres y mujeres, los solidarios con los portadores de odio.
Los contactos con ese movimiento en el que se crió Eldridge, permitieron que muchas declaraciones contra la dictadura llevaran la firma de Coretta Scott King (viuda del desaparecido líder), de su hijo Martin Luther King III y, finalmente, de la heroína, Rosa Parks.
En alguna oportunidad llevé a líderes democráticos de América Latina a ver a Andrew Young, tanto cuando era legislador, como aún cuando fue Embajador en la ONU. Recordemos que en la estructura del Departamento de Estado, el Embajador ante la ONU figura en tercer lugar, solamente debajo del Secretario/a de Estado y la o el Pro Secretario.
Por ejemplo, recuerdo una visita a Nueva York de Don Vicente Saadi, Presidente del Justicialismo, en la Misión de EEUU ante ONU, frente al edificio principal de la Organización (799 U N Plaza). Allí nos recibió el entonces Embajador Andrew Young, por más de una hora.
Quizás lo más emblemático ocurrió tras el heroico plebiscito del Uruguay en el 80, en el que la dictadura fue derrotada. Pocos en EEUU podían creer: dictadura, plebiscito propio, prohibida la propaganda en contra… perdieron. ¡Qué ejemplo el del pueblo uruguayo!
La oficina de la Convergencia Democrática en Uruguay quedaba en el Edificio de la Prensa. Un periodista de la revista Veja, Roberto García, acreditado en Washington, fue enviado a Uruguay para cubrir los preparativos del plebiscito. De regreso me dijo “gana el NO”. Pensé que deliraba. Pero me dejó asombrado: “un pueblo con ese civismo y sabiendo los riesgos, no se deja escatimar su triunfo”.
Llegó el 30, último domingo de noviembre del 80. Al principio pensamos que la tendencia de los primeros resultados no se iba a mantener. Pero se ganó. Es indescriptible lo que festejamos, lloramos, cantamos murgas, parecía que las distancias en las que nos separaba el exilio no existían y todos nos dábamos un abrazo.
De vuelta la lucha uruguaya y la de los negros de EEUU (como ellos mismos se llaman) se dio la mano. Al otro día, la mujer que dio comienzo a la lucha por los derechos civiles estaba en Washington. Todo había empezado cuando Rosa Parks ignoró la consigna “iguales pero separados” de los Estados del Sur y se sentó en la parte delantera de un ómnibus en Alabama.
Hizo caso omiso a un hombre blanco que le solicitó que le dejara su asiento. Hizo caso omiso al conductor del autobús, ignoró la policía y fue presa. Su detención fue un disparador para el predicador sureño Martin Luther King jr. Comenzó una lucha por los derechos civiles que se consagró con la firma del Acta durante el gobierno de Johnson, después que aquel cayera asesinado.
El NO de Rosa Parks fue el 1º de diciembre de 1955. El 1º de diciembre del 80, cuando aún resonaban los festejos uruguayos de la noche anterior, su gesto heroico cumplía 25 años. Por eso estaba en Washington. La noche del 30, fue el bautismo de la hija de un amigo común con Joe (Patrick Breslin). Allí le pedí a Joe que nos conectara con Rosa al día siguiente.
Por eso, con su ayuda, logramos que firmara, una carta al dictador uruguayo Aparicio Méndez, diciendo “El pueblo uruguayo dijo NO, como yo dije hace 25 años: ¡Que se cumpla la voluntad popular!
¡Así fue mi exilio!. Con esas manos tendidas, esos abrazos que me dieron cobijo. Volví al Uruguay hace ya casi 40 años. Pero extraño cada día, esos afectos y solidaridades.
El 24 de octubre de 2005 murió Rosa Parks. Ese mismo día me llamó Joe Eldridge para darme la noticia. Me dijo: “no escuchó la voz del hombre blanco, ni al conductor, ni a quienes la increpaban, no escuchó la policía, ¿sabés por qué, Juan? porque escuchó la voz de Dios”.
Antes de despedirse me dijo: “escribe Juan, escribe en Uruguay sobre la vida de mi amiga”. Así lo hice. Se publicó en El Observador Económico donde tenía una columna semanal. Lo guardé porque sabía que cada vez que le viera, iba a evocar cosas muy importantes de mi vida.
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