Por Emilio Cafassi |*|
La llegada tardía y atenuada de la crisis capitalista central a estas orillas no es el único factor que obliga a morigerar optimismos y a medir con cuidado cada paso que las izquierdas vayan adoptando en el sur a fin de evitar tropiezos y hasta caídas. En un futuro no lejano van a alterarse varios escenarios políticos nacionales con consecuencias para la mutua interacción, la posible solidaridad y los niveles de integración que cuentan con débiles cimientos hasta el momento. En Brasil y Chile se aproximan en un año las elecciones presidenciales y nada parece indicar que pueda evitarse una recuperación de las derechas. En Argentina, si bien el poder ejecutivo no está en disputa, falta menos de un mes para las elecciones legislativas que otorgarán inevitablemente cada vez más bancas a derechas ascendentes trenzadas y con creciente control de la maquinaria mediática y hasta con poder de movilización popular. El kirchnerismo despertará el 29 de junio más aislado aún, habiendo abandonado ya toda pretensión transversalista y apoyado en la peor tradición de punterismo provinciano y corrupción, posiblemente sin quórum parlamentario propio. Aunque en Uruguay, salvo una catástrofe inesperada, no se vislumbren mayores modificaciones, la perspectiva de un mayor aislamiento regional es proporcional a la concreción de este próximo panorama señalado.
El riesgo más importante para el cono sur se corre en Brasil por su peso específico y por el liderazgo que viene sosteniendo. Está enfrentando un proceso político con un par de analogías y una divergencia con el uruguayo y el chileno, que sin embargo está articulado por la congénita tensión latinoamericana entre la tentación personalista de la insustituibilidad, del culto a la personalidad, y los límites republicanistas a estos atajos iatrogénicos. En estos tres casos mencionados, el nivel de aprobación de sus presidentes carece de antecedentes y resulta admirable, inclusive entre segmentos sociales aún seriamente postergados. Y en los tres, la limitación a la reelegibilidad, instituto político que en mi opinión, entre otros, resulta fundamental para lograr cierta democratización de los débiles regímenes políticos, impide capitalizar directamente semejante respaldo. En ellos, las fuerzas políticas gobernantes están obligadas a construir nuevas referencias y liderazgos. La diferencia es que mientras en Uruguay el FA no parece sufrir una caída significativa de la intención de voto con cualquiera de sus tres precandidaturas, ni una distancia abismal con el índice de aprobación presidencial, inversamente en el PT y en la Concertación, el panorama es sombrío.
La economista Dilma Rouseff (ex guerrillera y presa política de la dictadura al igual que Mujica) además de los serios límites actuales que el tratamiento de su cáncer linfático supone, no consigue aún afirmarse como una alternativa al carismático José Serra que seguramente arribará sostenido por el poderoso aparato político-publicitario del PSDB. Una nube oscura se instala sobre todo el Mercosur ante esta posibilidad, ya que la orientación de Serra supone reforzar la integración comercial con los Estados Unidos, en desmedro del resto de la región.
En Chile, el candidato de la Concertación ya no será un socialista como los dos últimos presidentes sino el ya conocido y tibio Eduardo Frei quién venció en las internas al líder del partido radical, José Gómez, constituyendo un retroceso respecto al giro tímidamente progresista de las dos últimas gestiones presidenciales. Todo parece indicar que la perspectiva chilena es catastrófica ya que el candidato de la Concertación está muchos puntos abajo del multimillonario empresario Sebastián Piñera quién además de dirigir importantes empresas como LAN o el Citicorp tiene procesos judiciales por fraude, que se añaden a escándalos políticos y mediáticos al estilo Berlusconi. Cierto es que Chile siempre tuvo un rol resbaladizo respecto a la integración latinoamericana, pero todo empeorará evidentemente ante un triunfo del neopinochetismo e inclusive, aunque en menor medida, ante el poco probable triunfo de Frei.
Sin embargo, no importan exclusivamente las relaciones de fuerzas que en cada país serán mensuradas electoralmente en la secuencia prevista, sino además, y fundamentalmente, el análisis cualitativo y semiológico del discurso, las demandas específicas de las derechas y la amplificación mediática que obtengan. Resultará un buen ejemplo la reciente ofensiva del establishment argentino a favor del grupo Techint de Paolo Rocca en respuesta a la nacionalización venezolana de tres de sus empresas (Matesi, Tavsa y Comsigua). No estamos sólo ante un caso de timing oportunista para acentuar por elevación el enfrentamiento con los Kirchner, atacando al presidente Chávez, sino de ir instalando una grosera identificación del «interés nacional» y la «razón de estado» con el interés privado de algún ciudadano en particular. El tema trasciende lo meramente electoral en Argentina y lo meramente argentino para el resto del sur.
La insólita demanda de impedir el ingreso de Venezuela al Mercosur formulada por la UIA, la Adeba y la AEA, gremiales que concentran el lobby bancario e industrial del país, además de cámaras binacionales y empresas energéticas, es mucho más que una solicitud de represalia diplomática. Insinúa una clara intención restauradora de la ideología neoliberal al confundir empresa pública nacional con empresa privada, además del ya mencionado interés nacional con el beneficio personal.
Lo que pone en cuestión el lobby empresario es la potestad de un estado nacional de planificar su estrategia de desarrollo y su propósito es la utilización de la diplomacia para ahogarlo e impedirlo. Las empresas objeto de controversia no serán expropiadas sin contraparte sino compradas a precio internacional a partir de negociaciones específicas. Exactamente esto mismo ya sucedió con la empresa siderúrgica Sidor, propiedad del mismo grupo Techint en Venezuela. Para ello contó con un importante auxilio de la diplomacia argentina que culminó con una negociación entre ministros que logró elevar su precio desde los 500 millones de dólares originalmente ofertados a 1.970 millones de la misma moneda, que satisficieron a los propietarios una vez cuadriplicado el número original. Entonces a Rocca no se le ocurrió demandar sanciones diplomáticas ni trabar ingreso alguno de Venezuela.
Es indudable que el cuerpo diplomático de una nación debe tratar de auxiliar a los ciudadanos en el exterior. Desde el simple trámite consular de un pasaporte extraviado hasta el auxilio en una negociación privada, si fuera necesario. Pero jamás puede confundir su estrategia y política exterior con los negocios privados de sus ciudadanos. Si así fuera, Buenos Aires tendría que estar planificando una ofensiva sobre el Reino Unido ante la posible rescisión del contrato de Carlitos Tévez con el Manchester United, cuyo pase se estima en 40 millones de dólares: toda una empresa argentina unipersonal.
El golpe mediático montado por la derecha a partir de este episodio, que obligó a la Presidenta Argentina a desmentir que tuviera en sus planes nacionalizar empresa alguna, tiene un claro propósito ideológico local con pretensiones exportadoras. Solidarizándose con las cuentas de Techint lanza una amenaza sobre la intervención planificada de la economía y la propiedad y sobre el instrumento jurídico-económico de la nacionalización que resulta indispensable para concretarla en ciertas áreas estratégicas.
La derecha argentina antepone el modelo diplomático del imperialismo (tanto norteamericano como europeo) con sus oficinas de intereses y sus presiones, chantajes y bloqueos que es antitético respecto al paradigma de integración al que con gran dificultad se viene dirigiendo el cono sur. La nacionalización es un recurso fundamental para compensar las catástrofes económicas que la elefantiásica mano invisible produce. Precisamente al que hoy acuden los países imperialistas para tratar de mitigar, con poco éxito por cierto, los efectos de sus desaguisados. Un proyecto de integración real de América Latina no sólo requiere de empresas públicas nacionales estratégicas, sino además joint ventures o asociaciones de empresas públicas regionales que aprovechen la escala de producción de mercados expandidos y compensen diferencias en la posesión de recursos naturales. Tal vez en algunos casos directamente la creación de empresas públicas multinacionales.
Poco importa a los efectos de lo que discutimos aquí que el Grupo Techint no sea tan específicamente una empresa de capital argentino como sostienen los medios, sino un conglomerado multinacional de cien empresas de origen italiano con sede en Milán que posee y opera grandes fábricas en Argentina. Tampoco que las empresas objeto de próxima nacionalización en Venezuela, prevenidas de su destino, adeuden salarios, contribuciones fiscales y de energía, desconozcan convenios laborales y cometan fraudes con maniobras de autoexportación. Probablemente, si el capital fuera venezolano, haría exactamente lo mismo.
Lo que este episodio viene a corroborar es el fortalecimiento del cerco de reacción neoliberal que se está rearticulando fuertemente en nuestra región por muy diversos medios: político-electorales, ideológicos, jurídicos y comunicacionales, amenazando con golpear con su nuevo puño de acero, las tenues conquistas adquiridas. También cuenta con el capital privado que, ya sabemos, carece de nacionalidad alguna.
|*| Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@mail.fsoc.uba.ar
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