A esta altura, buena parte de la población observa con espanto un gobierno en descomposición moral, intentando ridículas operaciones para desviar la atención sin éxito, como las diatribas de la senadora Bianchi, una vergüenza institucional que le va a costar caro al Partido Nacional en las próximas elecciones, las barbaridades del ministro Martín Lema contra las ollas populares y la mamarrachesca comisión investigadora contra el senador Charles Carrera por un caso construido mediante inteligencia ilegal, que denota la cooperación entre servicios clandestinos, gobiernos y medios de comunicación, donde, para colmo, se quiere manipular a la población presentando a Carrera como culpable de haber ayudado a una persona y a la vez culpable de la bala policial que la hirió, en una ingeniería de la confusión aviesa.

 

Mientras observamos en tiempo real el aluvión de pruebas de corrupción, el gobierno se prepara para dar un golpe a los trabajadores, dando media sanción entre navidad y fin de año a una reforma de la seguridad social completamente impopular, mintiendo a cara de perro sobre sus efectos, exhibiendo nuevamente un cinismo a prueba de todo, insultado la inteligencia como si la gente fuera idiota, dando cuenta en cada oportunidad que se presenta que la derecha uruguaya no tiene ningún escrúpulo.

 

Es dificilísimo imaginar cómo hará Lacalle Pou para gobernar los próximos dos años, ahora que el blindaje no sirve para nada, y la posibilidad de encapsular los casos de Marset y Astesiano, reveladores de la intimidad degradada de una forma de ejercicio del poder, es una tarea imposible. Por el contrario, todo sugiere que estos casos se lo van a llevar puesto, no en un sentido institucional, porque nadie en Uruguay quiere que el presidente interrumpa su mandato, sino en un sentido histórico y político mucho más profundo: Lacalle Pou va a pasar a la historia como pasó su padre, pero peor, porque el padre era bastante más inteligente que él y, además, gobernó en una época donde la información corría menos, las redes sociales no existían, y no había chats de WhatsApp para ser ventilados por los medios de comunicación un día sí y otro también, por todo lo largo de su mandato.