escribe: Dr. Ismael Blanco, abogado y analista
En las últimas jornadas percibo que el panorama político se vuelve áspero y escabroso. Que a las dificultades muchas veces se le agrega confusión y desasosiego cuando lo que se espera es todo lo opuesto, en particular de aquellos que están en condiciones de sopesar los riesgos y los desafíos que aún están pendientes.
Lo normal es que para cada uno de nosotros nuestros actos estén siempre debidamente justificados, tengan una razón de ser, persigan un fin y si se trata de asuntos políticos tengan siempre el carácter altruista y noble de quien hace política para transformar la realidad hacia el bienestar y la felicidad colectiva.
Sin embargo, observo que en ciertas situaciones la mirada no sólo no se eleva sino que termina a la altura del zócalo.
Cuando ocurren ciertas cosas, me quedo con la sensación de cuanta artificialidad tienen ciertas circunstancias, cuanto de intencionalidad efímera, y cuanto de deliberado. Me convenzo que cuando las razones no son de principios terminan siendo de absoluta estupidez.
Hace tiempo que no observaba cuan fácilmente terminamos enredados con la pelota, que además es nuestra, haciendo un lodazal a puro trancazo y de cuando en cuando, con alguna deslealtad no esperada.
Pasa en las mejores familias… dicen.
El año pasado, en dos oportunidades advertí, pues me la veía venir, la posibilidad de cierta provocación en el marco del año electoral. Siempre existe la intención por parte de los sectores más cavernícolas de enrarecer el clima y pudrirla. Pues bien, se les corrió el calendario, pero las ganas no les faltaron y para ello nada mejor que conseguir un buen Judas Iscariote.
Ahora bien, el mamarracho que el diario El País a través de ediciones de La Plaza montó, fue una puesta en escena que no tiene nada que envidiarle a una sátira medieval, protagonizada en este caso por un bufón decrépito y decadente. De todas formas, no dejo de reconocerle al diario derechista su vocación permanente de estar siempre pegado a los traidores de todo signo.
Trajeron al acabado truhán, símbolo de la felonía nacional, que intentó con un montaje absurdo, dar cuenta de una historia que no se la creyó nadie o más bien tuvo el efecto contrario, ratificar lo que todos sabemos: se trata del símbolo del soberano delator, del exponente máximo del cínico, del chivato y del colaborador.
Solo a título informativo digo que nada me vincula a la historia de la organización a la que perteneció el soplón por antonomasia, e informo que escribir su nombre me resulta tan repulsivo que adrede lo he evitado. Por otra parte, creo que las referencias que he realizado y el estado público del hecho alcanzan para saber a quien me refiero.
Confieso que si bien seguí con recelo la cobertura informativa del individuo traído por la editorial del diario El País, sus declaraciones me resultaron asqueantes y confusas a la vez, su tono balbuceante, su mirada pérfida, su entorno, sus promotores y su escenario bastaban para sacarle la más mínima credibilidad a los dichos del fariseo personaje y sumado a esto, el detalle de su protección privada, compuesta por un grupo de individuos con aspecto de patovicas más propios de la protección de una boîte, que de quien se jactó de ser un jefe insurgente. Todo esto completaba un cuadro decadente, sombrío y tenebroso, casi salido de una pieza grotesca de un cuento de Giovanni Boccaccio.
En estos días, mientras cavilaba una explicación para ciertas circunstancias, que además siempre se presentan como las más complejas, me bastó evocar algunos hechos sucedidos en el primer gobierno de izquierda, no para conformarme sino para referenciar que se debieron afrontar complejos sucesos a saber: crisis financiera de Cofac con un serio riesgo para todo el sistema bancario, protestas furibundas con presentaciones públicas fuera de contexto, paro de empresarios camioneros con serios indicios de buscar desestabilizar al mejor estilo de los “lock out” que se le realizaba al gobierno de Allende y podría seguir. Todas estas situaciones se lograron sortear cuando lo importante primó sobre lo accesorio y cuando lo genuino y auténtico se impuso a lo superficial y veleidoso.
No tengo dudas que para la derecha esta última década la den como perdida. Son tan sinceros que solo basta mi agradecimiento. Con esto nos ahorran palabras. Lo que es perdido para ellos es ganado para toda la sociedad. Sin embargo, más allá de tanta honestidad conservadora, pienso que nada está asegurado para siempre, la historia permanentemente lo demuestra y los caminos que llevan a los retrocesos son variados, algunos dependen de cuántos de nuestros errores y debilidades acumulemos y otros surgirán de las acciones de quienes quieren recuperar lo que consideran perdido, que por ahora lo presentan sólo como tiempo, aunque todos sabemos que es algo más.
Uno podría vivir 100 años y no tener nada a que honrar. Podría formar parte de una tierra o una comunidad de gentes que sólo haya transcurrido sobre esta vida sin más. Sólo aquellas circunstancias que dejen una huella o una estela nos dan identidad y evitan que uno siga de largo sin detenerse.
No creo que sea sólo el paso del tiempo, o la simple acumulación de pisadas sobre la tierra la que haga que uno día a día se vaya encontrando con un hecho, o con un hito, de esos que aunque sea por un instante nos haga reflexionar sobre nuestro lugar y sobre las circunstancias de nuestra existencia, que pudieron ser otras pero que son éstas.
Ayer escuche a Esteban en referencia a uno de los hechos de estos días, afirmando que lo dramático de reconstruir la historia es hacerlo a través de los traidores.
Se me ocurre que el tinglado que se pretendió montar es de un rotundo fracaso por varios factores. Uno de ellos, porque se trata de hechos recientes desde un encuadre histórico, tan recientes podríamos decir que muchos aún esperan sus desenlaces en los juzgados.
Que el que no entienda que la sociedad uruguaya no debe ser subestimada pierde, y perderá siempre, sea quien sea el que lo haga.
Queda de manifiesto también, que la utilización de mecanismos y personajes burdos y procaces son prueba de una lógica retrógrada, provocadora y reaccionaria que no conduce a ninguna verdad y corre a cuenta y riesgo de quienes la promueven, que en este caso una vez más se vinculan a un medio no sólo conservador sino abiertamente colaborar de los más brutales dictadores.
Y también será, si se quiere, por aquello tan humano e instintivo, que es que a los traidores se los divisa de lejos.
Es cierto que a la memoria hay que buscarla en nuestra gente, en aquellos desconocidos y anónimos, que se presentaron solidarios y altruistas. En los que ante la urgencia, no dudaron y supieron lo que debían hacer. Aquellos que no cerraron las puertas, los que tendieron protección y cobijo a riesgo de sus propias vidas y la de sus propias familias. Los conocidos y los ignorados en los manuales de historia, los que no se saben quienes son y a los que no se le conocen con su nombre propio.
La memoria, la nuestra, ese acervo colectivo que nos da identidad de pueblo, que nos une en las ideas por sobre diferencias, habrá que buscarla en todos. En los que callaron. En los que aparecían con números en lugar de nombres y apellidos. La memoria también habrá que buscarla siempre en los sencillos y humildes notorios y notables.
En los duendes que resistieron y que nos hicieron resistir. Los que no perdieron la dignidad ante el oprobio y la aberración. Los que nos dignifican. La memoria habrá que buscarla también referenciada en los muertos conocidos, mártires declarados sin palatinas.
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