¿Hasta dónde puede discutir la izquierda?

escribe: Esteban Valenti (*)

Esta es una pregunta permanente, nació en el mismo momento en que surgió la izquierda, y enfrente tenía nada menos que el viejo régimen monárquico, ahora, y en el Uruguay es una interrogante que nos formulamos muchos integrantes de la izquierda. Las razones no creo necesario detallarlas, el que no las conoce ni siquiera lo rozarán estas dudas.

La izquierda única, la izquierda monolítica, al final inexorablemente termina derrotada y en un desastre histórico, solo es una cuestión de tiempo, la izquierda que no discute adelanta su propia decadencia.

No es la anterior una afirmación antojadiza, es una de las mayores lecciones que podemos extraer de cércanos y lejanos acontecimientos. Donde la izquierda ha elevado el pensamiento único a la categoría de sus mayores virtudes y fuente de todas sus fortalezas, como por ejemplo en los países del socialismo real, el final lo conocemos todos. Y en ese final, está contenido en buena medida esa imposición de un pensamiento único o rigurosamente unificado. Férreo.

El argumento reiterado, incesante y desgastado para imponer cierto silencio es siempre el mismo, lo usamos en el pasado hasta el cansancio: no discutamos, no analicemos errores y otras cosas peores porque se aprovecha la derecha. Tendríamos que haber aprendido cual es el destino de ese razonamiento. Tenemos heridas muy recientes en todo el mundo.

En América latina está sucediendo algo bastante similar, el madurismo y el kirchnerismo son una variante criolla o caribeña de imponer una izquierda única y excluyente no solo de la derecha y el centro sino incluso de otras formas de ver y analizar la izquierda. La exaltación de un líder a nivel de sintetizar el pensamiento de toda la izquierda, es una variante de esa profunda identidad original de la izquierda única.

Nosotros nacimos de la ilustración, del pensamiento crítico, del socialismo diverso y variado surgido durante y dentro de la revolución industrial, nuestras raíces están en la búsqueda de una racionalidad profundamente democrática, no solo en sus formas institucionales, en sus libertades y los derechos ciudadanos, sino en la producción, la distribución de la riqueza y la libertad de la necesidad. Esa racionalidad de base requiere obligatoriamente el pensamiento crítico como principal instrumento de avance, cambio, profundización de las ideas de izquierda.

El debate sobre los Frentes Populares en los años previos a la 2da Guerra Mundial, tuvo frenos e impulsos importantes a partir precisamente de cómo encarar el debate dentro de la propia izquierda. En algunos casos los peligros del fascismo lograron algunos avances en otros la miopía del pensamiento único, trabó todas las perspectivas.

El mismo debate se dio en América Latina. El Uruguay hizo con el Frente Amplio un aporte muy grande, en la teoría, en la práctica, en el ejercicio compartido de gobiernos locales y sobre todo nacionales a derrotar el pensamiento único en la izquierda.

Ahora afrontamos un nuevo momento. ¿Es solo circunstancial? ¿Corresponde a un tema puntual o tiene alcances más amplios y profundos que requieren una reflexión metodológica y naturalmente ideológica?

A todo esto hay que agregar un nuevo elemento: las nuevas tecnologías, las redes crean en muchos temas, corrientes de opinión y debates a nivel individual o de grupos, de veloz difusión y que manejan tiempos y alcances propios y diversos a los anteriores y tradicionales. Ya la alternativa no es el debate interno y controlado en los ámbitos orgánicos o en la prensa. Ahora se agrega que cada persona es además de receptor, emisor de mensajes y por lo tanto de debates.

No nos engañemos – yo lo hice durante un tiempo – no se trata de la limitación de 140 caracteres, eso es un mito, los textos, las imágenes, los largos tratados y materiales, pueden perfectamente asociarse a Twitter y Facebook y a otras redes. Y no es un tema tecnológico, esto genera una nueva forma de abordar los temas de manera mucho más horizontal. Es además un enemigo mortal del pensamiento único.

Los conceptos que hay que manejar son de diversa índole. Políticos, institucionales, ideológicos, del uso del poder y también tecnológicos. Y en todos hay una constante, el uso de los tiempos.

Algunos podrán argumentar que el debate debe limitarse a todo aquello que no dañe a la izquierda. ¿Y quién se anima a establecer los límites entre daño y defensa de las propias ideas o de la visión sobre los hechos y su interpretación? ¿Habrá algún organismo tan sabio e impenetrable que sancione esos límites?

No quiero referirme a un debate en concreto, a un tema, al de más actualidad, sino a razonar incluso para mí mismo sobre cómo manejar este delicado problema. No me sirve en absoluto el argumento de que hay muchos compañeros que no quieren esos debates. ¿Qué vamos a hacer, una compulsa cada vez que surjan temas de debate político e ideológico? Cada uno es grande y crecido y se asume sus propios riesgos y considera los intereses generales y particulares. Es un delicado equilibrio.

Pero hay algo mucho más importante, los que realizaron grandes aportes al avance de nuestras ideas, no lo hicieron en manada, adaptándose a los límites impuestos por los aparatos, fueron pensadores y luchadores de las ideas que se animaron incluso a salirse de las manadas, a arriesgarse. Eso vale tanto para un pensamiento anti sistémico, anti capitalista, como contra la quietud y el inmovilismo de cualquier tipo.

Hay algo que no puede reducirse a consideraciones tácticas, inmediatas, es el manejo de la verdad, o al menos de los hechos. Si para favorecer el interés común, renunciamos a transparentar los hechos, esa parte de la verdad que todos podemos comprobar e interpretar, pero que deben ser parte obligatoria de cualquier debate, finalmente triunfarán los que menoscaban los hechos o los deforman.

Admitamos, no hay una verdad inmutable y revelada, esa es la base del pensamiento único, pero tampoco hay una relatividad tan amplia donde incluso los hechos, las circunstancias, las informaciones pueden se ampliamente maltratadas.

Voy a insistir con un concepto de Antonio Gramsci que me parece fundamental: desde joven defendió, con mucho fervor moral, que la verdad debe ser respetada siempre, independientemente de las consecuencias que tal respeto pueda traer. La búsqueda de la verdad y la aspiración a la veracidad en el quehacer político son congruentes con la explicitación de las propias convicciones y éstas deben hallar en su propia lógica la justificación de los actos que el hombre con convicciones cree necesario llevar a cabo. La mentira y la falsificación -declaraba Gramsci – sólo producen, en cambio, castillos en el aire que otras mentiras y otras falsificaciones harán decaer. Gramsi apoyó con pasión la definición de Romain Rolland, de que la verdad es siempre revolucionaria.

Voy a agregar algo más, no hay pensamiento auténticamente revolucionario que no se base en la verdad.

La izquierda uruguaya, sus principales dirigentes deberán asumir cada día más, que el futuro no es de clama y placidez, sino de debate y serenidad, de discusión y profundidad, de mantener ese delicadísimo equilibrio entre defender las ideas propias y tratar de comprender las ajenas.

Cuando se está más de 10 años en el poder, y se tienen otros 4 años por delante, la ideología y la política son inseparables de los actos de gobierno, de sus consecuencias sociales y culturales, de su impacto en la opinión pública, es decir en el caudal político principal: los ciudadanos.

La gestión no es un tema técnico, profesional, tiene un profundo contenido ideológico. Los éxitos o los fracasos de los gobiernos de izquierda se miden por su impacto en la sociedad, por las mejoras que determinan en la vida de la gente, por la visión estratégica del desarrollo sostenible y por la distribución de la riqueza, con mayor justicia. Ese es el punto de encuentro de la política, la ideología y la gestión y son inseparables. De fracaso en fracaso no se va hacia la victoria, ni hacia la liberación.

Si lo que nos guía es la ferocidad y el descontrol en el debate es posible que horademos la unidad, si lo que se quiere imponer es el pensamiento restringido a los cómodos ámbitos del poder en cualquiera de sus expresiones, es seguro que nos precipitaremos muy hondo.

Cuando se manipula la historia, los hechos y los procesos, cuando se miente en las estadísticas, en los datos necesarios para conocer la marcha de un país, cuando se pretende ajustar la realidad a la conveniencia del poder, de cualquier poder, no se arriesga la derrota, se compromete el alma de la izquierda. Y eso es mucho más grave.

¿Debe haber piedra libre para discutir de cualquier modo y cualquier tema? Sobre temas, no puede haber ninguna limitación, absolutamente ninguna, sobre el equilibrio entre el debate y la acción de gobernar y el funcionamiento de las fuerzas políticas, siempre estaremos en construcción.

La clave sigue siendo tener claro, siempre, nuestros objetivos comunes, las bases humanistas de nuestra identidad y no negarla en los pequeños episodios. La conveniencia del silencio, nunca será un buen argumento.

(*) Periodista, escritor, militante político. Director de Uypress y Bitácora


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