EL FEMINISMO COMO FENÓMENO DE MASAS
Los matices humanos
escribe: Soledad Castro Lazaroff
Los ricos quieren armar su Uruguay con el baño de oro que hoy tienen. Nosotros tenemos que armar el nuestro, o por lo menos intentarlo. ¿Qué podemos perder? Quizá el cargo, pero como decía Churchill, ‘es la regla de la democracia’”.
– Reinaldo Gargano, El Uruguay que soñamos, Correo Socialista, abril de 2011.
escribe: Gonzalo Civila López. Sec. Gral. del Partido Socialista–Diputado por Montevideo
Atravesamos tiempos difíciles, momentos turbulentos, circunstancias históricas que exigen opciones firmes y decididas, urgencias que demandan respuestas y derrotas que nos convocan a revisarnos, reconstruirnos y no repetir errores.
El Uruguay de los ricos que Gargano denunciaba en 2011, y que nunca dejó de existir, obtuvo un triunfo electoral y político, y sus consecuencias ya se sienten. Nos enfrentamos a un deterioro acelerado de las condiciones de vida de buena parte de nuestros compatriotas, a la implementación de un plan antipopular y simultáneamente al debilitamiento de garantías ciudadanas. Por si faltara algo, integrantes de la coalición de derecha pelean con uñas y dientes la impunidad total para delitos de lesa humanidad cometidos por agentes del estado -también al servicio del Uruguay de los ricos- en el pasado reciente.
Lo que vivimos no es sólo un cambio de gobierno y tampoco puede resumirse en un giro mágico sucedido a partir del 1º de marzo. En la sociedad se potencian, desde hace tiempo, procesos terriblemente peligrosos: los discursos de odio hacia los débiles y vulnerados, la discriminación y la fragmentación, las acciones violentas dirigidas a un “enemigo interno” -en general pobre y joven-, el descrédito creciente de la política, de lo público y de casi todo lo colectivo.
Para nosotros el desafío es muy grande: escuchar y abrirnos al abajo social; atender las emergencias que ignoran los de arriba; enfrentar las ideologías exitistas, consumistas y bienestaristas; proponer un horizonte de sentido distinto, donde el eje sea vivir bien juntos; construir un Uruguay justo, el nuestro, que no excluye a nadie pero que no acepta patrones ni privilegiados, que no es el de los ricos para los ricos.
El rol del Partido Socialista en este escenario es sin dudas relevante. Nos toca en primer lugar asumir nuestra responsabilidad sobre el proceso de los últimos 15 años, en los que, con luces y sombras, el Frente Amplio estuvo a cargo del gobierno nacional y generó transformaciones importantes en el país. También nos cabe contribuir, desde nuestras posibilidades y capacidades, a las tareas que mencionaba más arriba, asumiendo la necesidad de transformar los modos de hacer política, recuperando sentido y motivación, superando algunos vicios e inercias, aunque eso a veces sea difícil y doloroso, y aunque lleve tiempo. El último Congreso del Partido tomó entre otras, dos decisiones relevantes, singulares y sin duda costosas:
1) procesar una renovación política y generacional radical, que incluye la redefinición de las prioridades de acción y de la política de alianzas del PS, la producción de agendas y dinámicas de comunicación de mayor densidad ideológica, y la descentralización de nuestros escasos recursos;
2) impulsar un proceso que nos permita concluir en un Encuentro Nacional de Militantes Sociales, abierto y amplio, como parte de una estrategia de resignificación de la relación política-sociedad, orientada a la socialización de la política.
La primera fue una decisión mayoritaria y por ende polémica y compleja, pero tan válida como cualquier definición democrática que se haya tomado en el pasado. Desde el punto de vista de muchos de nosotros puede ser una decisión clave para el proceso de renovación y revisión del Frente Amplio.
Tareas de esta magnitud no son resorte de una dirección política sino de todo el colectivo militante, y a la dirección le toca promover y garantizar que ese rumbo pueda abrirse paso. En ese sentido quiero mencionar dos decisiones, que en el acierto o en el error, sostenemos con convicción, pese a las dificultades:
1) mantener con firmeza las definiciones colectivas y orgánicas, asumiendo en los hechos y en circunstancias inéditas, los riesgos de trascender la lógica de las “figuras” y los individuos que, a partir de la acumulación de poder o visibilidad pública, con frecuencia se imponen y arrastran a las organizaciones, a veces presas del pragmatismo, el electoralismo o las supuestas preferencias de la “opinión pública”;
2) sostener un espacio de crítica y autocrítica (al que no casualmente denominamos “Guillermo Chifflet”) – con instancias internas y abiertas – que todos y todas reclamamos pero que, entre ciclos electorales y pandemia, venía llegando un poco tarde.
Por otra parte, el cambio en la línea política del PS, en sus opiniones sobre los grandes temas nacionales -en general en sintonía con la de los colectivos sociales que nos dan razón de ser- no adquiere seguramente masividad pero es notoria para los sectores políticamente más informados. Y todas las decisiones sobre temas relevantes de la coyuntura social y económica del Uruguay han logrado unanimidades o consensos amplios en la propia interna partidaria.
Estos posicionamientos guardan continuidad con definiciones de principios y con una larga lucha signada por una mirada de lo social como proceso complejo, fundante y articulador de lo político, por una distancia crítica con cualquier forma de vanguardismo, burocratismo, elitismo o concepción electoralista y estadocéntrica de la política. La rica historia del socialismo uruguayo nos exige guardar estricta distancia de la lógica estalinista, corporativa y antidemocrática del Partido-Estado y de la lógica liberal, burguesa e individualista del Partido de opinión, en cualquiera de sus múltiples variantes. La perspectiva nacional y latinoamericanista que caracteriza al PS desde Vivian Trías hasta acá, nos marca un rumbo: latir con la historia y el sentir de nuestro propio pueblo para construir caminos nuevos y nuestros, que no repitan horrores del pasado ni se miren en espejos ajenos.
La militancia socialista que en todo el país, como parte de esa enorme reserva del pueblo oriental, viene desplegando un trabajo inmenso de solidaridad para atender la emergencia y sostener procesos de organización social, tiene mucho para hacer y decir en la construcción de ese camino propio. Los y las cientos que durante años fueron tomando otros rumbos o distanciándose del quehacer político partidario también. Allí están, en los territorios y frentes sociales, actuando como fermento de iniciativas populares y comunitarias, sin levantar una bandera partidaria pero portando ideas y valores socialistas. Y lo hacen con muchas otras y muchos otros que sin sentirse identificados con un partido político comparten esa “santa rebeldía” contra la injusticia de la que hablaba José Pedro Cardoso. Ellas y ellos nos invitan con su testimonio a repensar nuestra política y nosotros los invitamos a integrarse a espacios que necesitan ser transformados y potenciados.
Dicho todo esto no podemos ignorar que en este momento crucial, donde la realidad nos reclama levantar la mira, la vida interna del Partido, que desde hace décadas arrastra problemas mal resueltos causantes muchas veces de inmovilismo, indefinición y estancamiento, se ha visto sacudida por la desvinculación de algunas compañeras y compañeros que supieron jugar roles protagónicos en la etapa previa, cumpliendo funciones de representación y de gobierno hasta hace muy poco tiempo. Se trata de un proceso difícil, traumático, que no nos alegra y que no pudo evitarse a pesar de haber acordado una serie de flexibilidades -visibles, evidentes-, bastante atípicas en un partido político con reglas relativamente estrictas de disciplina. Este proceso también afecta a muchas y muchos militantes que discrepan con algunas de las orientaciones y decisiones de este último tiempo o que ven alejarse a sus referentes. Los dos empujes más grandes (antes de las elecciones nacionales y antes de las departamentales) han coincidido -entiendo que no casualmente- con las definiciones sobre candidaturas y listas en la campaña electoral, se han expresado a través de desvinculaciones individuales y no han sido precedidos de grandes debates ideológicos. En ese sentido también son síntomas de lo que hay que transformar.
Durante este tiempo hemos evitado pronunciamientos públicos que abran una discusión poco constructiva con compañeras y compañeros que legítimamente toman otros rumbos, incluso ante casos de ex miembros que luego de haber desempeñado roles delegados por el Partido abandonan la organización con deudas o compromisos incumplidos. Mientras tanto, con el auspicio de algunos medios de comunicación, quienes se retiran discrepantes -e incluso conforman inmediatamente nuevas listas electorales con otras compañeras y compañeros que no se han apartado formalmente del PS-, han construido sus relatos y versiones. En diversos medios circulan también sendos artículos de intelectuales que, sin explicitar su vinculación con el PS ni transparentar su involucramiento con la interna que pretenden relatar desde una supuesta “objetividad”, nos califican a las y los socialistas del Partido como “no socialistas”.
Este artículo no pretende trazar una línea entre socialistas verdaderos y falsos socialistas, tampoco sostener la tesis -que oficialmente el Partido sostuvo en la década de los sesenta ante el alejamiento de Emilio Frugoni- de que existe un único partido u organización de las y los socialistas en Uruguay. Pero no podemos ni debemos guardar silencio cuando este proceso de renovación del Partido es ignorado o atacado con saña.
Si algo sabemos, por experiencia histórica, es que los oficialismos soberbios y prepotentes, las direcciones tecnocráticas o pretendidamente iluminadas y los “políticos profesionales”, son siempre derrotados. Por eso no creemos en los relatos oficiales ni en los caminos lineales o verticalistas. La síntesis política e ideológica de este proceso, siempre provisoria, no es objeto de un artículo ni de varios sino que la haremos a su debido tiempo y en colectivo, espero que apelando a lo mejor de nosotros y nosotras mismas.
A esta altura tal vez la pregunta del título deba formularse en otros términos: ¿para dónde quiere ir el socialismo uruguayo y qué se propone hacer? La respuesta a esa pregunta no puede ser sino plural y polifónica. La vida, la militancia y la comunidad política la darán. Pero en tren de aportar van aquí algunas pinceladas que me surgen del corazón y la razón:
1) El socialismo uruguayo, que busca ser popular, democrático y revolucionario, quiere hacer oír su mensaje y hacer valer su acción política y social en cada rincón del país, sin tibiezas ni extremismos, pero con la radicalidad propia de una propuesta comprometida con la transformación profunda que reclama una sociedad que es demasiado desigual e injusta, inhabitable para muchas y muchos. Lo quiere hacer con las y los de abajo, no solo pidiéndole el voto ni pretendiendo representarlos (ha quedado muy claro que no pensamos la política en clave exclusiva ni principalmente electoral, ni desde la perspectiva de la comodidad), sino convocando a una participación protagónica de las mujeres y los hombres trabajadores, de los colectivos subalternizados, desde la escucha y la organización colectiva, enfrentando así la ofensiva del poder dominante.
2) El socialismo uruguayo quiere construir unidad con otras expresiones, políticas, sociales y culturales de la lucha anticapitalista, socialista, libertaria y feminista, y quiere retomar la impronta de una corriente socialista en los movimientos sociales, que sea reconocida por la militancia social y política como un aporte genuino e independiente a la construcción de la izquierda uruguaya.
3) El socialismo uruguayo busca la articulación política del campo popular, pero no se diluye en el progresismo, y quiere reafirmar que la política de la dignidad humana y la emancipación de las personas de toda forma de explotación, opresión y discriminación, no pasa sólo por la concreción de medidas y normas que nos permitan conquistar nuevos derechos (capítulo muy importante por cierto), sino también y fundamentalmente por una praxis orientada al cambio de estructuras y subjetividades, que se gesta esencialmente desde la cercanía y el poder popular.
4) El socialismo uruguayo debe contribuir a hacer un giro difícil desde la política acotada de la gestión a la política de la militancia, los valores alternativos, la lucha ideológica y la organización social. Y esa renovación, que es profunda, pasa por las ideas, pero sobre todo por una forma de hacer política que respete los procesos y proyectos colectivos.
A las compañeras y los compañeros que me han pedido un relato oficial les pido disculpas por desilusionarlos, a los que esperaban silencio también. A quienes discrepando y viviendo la angustia de la derrota, de la pérdida de espacios conocidos o del alejamiento de valiosos referentes y compañeros queridos siguen en la lucha, el mayor respeto y agradecimiento. A quienes toman otros rumbos en la vida del Frente Amplio también nuestra mano compañera. A la sociedad uruguaya, a toda la militancia y a la izquierda social y política uruguaya, el compromiso de no hacer la plancha y dejar todo lo que somos para no defraudar en este nuevo intento, reflexionando y rectificando, también asumiendo decisiones valientes y difíciles que la hora demanda, sin renunciar nunca a nuestro proyecto y a nuestra identidad.
En este país gobernado por los ricos, y en un mundo capitalista inmerso en una profunda crisis civilizatoria y humanitaria, más que nunca el socialismo vive y lucha, construyendo una vida nueva desde la gente misma. Para ahí vamos.
La incapacidad de la ONU para frenar las guerras imperiales
Hoy estamos sufriendo las consecuencias de ese dominio. Lo constata el cineasta Ken Loach en una reciente entrevista: «Lo más relevante es que la solidaridad ha muerto… Hemos normalizado lo inaceptable». Lo inaceptable salta a la vista en el contraste entre las imágenes de los majestuosos cruceros que nos ofrecen las agencias de viaje, los lujosos yates de los multimillonarios y las pateras atestadas de hombres, mujeres y niños que huyen de la miseria y muchas veces solo encuentran la muerte.
Lo inaceptable también se muestra en las páginas del informe Oxfam-Intermón, donde aparece que en el año 2018, las 26 personas más ricas del mundo poseían la misma riqueza que los 3.800 millones de personas más pobres. Y cada día miles de estos pobres mueren de hambre y miseria. Inhumano, inaceptable, moralmente apestoso, pero el mundo capitalista lo acepta sin pestañear.
El sistema capitalista acepta lo inaceptable porque seguramente su nota más destacada, y también la menos comentada, es su radical inmoralidad y su total falta de ética. Dentro de este terreno también habría que señalar la tremenda hipocresía con la que se manifiestan muchos líderes políticos del sistema capitalista. Que se hable continuamente de los derechos humanos, y se apele a su defensa para atacar a gobiernos que molestan a la élite económica, mientras se apoya a monarquías medievales como la de Arabia Saudita y se toleran las brutales desigualdades existentes, es una muestra clamorosa de cinismo e hipocresía.
En el capitalismo la falta de ética no es una corrupción más o menos accidental, está inscrita en sus genes más profundos. Poner la competencia como un elemento esencial del sistema es evidente que nos enfrenta a los ideales de igualdad y de fraternidad que marcan el nacimiento de la modernidad en Europa. Y la libertad de los derrotados en la competencia tampoco sale muy bien parada. La competencia tiene un objetivo último: conseguir la riqueza, y como la riqueza disponible no es ilimitada y la ambición de conseguirla sí lo es, la lucha es interminable, y cuanto mayor sea la victoria de algunos mayores será el número de los derrotados.
La compasión hacia estos derrotados no entra en el programa de la competencia capitalista. Como en un combate de gladiadores, no hay compasión para los vencidos. Han luchado, pero han sido menos hábiles que los vencedores, que sufren las consecuencias de su inferioridad. Además, no hay que preocuparse de que la lucha sea limpia, la mano invisible del mercado lo convertirá todo en el mayor bien de la sociedad.
Teniendo en cuenta esta característica del capitalismo, ¿podemos seguir esperando conseguir una sociedad aceptable dentro de una estructura capitalista?
El capitalismo es un sistema económico y social basado en que los medios de producción deben ser de propiedad privada, el mercado sirve como mecanismo para asignar los recursos escasos de manera eficiente y el capital sirve como fuente para generar riqueza. A efectos conceptuales, es la posición económico-social contraria al socialismo.
Un sistema capitalista se basa principalmente en que la titularidad de los recursos productivos es de carácter privado. Es decir, deben pertenecer a las personas y no una organización como el Estado. Dado que el objetivo de la economía es estudiar la mejor forma de satisfacer las necesidades humanas con los recursos limitados que disponemos, el capitalismo considera que el mercado es el mejor mecanismo para llevarlo a cabo. Por ello, cree necesario promover la propiedad privada y la competencia.
La incapacidad de la ONU para frenar las guerras imperiales
En consecuencia, existe una distinción clara entre el conflicto internacional, que es asunto de las Naciones Unidas, y las disputas internas, que los Estados, en teoría, pueden resolver por sí mismos. Pero en los últimos años, esta distinción en buena medida se ha desdibujado. La mayor parte de las guerras de hoy comienzan como guerras civiles, «civiles» sólo en el sentido de que los civiles se han transformado en sus principales víctimas.
En la Primera Guerra Mundial, alrededor del 90% de los muertos fueron soldados, y sólo el 10% civiles. En la Segunda Guerra Mundial, incluso contando las víctimas de los campos de exterminio nazis, sólo la mitad de las víctimas fueron civiles. En muchos de los actuales conflictos las bajas civiles alcanzan a las tres cuartas partes del total de muertos.
Sin embargo, mientras el conflicto se desarrolla dentro de un único Estado, la interpretación tradicional de la carta nos impondría no intervenir. ¿Está bien esto? La carta, después de todo, fue redactada en nombre del «pueblo», no de los gobiernos, de la ONU. Su objetivo es no sólo preservar la paz internacional -por vital que sea su importancia- sino también «reafirmar la fe en los derechos humanos fundamentales, en la dignidad y el valor de la persona humana».
La carta protege la soberanía de los pueblos. Nunca se pretendió que fuera una licencia para que los gobiernos conculcaran los derechos humanos y la dignidad del hombre. El hecho de que un conflicto sea «interno» no les da a las partes el derecho a ignorar las normas más básicas de comportamiento humano.
Por otra parte, la mayoría de los conflictos internos no lo siguen siendo por mucho tiempo. Se extienden a los países vecinos, bajo la trágica forma de la huida de refugiados. Y a veces no sólo se propagan más allá de las fronteras existentes, sino que también establecen nuevas -como ocurrió en la ex Yugoslavia-, de modo que lo que comenzó como un conflicto interno termina siendo internacional.
En muchos casos, el conflicto oportunamente se torna tan peligroso que la comunidad internacional se ve obligada a intervenir. Pero, en ese caso, sólo puede hacerlo de la manera más intrusiva y costosa, que es la intervención militar. Y, sin embargo, las intervenciones más eficaces no son militares. Es mejor, desde todo punto de vista, que se tomen medidas antes de que un conflicto llegue a la etapa militar.
Del bate al voto, nada menos.
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