Archivo de 3 de octubre de 2010

03
Oct
10

acto y festejo del PCU

TAPA - PCU. pronta

90 años y XXIX Congresos

Lorier: «El mejor apoyo de los comunistas al gobierno es defender el programa del FA»

 

03
Oct
10

pensadores latinoamericanos; mariátegui

Mariátegui: antiimperialistas y anticapitalistas

Julio A. Louis Profesor e investigador

Finalizada la Primera Guerra, se reconstruye Europa y EEUU está en auge. Hasta 1923 la depresión económica se acompaña de intensa lucha de clases en Europa y de definiciones revolucionarias -principalmente en Rusia- y contrarrevolucionarias (Italia y Alemania). De 1923 a 1929 se estabiliza el capitalismo hasta la profunda crisis del 29. La continuidad de ella desemboca en la Segunda Guerra (1939-1945). En América Latina la pugna entre el imperialismo norteamericano y el británico se decide a favor del primero hacia fines de los años 20, aunque Gran Bretaña aún ejerce gran influencia en Argentina, Uruguay y Brasil y retiene dominios en Guayana, Belice, islas del Caribe y Malvinas.

Un rico debate se procesa, sobre todo en la Internacional Comunista, sobresaliendo la polémica entre Lenin y el hindú Manabrenda Nath Roy. Lenin es partidario de apoyar a los movimientos democrático-burgueses de las colonias; Roy replica que en esos movimientos hay burgueses que rasguñan al imperialismo sin combatirlo, porque siempre terminan transando con él. En el libro «Lenin, La Revolución Rusa y el socialismo del siglo XXI» amplío ese debate. Al final se acuerda sustituir el apoyo al movimiento democrático-burgués por el apoyo a los ‘nacionalismos revolucionarios’, que son los que mantienen la lucha antiimperialista, consustanciados con las clases populares. Pero la orientación de dicha la Internacional se modifica a partir del liderazgo de Stalin.

El debate teórico-político latinoamericano de esos años 20 es entre los partidarios de la liberación nacional en los marcos del sistema capitalista y los que sostienen que ésta sólo se logrará en la medida que se combine con las tareas anticapitalistas. Ente los últimos destacan el venezolano Salvador de la Plaza, el chileno Luis Emilio Recabarren, el cubano Julio Antonio Mella y, en especial el peruano José Carlos Mariátegui.

La breve vida de José Carlos Mariátegui (1894-1930) mestizo, de condición humilde y afectado por padecimientos físicos, es de una riqueza teórica formidable. Introduce las ideas socialistas en Perú, influidas por la Revolución Rusa, en un país donde no había socialistas, a diferencia de los del Cono Sur. La fundación de la revista «Amauta» (1926) -sabio para los incas- pronto clausurada y sus famosos «Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana» (1928) son modelos de marxismo creativo, aplicado a las condiciones concretas. Con «Punto de vista antiimperialista» rechazado por la Conferencia Comunista Sudamericana de Buenos Aires (1929) se anuncia una ruptura no verificada por la temprana desaparición física de Mariátegui..

Pensador original, se acerca al socialismo a partir de una concepción ética, y le impactan las reminiscencias místicas y religiosas peruanas, que analiza como resortes capaces de aglutinar multitudes para aplicar con objetivos revolucionarios. Es el primero en abordar la cuestión indígena como un problema social. Asocia la lucha de clases al concepto de razas, entendidas como etnias, tendencia fuerte actualmente en Bolivia, Ecuador o Perú. Juzga al socialismo inconcebible como calco o copia de otras experiencias. Piensa que los problemas peruanos son específicos y que no vale asimilarlos a los de China (como los apristas intentan), donde la burguesía -expresada en el Kuomintang- es nacionalista: «de otro lado no existe en el Perú, como nunca existió, una burguesía progresista con sensibilidad nacional que se reclame liberal y democrática.» («Siete ensayos»). Cree que en el socialismo se debe fusionar la herencia cultural más avanzada europea, con las tradiciones milenarias de las comunidades aborígenes, que él considera basadas en el «comunismo agrario». «El socialismo encuentra lo mismo en la subsistencia de las comunidades que en las grandes empresas agrícolas los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria.» (Programa del PS de Perú). A la vez es consciente de que la técnica moderna no permitiría retornar al mal llamado «socialismo incaico». Se define por el marxismo-leninismo. Y editorializa en «Amauta»: «En nuestra bandera, inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo. (Con este lema afirmamos nuestra absoluta independencia frente a la idea de un Partido Nacionalista pequeño-burgués y demagógico) […] La misma palabra Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La Revolución latino-americana, será nada más y nada menos, que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis; ‘antiimperialista’, ‘agrarista’, ‘nacional-revolucionaria’. El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos. A Norte América capitalista, plutocrática, imperialista, sólo es posible oponer eficazmente una América, latina o íbera, socialista. Estamos en la época de los monopolios, vale decir de los imperios. Los países latino americanos llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros puestos están ya definitivamente asignados. El destino de estos países, dentro del orden capitalista, es de simples colonias».

03
Oct
10

ley de caducidad

 

ley en debate

G. Seré – Analista

Según el diccionario, una falacia es un razonamiento lógicamente equivocado pero persuasivo. Algunas falacias son evidentes como por ejemplo decir que todos los pájaros vuelan y como los aviones vuelan entonces los aviones son pájaros. Otras son más difíciles de descubrir y las percibimos como verdades, sin reflexionar en profundidad sobre su contenido.

 

Por ejemplo la afirmación que en estos días hemos escuchado a políticos de distintos partidos diciendo que la Ley de Caducidad fue ratificada por la mayoría de la población en el plebiscito de octubre pasado y por lo tanto el Parlamento no la puede anular. Vamos a ver que esta afirmación no encierra una sino al menos tres falacias diferentes.

 

La primera falacia es la que plantea el plebiscito como la expresión de la ciudadanía a favor o en contra de la Ley de Caducidad. Algunos llevan esto más lejos y dicen que la ciudadanía se expresó a favor o en contra de la impunidad. Nada de esto es cierto porque en ese plebiscito nadie votó por apoyar esa ley. Lo único que en ese plebiscito estaba en juego era la posibilidad de anularla mediante una reforma constitucional. Y la única forma de expresarse a favor de la reforma era con una papeleta del SI. Aunque a los efectos de la reforma propuesta la ausencia de papeleta se contaba como un voto negativo -al igual que los votos anulados-, no había una papeleta del NO que permitiera expresarse a quienes quisieran mantener esa ley. Y si esa papeleta hubiera existido, ese voto tampoco expresaba un apoyo a la ley sino que solo hubiera expresado un rechazo a la reforma. Al no llegarse al mínimo requerido constitucionalmente la reforma propuesta no resultó aprobada y ese es el dato de la realidad. Por lo tanto, las únicas dos certezas que tenemos en cuanto a la expresión de la ciudadanía es que, -primero- el 47% quizo anularla mediante una reforma constitucional y -segundo- que no sabemos qué piensa el restante 53%. Ni siquiera sabemos si todos piensan lo mismo, aunque es de sentido común que ese porcentaje esté integrado por las más diversas opiniones, lo que nos lleva a la siguiente falacia.

 

La segunda falacia consiste en afirmar que la mayoría de la población apoya la Ley de Caducidad porque no votó SI. Como decíamos recién, en ese 53% de población que no puso la papeleta del SI hay de todo. Están sin duda quienes defienden la Ley de Caducidad y que lamentablemente no podemos cuantificar porque no había una papeleta que les permitiera expresarlo. Pero también están quienes estando en contra de esa ley no estaban de acuerdo con que se anulara mediante una reforma constitucional; quienes consideraban que el Frente Amplio no podía apoyar el plebiscito por los compromisos asumidos en la campaña del 2004; quienes votaron por SI pero se les anuló el voto; quienes creyeron que con el fallo de inconstitucionalidad de la Suprema Corte de Justicia días antes de las elecciones ya no era necesario poner la papeleta del SI; quienes creyeron que anulando la Ley de Caducidad quedaban libres los militares presos; y quienes por desinformación ni siquiera se enteraron que había un plebiscito. Y sin duda habrá otros casos de quienes no quieren que la ley permanezca pero no pusieron la papeleta del SI. Para ponerlo en otros términos, se podría afirmar -y también sería una falacia- que toda la ciudadanía está en contra de la Ley de Caducidad porque en el plebiscito nadie votó expresamente por mantenerla.

La tercera falacia se expresa en esta frase: «no podemos votar por anular la ley contrariando la voluntad de la mayoría que votó por mantenerla». Esta es una falacia en dos pasos que consiste en hacerle decir a la mayoría de la población algo que uno piensa y atribuirse su representación. Mediante este mecanismo se podría defender casi cualquier postura sobre cualquier tema y es un camino peligroso. Defender la democracia implica no solo respetar la opinión de la mayoría. También es no apropiarse del discurso de quien no se expresó haciéndole decir lo que uno quiere. Esta es la mejor forma de respetar al ciudadano.

 

Hace casi 25 años que convivimos con la Ley de Caducidad y con el problema que representa para los valores democráticos de nuestra sociedad y su acceso a la justicia. Aún hoy -ya en el siglo XXI- todavía hay quienes creen que el derecho a la vida, a la integridad de las personas, el derecho a no ser torturado ni desaparecido, el derecho a ser defendido frente a la arbitrariedad y el poder del Estado, son derechos que pueden quitarse mediante una ley.

En los próximos días el Parlamento -que acaba de ser electo y que por ello tiene una representatividad indiscutible- tendrá nuevamente en su agenda un proyecto de ley para anular la Ley de Caducidad. Esto ocurre por dos razones. La primera es que anular la Ley de Caducidad fue un compromiso asumido por el Frente Amplio ante la ciudadanía durante la campaña electoral y que está escrito en su programa de gobierno. La segunda razón es que en función de los tratados internacionales a los que el país está obligado, si el Uruguay no anula la Ley de Caducidad en las próximas semanas será condenado por la Corte Internacional de Derechos Humanos.

El tema de la Ley de Caducidad ha mantenido y mantiene a la sociedad dividida y pese al tiempo transcurrido los uruguayos no hemos sabido discutir el problema de fondo desligándolo de cálculos estratégicos y argumentaciones oportunistas. Ahora, a través del Parlamento, tendremos una nueva -y quizá última- posibilidad de confrontar ideas y opiniones a partir de argumentos que -aún en el disenso- todos podamos racionalmente aceptar. Será la oportunidad para conocer las mejores razones de cada uno. Le haría bien a la democracia y al sistema político conocerlos y analizarlos.

 El Parlamento tiene la palabra.

03
Oct
10

pinochet y sus crímenes

 

Aniversario de la muerte de Letelier y Moffit
Asesinato en el Barrio de Embajadas – 34 años después
 

     Saúl Landau

Era el 1 de septiembre de 1976, a las 9:45 a.m. El teléfono de casa sonó. Mi esposa dijo: “Acabo de ver el peor accidente. Está saliendo humo del auto, por todas partes, hay metal y quizás partes de un cuerpo y los policías están corriendo como locos por Sheridan Circle”. Había llegado allí camino de su trabajo cerca de la Avenida Massachusetts. Minutos más tarde llamó la recepcionista del Instituto para Estudios de Política. En medio de lamentos y gritos me informó: “Orlando está muerto, Ronni en el hospital. Venga para el Instituto”.

El taxista sabía cómo evitar Sheridan Circle, cerrado por la policía. El FBI ya había llevado una gigantesca aspiradora al área para acopiar “evidencia”.

En el IPS el personal lloraba o tenía la mirada perdida mientras surgían los sangrientos detalles. Una bomba había hecho explosión debajo del auto de Orlando Letelier a tres cuadras del IPS, en Connecticut y Calle Q. Las piernas de Letelier quedaron separadas del torso. Ronni Moffit, que iba en el asiento del pasajero, también había muerto, aparentemente cuando una pieza metálica le cortó una arteria. Michael Moffit, esposo de Ronni, que iba sentado en el asiento trasero, salió despedido por la puerta y sufrió heridas leves.

Dos años más tarde, el FBI identificó a los miembros principales del complot: el coronel Manuel Contreras, jefe de la DINA, la policía secreta de Chile; otros dos oficiales y su asesino designado Michael Townley. El FBI arrestó a Townley en Chile y por medio de un arreglo –una condena leve–, él les dijo cómo había recibido las órdenes de sus superiores y luego había reclutado a cinco exiliados derechistas cubanos para realizar el atentado en sí.

Los principales agentes del FBI y un fiscal nombraron públicamente a Pinochet como el que ordenó el asesinato. Su nombre nunca apareció en una acusación. Los demás se enfrentaron a algún tipo de juicio en Estados Unidos o en Chile.

Mientras el FBI acopiaba testimonios y detalles, imaginé como en un sueño el auto de Orlando mientras iba por la Avenida Massachusetts, escuchando el silbido que oyó Michael Moffitt, viendo el estallido del detonador primario y oliendo el olor acre mientras el auto llegaba a Sheridan Circle y estallaba.

Virgilio Paz pulsó los botones del detonador por control remoto sabiendo que Ronni y Michael estaban en el auto. Oigan, tenía que regresar a su empleo vendiendo autos usados en Nueva Jersey.

En 1991, después de que el programa “America’s Most Wanted” hizo una reconstrucción del papel de Paz en el atentado a Letelier-Moffitt, alguien telefoneó a un agente de Aduanas, el cual avisó al FBI. Paz fue arrestado, se declaró culpable, fue condenado a 12 años y cumplió siete antes de salir en libertad condicional. Vive en un condominio en la Florida. Guillermo Novo, un mandamás de la pandilla exiliada cubana, fue declarado culpable de conspiración para asesinar a un ex funcionario extranjero y condenado a cadena perpetua. Un tribunal de apelaciones revocó la sentencia. En un segundo juicio, el jurado lo declaró inocente de la acusación de conspiración. Salió en libertad.

En 1999, la policía panameña arrestó a Novo junto con Luis Posada Carriles y otros dos, cuyo auto de alquiler contenía explosivos. Los cuatro planeaban asesinar a Fidel Castro, quien debía dar un discurso allí. Unos días antes de terminar su mandato, la presidenta panameña Mireya Moscoso los indultó. Coincidentemente, varios millones de dólares habían sido depositados en su cuenta bancaria en el extranjero.

Ronni Moffitt tendría ahora 59 años, y Letelier 79. Me pregunto cuántas cosas interesantes y útiles hubieran hecho en estos 34 años.

Tres semanas antes de explotar la bomba, Letelier, un economista y líder político del Partido Socialista chileno, había escrito una devastadora crítica de la “milagrosa” economía de mercado de Milton Friedman (“Los Chicago Boys en Chile”, The Nation, 28 de agosto de 1976). Recientemente él había sido nombrado director del Instituto Transnacional en Ámsterdam, el centro de investigaciones homólogo del IPS, el cual planeaba expandir su influencia.

En marzo de 1976, Letelier había informado a los representantes a la Cámara Tom Harkin (demócrata por Indiana), George Miller (demócrata por California) y Toby Moffett (demócrata por Connecticut). Los tres viajaron a Chile, fueron testigos de la brutal represión y regresaron para lograr que se aprobara la Enmienda Harkin, que eliminaba la ayuda de EE.UU. a Chile. Orlando ayudó a aislar al régimen del general Augusto Pinochet, el hombre que dirigió el sangriento golpe que derrocó al presidente electo de Chile, Salvador Allende. Pinochet había llevado a Letelier a un campo de concentración cerca del Polo Sur antes de exiliarlo a Venezuela un año después.

Ronni me contaba de la hermosa música que hacía la gente pobre que tomaba prestados instrumentos en su tienda de “música para llevar”. Ella había sido maestra y tenía infinitos planes para mejorar el mundo. Michael y Ronni llevaban solo cuatro meses de casados. Ella hoy hubiera tenido 59 años.

Después de 34 años, los sucesos del 21 de septiembre de 1976 regresan en mis pensamientos y sueños. Llegué a la conclusión de que la gente malvada, los asesinos, justificaron sus inclinaciones homicidas con balbuceos anticomunistas y anticastristas. Pero el asesinato de mis amigos y colegas no tenía nada que ver con el comunismo ni con Castro. Los asesinos asesinan. Disfrutan practicar su vocación.

No han leído las palabras de John Donne: “La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy implicado en la humanidad”. Las Campanas Doblan por Orlando y Ronni.




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