Archivo de May 2018

31
May
18

los herederos …

escribe: de semanario Brecha

El hijo de fulano

¿Quiénes heredan? ¿Cómo incide la herencia en la desigualdad? Algunas de estas preguntas básicas intentan ser respondidas en esta investigación que revela que la riqueza heredada constituye más de un 30 por ciento de la riqueza total de Uruguay.

¿Cuánta riqueza se hereda? ¿Quiénes heredan? ¿Cómo incide la herencia en la desi­gualdad? Algunas de estas preguntas básicas acerca de la herencia en Uruguay intentan ser respondidas en una investigación realizada por los autores en el marco del programa de apoyo a la investigación estudiantil de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (Csic) de la Universidad de la República. Una de las motivaciones para dicha investigación es el predominio de la meritocracia como ideal de la sociedad actual, donde es deseable que las personas alcancen la posición económica y social que merecen de acuerdo al esfuerzo que realizan. Esta es una de las grandes promesas del capitalismo, en el que con suficiente sacrificio cualquiera podría alcanzar altos niveles de bienestar ya que las oportunidades son iguales para todos.

Así, se justifica la desigualdad, alegando que los más desfavorecidos no han hecho mérito suficiente, de manera que si tienen un menor nivel de bienestar es por voluntad propia. Sin embargo, esta visión ignora que hay desigualdades que se transfieren de una generación a otra de forma arbitraria y que no hay un único punto de partida común para todas las personas. Además, en la práctica, la meritocracia implicaría altos niveles de movilidad social, sin embargo, estudios realizados para Estados Unidos y Europa occidental muestran que no ha habido grandes cambios en las tasas de movilidad social desde la Segunda Guerra Mundial.

Entre los factores no controlados por los individuos y que alteran sus oportunidades y trayectorias podemos encontrar: la trasmisión de habilidades productivas, gustos y ambiciones generados a partir de la concepción de prestigio que predomine en el núcleo familiar, contactos y grupos de referencia con los cuales comparar sus logros socioeconómicos, zona geográfica de nacimiento, características físicas, entre otros. Estos factores se agravan por las uniones conyugales entre personas de similar estrato social y los diferenciales de fecundidad, donde los más pobres son los que tienen más hijos. En este punto podemos destacar a la herencia como canal directo de trasmisión de desigualdades, ya que la riqueza inicial es determinante en el desempeño posterior.

La herencia puede definirse como la trasmisión de activos y pasivos de una generación a otra. El derecho a herencia está íntimamente ligado al derecho de propiedad, que ha cobrado diferentes formas a lo largo de la historia. Su impacto en la sociedad y qué medidas tomar frente a ello han sido debatidos desde la antigüedad. Platón (427-347 a de C) hace referencia al mismo en su Tratado de las leyes, mientras que Cicerón (106-43 a de C) sienta las bases del derecho hereditario romano. De forma más reciente, ya en el siglo XIX, Marx y Bakunin discutieron en la Primera Internacional sobre el derecho a la herencia y la estrategia que el movimiento socialista debería tomar.

A nivel nacional, Carlos Vaz Ferreira (1872-1958), influyente pensador uruguayo de principios del siglo XX, cuestionaba la herencia en su forma ilimitada, particularmente en su vínculo con el “problema” de la propiedad de la tierra. Consideraba que la herencia debía tener ciertos límites de modo que las generaciones que siguen “no sean privadas de derechos”.1 Emilio Frugoni (1880-1969), contemporáneo de Vaz Ferreira y primer legislador socialista, también consideraba “legítimo y necesario” un impuesto a las herencias y donaciones. De esta forma se afectaría el privilegio trasmitido, mas no se afectaría el esfuerzo de quien pasara a gozar del legado. En los últimos años la riqueza, la herencia y su distribución han tenido nuevamente un lugar en la agenda académica internacional2 luego de que durante gran parte del siglo anterior se mantuvieran en un segundo plano.

En la investigación mencionada se analiza para el caso uruguayo la distribución por fuentes de riqueza real bruta utilizando la Encuesta Financiera de los Hogares Uruguayos (Efhu). Se entiende por riqueza real bruta a los activos reales (inmuebles, negocios, vehículos, electrodomésticos, entre otros) sin considerar los pasivos, por falta de datos sobre los activos financieros y las deudas. A su vez, para el análisis por fuente de riqueza –donde se considera la riqueza comprada o creada, heredada o regalada y otras fuentes (sorteos y juegos de azar)– sólo se incluye la riqueza inmobiliaria y la riqueza empresarial, ya que no contamos con el dato para el resto de los activos (vehículos, electrodomésticos, etcétera).

Un primer dato a destacar es que la riqueza heredada constituye más de un 30 por ciento de la riqueza total, en tanto que la obtenida por mérito propio constituye alrededor de un 67 por ciento. Además, la riqueza heredada se distribuye en forma más desigual que la riqueza total, ya que el 10 por ciento más rico se apropia aproximadamente del 76 por ciento de la riqueza heredada mientras que si consideramos la riqueza inmobiliaria y empresarial total, se apropia del 66 por ciento.

A su vez, si nos detenemos en el 1 por ciento de personas más ricas, se observa que se apropian del 31 por ciento de la riqueza total, en tanto que se adueñan de alrededor del 44 por ciento de la riqueza heredada, lo que indicaría que el estar ubicado en la parte alta de la distribución de riqueza puede deberse en gran parte a la herencia y no totalmente al mérito personal. Así, la herencia en su conjunto tendría un efecto desigualador, es decir, no sólo mantiene las desigualdades iniciales, sino que las aumenta. Uno de los indicadores de desigualdad más utilizados –índice de Gini– toma valores de entre 0 y 1. Cuando arroja un valor de 0 muestra que la riqueza es repartida en partes iguales entre todos los hogares; por el contrario cuando arroja un valor de 1 la desigualdad es total, es decir, un solo hogar sería dueño de toda la riqueza del país. Para el total de la riqueza inmobiliaria y empresarial este índice asciende a aproximadamente 0.84, en tanto que si consideramos sólo la riqueza heredada asciende a casi 0.97. De esta forma, la herencia tiene un impacto marginal positivo sobre la desigualdad, y estos resultados podrían ser más pronunciados si contáramos con datos acerca de la deuda y los activos financieros. Cabe destacar que el mismo índice calculado sólo para el ingreso –salarios, alquileres, transferencias, intereses, utilidades, etcétera– asciende a 0.42.

Uno de los medios que tienen los estados para intervenir en estas situaciones son los impuestos, aunque algunos autores plantean la necesidad de acuerdos internacionales de manera de evitar fugas de capitales. En Uruguay las herencias están reguladas por el impuesto a las trasmisiones patrimoniales (Itp). Dicho impuesto se aplica de la siguiente forma: los herederos y legatarios en línea recta tributan el 3 por ciento del valor del patrimonio heredado, mientras que el resto de los contribuyentes/herederos pagan el 4 por ciento. De esta forma, la actual tributación que deben pagar las sucesiones en Uruguay no es progresiva, es decir, la tasa impositiva no depende del monto heredado.

Si bien aún queda mucho por estudiar y profundizar en el tema, la investigación realizada busca arrojar luz sobre una problemática poco estudiada en Uruguay. La riqueza heredada constituye una parte importante de la riqueza total y por lo tanto, de las posibilidades de vida de las personas por el solo hecho de nacer en una familia y no en otra. A su vez, demuestra distribuirse de forma más desigual que la riqueza no heredada. Por tanto, esperamos con entusiasmo una mayor disponibilidad de datos e investigaciones sobre la temática, de modo que se pueda instalar en la agenda pública un debate constructivo sobre las formas de obtención de riqueza por parte de los uruguayos y cómo mejorar su distribución.

 

30
May
18

el imperio toca fondo …

La recuperación del Imperio y la desaparición de los trabajadores

escribe: James Petras / Rebelión

 

Nerón tocaba la lira, Obama lanzaba canastas y Trump tuiteaba mientras sus imperios ardían.

Los imperios entran en decadencia o se expanden en función, básicamente, de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Hay varios factores determinantes, entre los que se incluyen: 1) la renta, la tierra y la vivienda; 2) la evolución del nivel de vida; 3) el aumento o descenso de la tasa de mortalidad; y 4) la disminución o aumento de las familias.

A lo largo de la historia, los imperios en expansión han incorporado a la población al imperio, distribuyendo a las masas una parte de los recursos expoliados, proporcionándoles tierras, arrendamientos reducidos y viviendas. Los grandes terratenientes que tenían que hacer frente a los jóvenes veteranos a su regreso de las guerras evitaban una excesiva concentración de la tierra para evitar los disturbios en sus feudos.

Los imperios en expansión mejoraban las condiciones de vida, pues jornaleros, artesanos, mercaderes y escribientes encontraban empleo cuando la oligarquía daba rienda suelta a su consumo ostentoso y crecía la burocracia que administraba el imperio.

Un imperio próspero es causa y consecuencia del aumento en las familias y en el número de plebeyos sanos y educados que sirven a los gobernantes y son mantenidos por ellos.

Por el contrario, un imperio en decadencia saquea la economía interna y concentra la riqueza a expensas de la mano de obra, ignorando el declive de su salud y de su esperanza de vida. Como consecuencia, los imperios en decadencia ven crecer la tasa de mortalidad; la propiedad de tierras y viviendas se concentra en una élite de rentistas que viven gracias a una riqueza que adquirida inmerecidamente por herencia, fruto de la especulación o de las rentas, que degrada el trabajo productivo basado en la pericia y los conocimientos.

Los imperios en decadencia son causa y consecuencia del deterioro de las familias, compuestas a menudo de trabajadores adictos a los opiáceos que sufren el aumento de la desigualdad entre ellos y sus gobernantes.

La historia del Imperio Americano a lo largo del último siglo encarna a la perfección la trayectoria de la expansión y caída de los imperios. El último cuarto de siglo es un buen ejemplo de las relaciones entre gobernantes y gobernados en plena decadencia del imperio.

Las condiciones de vida de los estadounidenses se han deteriorado a toda velocidad. Las empresas han dejado de cotizar las pensiones y han reducido o eliminado la cobertura sanitaria de sus trabajadores, y han visto rebajados sus impuestos de sociedades, lo que redunda en una merma de la calidad de la educación pública.

En los últimos veinte años, los salarios que perciben la mayor parte de los hogares se han estancado o reducido; los gastos en sanidad y educación han arruinado a muchos, y han convertido a los graduados universitarios en esclavos de sus deudas a largo plazo.

En EE.UU., el acceso a la propiedad de la vivienda para menores de 45 años ha disminuido del 24% en 2006 al 14% en 2017. Al mismo tiempo, los alquileres se han disparado, especialmente en las grandes ciudades de todo el país, y en la mayoría de los casos absorben entre un tercio y la mitad de los ingresos mensuales.

Las élites empresariales y sus expertos inmobiliarios desvían la atención hacia las desigualdades “intergeneracionales” entre pensionistas y jóvenes empleados asalariados, en lugar de reconocer el aumento de la desigualdad entre altos ejecutivos y trabajadores y pensionistas, cuyos ingresos han pasado de 100 a 1 a 400 a 1 en las tres últimas décadas.

También han aumentado las diferencias en la tasa de mortalidad entre la élite empresarial y los trabajadores, pues los ricos cada vez viven más años sin perder la salud mientras los trabajadores sufren un descenso en la esperanza de vida ¡por primera vez en la historia de Estados Unidos! Gracias a los ingresos procedentes de beneficios, dividendos, aumento del interés, etc., los ricos pueden pagar el elevado coste de la medicina privada y prolongar su vida, mientras a millones de trabajadores se les recetan opioides para “reducir el dolor” y precipitarles una muerte prematura.

Los nacimientos han descendido como consecuencia de la carestía de la sanidad y de la carencia de guarderías y bajas por maternidad o paternidad remuneradas. Los últimos estudios han revelado que 2017 tuvo el menor número de nacimientos en 30 años. La supuesta “recuperación de la economía” posterior al derrumbe financiero de 2008-2009 ha tenido un sesgo de clase: las élites empresariales e inmobiliarias recibieron un rescate superior a los 2 billones de dólares mientras más de 3 millones de hogares de clase trabajadora eran desahuciados y desalojados de sus viviendas por los financieros que habían adquirido sus hipotecas. El resultado: un aumento acelerado de personas sin hogar, especialmente en las ciudades con mayores índices de recuperación de la crisis.

Probablemente, los factores que han producido este descenso de la maternidad y aumento de la mortalidad son la falta de vivienda y los desorbitados precios de los alquileres de apartamentos saturados, junto con los salarios mínimos.

El imperialismo se expande, el nivel de vida desciende

En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la expansión en el extranjero estuvo acompañada en el ámbito interno por el abaratamiento de la educación superior, hipotecas a precios razonables que facilitaban la propiedad de una vivienda y mejoras en las pensiones y cobertura sanitaria a cuenta de los patronos. Sin embargo, en las dos últimas décadas la expansión imperial se ha basado en la reducción forzosa del nivel de vida.

El Imperio se ha expandido y las condiciones de vida han empeorado porque la clase capitalista ha evadido billones de dólares de impuestos a través de paraísos fiscales, precios de transferencia y exenciones fiscales. Por si fuera poco, los capitalistas han recibido inmensas subvenciones públicas para infraestructuras y transferencias gratuitas de innovación tecnológica financiada por el Estado.

En nuestros días, la expansión imperial se basa en la deslocalización de las multinacionales manufactureras con el fin de rebajar los costes de mano de obra, aumentando así el porcentaje de trabajadores de servicios mal pagados en Estados Unidos.

El empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría es consecuencia de la reestructuración del Imperio, la instauración de un sistema tributario regresivo y la redistribución de las transferencias de gasto público con fines sociales del Estado del bienestar a subvenciones y rescates al sector inmobiliario y financiero.

Conclusión

En sus orígenes, el imperialismo llevaba aparejado un contrato social explícito con la mano de obra: la expansión extranjera compartía beneficios, impuestos e ingresos con la fuerza de trabajo a cambio del apoyo político de los trabajadores a la explotación económica imperial en el exterior, el saqueo de recursos y el servicio de estos en las fuerzas armadas del imperio.

El contrato social venia condicionado por el equilibrio relativo de poder: la mayoría de los obreros fabriles, del sector público y los trabajadores especializados estaban sindicados. Pero este equilibrio de poder en las relaciones de clase se basaba en la capacidad de la fuerza laboral para participar activamente en la lucha de clases y, así, presionar al Estado. Es decir, el imperialismo y la estructura del bienestar se basaban por completo en una serie específica de condiciones intrínsecas del pacto social.

Con el tiempo, la expansión imperial tuvo que enfrentar limitaciones en el exterior procedentes de la oposición que presentaban grupos nacionalistas o socialistas, creando las condiciones para la deslocalización de su capital en el extranjero. Los rivales del imperio en Europa y Asia empezaron a competir por los mercados exteriores, obligando a Estados Unidos a aumentar su productividad, reducir costes laborales, deslocalizar en el extranjero o reducir beneficios. Estados Unidos eligió reducir las condiciones de vida internas y sacar su producción al extranjero.

Los dirigentes sindicales se distanciaron de otros movimientos generales de base y, al carecer de un movimiento político independiente, estar asolados por la corrupción y comprometidos con un acuerdo social en vías de desaparición, fueron reduciéndose en volumen, incapaces de formular una nueva estrategia combativa que sustituyera al pacto social. La clase capitalista adquirió control total de las relaciones de clase y, por consiguiente, empezó a decidir unilateralmente los términos de la política fiscal, el empleo, las condiciones de vida y, lo más importante, el gasto público.

Los gastos militares para el mantenimiento del imperio crecieron en proporción directa a la reducción de subsidios sociales. Los grupos rivales de poder se peleaban para conseguir su parte de los presupuestos capitalistas y decidir las prioridades político-militares. Los imperialistas económicos competían o se unían a los imperialistas militares; los neoliberales de libre mercado competían con los militaristas por los mercados exteriores en busca de la ocupación de más territorios, nuevas conquistas, mercados cerrados y clientes sumisos. Las estructuras de poder rivales competían para dictar las prioridades imperiales –las poderosas redes sionistas urdían guerras regionales favorables a Israel mientras las multinacionales intentaban impulsar su expansión político-militar en Asia (China, India y los mercados del sureste asiático).

Facciones rivales de las elites monopolizaban presupuestos, impuestos y gastos comprimiendo las condiciones de vida de la fuerza laboral. Las clases imperialistas pactaron entre ellas, la calidad y cantidad de trabajadores disminuyó. Pero los descendiente de esas élites asistían a las mejores escuelas y se aseguraban los mejores puestos en el gobierno y la economía.

Los privilegios y el poder no produjeron triunfos imperiales. China ha sabido integrar sus programas educativos y trabajadores cualificados en el trabajo productivo y sacar partido de ello. Por el contrario, los graduados estadounidenses trabajan en puestos financieros parásitos y lucrativos, no en sectores de la ciencia, la ingeniería y la asistencia social. Los graduados en la academia militar han creado redes de “comandantes” que perdonan los abusos sexuales, entrenan y ascienden a oficiales que lanzan misiles sobre centros de población y entrenan a capitanes de la armada especializados en colisionar sus buques.

Los graduados en la Ivy League* consiguieron copar altos cargos en el gobierno y han llevado a Estados Unidos a guerras interminables en Oriente Próximo, han multiplicado nuestros adversarios, enemistado a nuestros aliados y gastado billones de dólares en guerras que favorecen a Israel, en vez de dedicarlos a ayudas sociales y salarios más elevados para nuestros trabajadores. Y, sí, es verdad, la economía se está recuperando… pero a las personas les va peor.

*Nota del traductor: Grupo de ocho prestigiosas universidades privadas de Estados Unidos, muy elitistas, entre las que se encuentran Harvard, Yale, Columbia y Princeton.
29
May
18

distribución del ingreso / uruguay

La distribución del ingreso y los cambios programáticos

escribe: cr. Alberto Couriel / analista



La distribución del ingreso está influida por diversos factores económicos, sociales, políticos, culturales y sobre todo por las relaciones de poder. Son muy relevantes la concentración de la riqueza, los temas del empleo, la pobreza, los salarios, el gasto social y la tributación. El papel del Estado es esencial para definir las posibilidades de redistribución del ingreso, ya que el libre juego del mercado generalmente aumenta las desigualdades.

La concentración de la riqueza es un factor muy relevante para la distribución del ingreso, a través de la concentración de la propiedad privada de los medios de producción. El tema de la propiedad es un gran desafío para la izquierda nacional e internacional. Los gobiernos progresistas, en algunos países, han jugado sobre la propiedad de la tierra a través de procesos de reforma agraria.

En otros casos, en procesos de nacionalización, especialmente en rubros derivados de recursos naturales. Pero no en otros ámbitos, por falta de propuestas, por la propia dificultad de no saber cómo enfrentar el problema, en la medida que los procesos generalizados de estatización han fracasado. Propuestas de autogestión y de cooperativas han tenido éxitos parciales.

No hay avances para enfrentar el gran poder que ostentan las grandes empresas transnacionales. En las últimas décadas la concentración de la riqueza se ha profundizado. En ello juega también el predominio de lo financiero en el proceso de globalización. Con estas dificultades de redistribuir la propiedad de los medios de producción, el camino posible para avanzar hacia mayoras formas de igualdad sería por la vía impositiva.

En la interna del Frente Amplio surgen dos posiciones. Los que no quieren gravar al capital para garantizar aumentos de la inversión y aquellos que sostenemos que pueden fijarse algunos impuestos directos sin necesariamente afectar la inversión privada en el futuro. Estos impuestos directos serían el impuesto al patrimonio y el impuesto a las herencias, a partir de cierto nivel patrimonial. Hay estudios que muestran la enorme influencia de las herencias en las desigualdades de riqueza y de ingresos. Un reciente reportaje al Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz expresa “el 90% de los que nacen en hogares pobres se mantienen pobres.

El 90% de los que nacen en hogares ricos se mantienen ricos”. Cambios en la propiedad, difíciles de concretar, y modificaciones tributarias serían los elementos centrales para mitigar la desigualdad de la riqueza e influir sobre la distribución del ingreso.

En los gobiernos del Frente Amplio hay extraordinarios avances en materia de pobreza e indigencia. Ésta casi ha desaparecido, mientras que la pobreza ha descendido de 40% a 7,5%. Pero hay un problema de fragmentación social, por el cual baja la pobreza basada en ingresos pero se mantienen problemas de educación, salud, vivienda y urbanismo. Por ejemplo en el caso de la educación, Jack Couriel en “Una mirada sobre precariedades urbanas y desigualdades territoriales” expresa: “Mientras que en la ciudad periférica (Casavalle, La Paloma, Tomkinson, Tres Ombúes, Pueblo Victoria y Casabó) de 100 alumnos en promedio, sólo 50 terminan el ciclo básico y 16 terminan el bachillerato, en la ciudad de altos ingresos (Pocitos, Punta Gorda, Parque Rodó y Punta Carreta) 96 terminan el ciclo básico y 89 el bachillerato”. Esta es una clara demostración del tema de la fragmentación social y de la frase de Stiglitz.

Decíamos con anterioridad que el mercado no resuelve el tema de la distribución del ingreso, sino que más bien tiende a agravarlo. Por ello es imprescindible la intervención del Estado para mejorar empleo, salarios, gasto social y tributación. Pero el accionar del Estado es fruto de las relaciones de poder. El Frente Amplio mantiene poder político con mayoría parlamentaria lo que le ha permitido una reforma tributaria con la creación del impuesto a la renta de las personas físicas, avances significativos del gasto público social de 19% al 26% del PBI y mejoras relevantes de los salarios reales de más del 50%.

En la interna del FA hay debate sobre la presión fiscal, si tiene que ser de menos del 30% del PBI o poder superarlo para atender más gastos sociales e inversión pública para atender los problemas del empleo. Esta segunda postura requiere aumentos impositivos a las rentas del capital, a la renta de las actividades económicas (IRAE) y una evaluación de las exoneraciones fiscales a las inversiones. Nuevamente pesan las relaciones de poder, por temor a que más impuestos al capital puedan afectar las futuras inversiones.

En el poder económico pesa el poder financiero, fuerza que viene expresamente desde el exterior, y no olvidar que el 71% de las exportaciones de bienes las llevan adelante empresas extranjeras. Sobre estos temas juega también el poder comunicacional, en el que los grandes medios se manifiestan en posiciones críticas hacia el gobierno frentista y el Frente Amplio. Lo importante es tener la capacidad de aumentar impuestos a los más ricos y a los de mayores ingresos sin afectar la inversión privada, que sin duda es necesaria para el crecimiento económico en el marco de la estrategia de desarrollo.

Las negociaciones salariales han aumentado el poder de los asalariados y sus organizaciones sindicales que han obtenido mejoras en las relaciones laborales y en sus propios salarios.

Un tema central para la distribución del ingreso lo constituye la evolución de los empleos productivos. Estos dependen del crecimiento y especialmente del contenido del mismo. En 2017 el empleo no mejoró porque crecieron rubros como comunicaciones que no generan muchos empleos y cayeron los rubros de la industria manufacturera y la construcción que generan empleos importantes. Sin duda también influyen los avances tecnológicos que generan nuevas oportunidades pero también pérdidas, y que analizamos en nota del 11 de abril pasado sobre “El empleo y los cambios programáticos”.

Pesan algunas políticas como la cambiaria. El equipo económico niega el atraso cambiario. Éste, medido a través del tipo de cambio real efectivo, con la información oficial del Banco Central del Uruguay, muestra con nitidez dicho atraso que puede estar afectando a rubros de exportación, que han tenido pérdidas de empleo y a rubros que no pueden competir con importaciones baratas, por el nivel del tipo de cambio, especialmente en la industria manufacturera.

28
May
18

la derecha fascista latina

La derecha latinoamericana dijo a qué vino

escribe: Emir Sader / Sociólogo y filósofo brasileño, director del Laboratorio de Políticas Públicas (LPP) de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro. Master en filosofía política y doctor en Ciencia política

Después de años duros, en que parecía que el neoliberalismo había venido para quedarse en Latinoamérica, fuerzas populares lograron construir programas de gobierno antineoliberales, ganar elecciones y protagonizar los años más virtuosos de nuestra historia, en algunos de nuestros países.

Pero la derecha, aun derrotada, no ha dejado de maniobrar para intentar frenar a esos procesos, que representan el desenmascaramiento de todo lo que la derecha había dicho que era nuestro destino inevitable. Planteaba distintas cosas, pero su política económica siempre era el viejo modelo centrado en los ajustes fiscales, como medicamento en contra la enfermedad de los gastos estatales.

Después del período de gobiernos posneoliberales, la derecha ha vuelto a la carga, conquistando el gobierno en Argentina mediante elecciones, retornó a Brasil mediante un golpe. Y tuvo la posibilidad de decir a qué vino, porque peleo tanto, con todas sus fuerzas, legales e ilegales, para retornar al gobierno. ¿Qué es lo que tiene que proponer y realizar en América Latina?

En verdad, no fue necesario aguardar ese retorno. Porque podemos saber lo que la derecha latinoamericana tiene que proponer para la situación de países como México, por ejemplo, gobernado desde hace tantas décadas por la derecha, con su modelo neoliberal ya hace por lo menos dos décadas y media. El favoritismo de López Obrador para convertirse en el próximo presidente de México es el resultado directo del fracaso de los gobiernos del PRI y del PAN, que se han alternado en el gobierno, sin cambiar la política económica neoliberal, y llevando México a una situación catastrófica, desde todos los puntos de vista.

El país que iba a marcar la senda para los otros países del continente, habiendo sido el primero en firmar un tratado de libre comercio con EEUU (y también con Canadá, en este caso) representa, al contrario de lo propuesto, la falencia de esos tratados y de esas políticas. Los dos partidos de derecha sumados no tienen las preferencias de López Obrador, que aparece como la ruptura con la corrupta oligarquía tradicional en México.

Pero el retorno de la derecha al gobierno en Argentina y en Brasil podría significar una actualización de las propuestas de la derecha. Sin embargo, en los dos países se ha aplicado el mismísimo modelo que ya había fracasado en los años 1990. El mismo diagnóstico de que los problemas de nuestras economías son los gastos excesivos del Estado tuvieron el mismo tipo de respuesta: la centralidad del ajuste fiscal. Con las desastrosas consecuencias aparejadas: profunda y prolongada recesión, desempleo récor, desindustrialización de la economía, fuga de capitales, alza del déficit público.

¿A eso vinieron las derechas en Argentina y en Brasil? ¿Es eso lo que prometen? Por ello han luchado tanto en contra de los gobiernos populares, valiéndose de acusaciones falsas, de campañas de mentiras, de cerco a los gobiernos desde los medios y desde los capitales especulativos.

Esta es la demostración, para México, Colombia, Bolivia, y para otros países que están o van a entrar en procesos electorales, lo que pueden esperar de los partidos y candidatos de la derecha en Latinoamérica, cualesquiera que sean sus promesas. En Venezuela, se llegó a prometer la dolarización de la economía del país. En Brasil se privatiza los mejores patrimonios nacionales, los de Petrobras. En Argentina, se vuelve a la entrega a los brazos del FMI, volviendo a comprometer el futuro del país.

Las alternativas de retomar el desarrollo económico con distribución de renta suponen la ruptura con el modelo neoliberal, lo cual solamente gobiernos de izquierda pueden hacer, como se ha demostrado en este siglo. De la capacidad de la izquierda de volver a unificarse dónde está dividida, de superar los obstáculos jurídicos donde la derecha se vale de ellos en contra de líderes de izquierda, de reformular los proyectos que han dado resultados, adecuándolos a las condiciones internas y externas actuales, de rescatar los valores solidarios, cooperativos, humanistas, depende una solución positiva de la crisis actual que afecta a todo el continente.

28
May
18

Israel / palestina

La nueva ideología del genocidio en Israel

escribe: Amitai Ben-Abba / Counterpunch

Como judío israelí descendiente de sobrevivientes del Holocausto, creo que la comparación de las actuales condiciones en Palestina con las anteriores al Holocausto no solo está justificada, sino que además es necesaria. Israel está ideológicamente preparado para autorizar un genocidio de los palestinos en este momento. Si no actuamos, marchará hacia su nueva etapa decisiva: hasta el sexto millón de palestinos y más.

Estudio y escribo ficción especulativa. Muchos de mis escritos contemplan el futuro de Israel, imaginando escenarios brutalmente grotescos como una especie de advertencia artística. Pero en estos días, cada vez que cierro otro período al final de un nuevo capítulo, mi sentido de imaginación se trunca, a medida que la realidad se impone sobre mi imaginación. Ningún autor podría predecir locuras como las que mostraba la pantalla dividida en la televisión israelí en vivo el 14 de mayo: los Netanyahus y los Trumps sonreían blandamente por un lado, los manifestantes palestinos cargando a sus muertos por el otro, y esa noche, los habitantes de Gaza llorando por los muertos mientras decenas de miles de israelíes bailaban en la Plaza Rabin cantando Toy live.

En la novela en la que estoy trabajando actualmente, contemplo cómo se vería un genocidio israelí completo (y la resistencia a él) a partir de los ojos de un perpetrador y una víctima. Pero mientras comencé este proyecto inventando las condiciones en las que ocurriría tal evento, para mi horror ya han madurado en la sociedad israelí. Me he despertado a la situación en la que un futuro distópico se ha acelerado hasta tomar forma y no puedo poner pausa y escribir antes de la tormenta. El mundo está estancado en el juego, las noticias se renuevan e inexorablemente fluye la sangre. Estoy experimentando una ansiedad peculiar, sin nombre, siendo testigo de un futuro que se parece demasiado al pasado, arrastrándose hacia el presente.

El punto de inflexión entre los políticos israelíes -el diputado Smotrich, el ministro de Educación Bennet, el alcalde Barkat de Jerusalén y otros de su clase- abogan hoy por la transición a la llamada «etapa decisiva» del conflicto palestino israelí. Para pasar del statu quo a una paz duradera (dicho sea de paso, el título del único libro del primer ministro Netanyahu): Una solución final para la cuestión palestina. Esa visión, al estilo de Smotrich, está tomada del Libro de Josué, donde los israelitas invasores promulgan un genocidio contra los nativos cananeos, hasta que no queda ni una sola alma con respiración, parafraseando al rabino Maimónides. Según el Midrash, hubo tres etapas en esa operación. Primero Josué envió a los cananeos una carta para que huyeran. Entonces, los que se quedaron podrían aceptar la ciudadanía de segunda clase y la esclavitud. Finalmente, si se resistían, serían aniquilados. Smotrich ha presentado públicamente este plan como el cambio hacia la etapa decisiva del conflicto. Si los palestinos no huyen y se niegan a aceptar una ciudadanía inferior, como haría cualquier persona digna, «el ejército sabrá qué hacer», dice.

Así, como en The Handmaid’s Tale de Margaret Atwood, los políticos israelíes ahora sugieren políticas sobre la base de la «precedencia de las escrituras». En su teología reaccionaria ignoran mandamientos como tikkun olam («reparación del mundo», el mandato de luchar por la justicia e igualdad), ve’ahavta («ama a tu prójimo como a ti mismo», la idea con la que el rabino Hillel ha enseñado toda la Torá), y conceptos talmúdicos como Shiv’im panim la’tora («setenta caras tiene la Torá») lo que significa que se pueden derivar docenas de estipulaciones de cada versículo).

Al igual que con los turcos y los armenios, hutus y tutsis, alemanes y judíos, el genocidio se justifica con el argumento de que existe un juego de suma cero en el que solo un lado puede triunfar. Los palestinos quieren arrojarnos al mar, afirman los sionistas, y haba le-horgecha, hashkem le-horgo («Al que viene a matarte, levántate y mátalo primero»). En su libro -dicen sus asistentes a quienes el primer ministro utiliza a veces para escribir sus discursos, Netanyahu ve a los «palestinos» (se asegura de marcarlos con comillas) como una «nación fantasma» (p.56) y niega su existencia como un pueblo con una cultura e historia únicas. Los ve como una herramienta en el juego de suma cero entre el islam y Occidente. El prominente historiador israelí Benny Morris, quien ha narrado a fondo los crímenes sionistas de violación, asesinato y limpieza étnica en 1948, ve el desplazamiento de nada más que 750,000 palestinos en esa guerra como el mayor error de Ben Gurion. En su opinión, Ben Gurion debería haber terminado el trabajo, y eso es precisamente lo que los principales estadistas israelíes están buscando hoy.

En la sociedad israelí no hay fuerzas capaces o dispuestas a detener el ascenso de esta tendencia. Los soldados israelíes, como los vitoreados francotiradores demostraron al mundo en Gaza, reciben instrucciones de ver a todos los palestinos como amenazas a la seguridad dignas de la muerte. Las masas israelíes celebran la liberación anticipada de asesinos condenados, siempre que las víctimas sean árabes. Las multitudes israelíes cantan «quémalos, mátalos, asesínalos» mientras se abre la embajada de EE.UU. en Jerusalén. Desde los soldados de infantería hasta los altos mandos, desde la gente de la calle que agita banderas hasta los laureados de la academia, Israel está ideológicamente preparado para llevar a cabo un holocausto palestino.

Algunos judíos retrocederán al leer estas palabras. Asur le-hashvot («está prohibido comparar «) es ahora un proverbio hebreo. Está prohibido comparar el sufrimiento judío con el de los demás, y he hecho varias comparaciones. Sin embargo, como un descendiente judío israelí de sobrevivientes del Holocausto, creo que estas comparaciones no solo son justificadas sino también vitales. La sociedad israelí está ideológicamente preparada para promulgar un genocidio de los palestinos en este momento, y si no hacemos la comparación y actuamos en consecuencia, Israel marchará hacia la etapa decisiva, hasta el sexto millón de palestinos y más.

En una comparación propia, el ministro israelí Gil’ad Erdan comparó a los palestinos muertos con los nazis, diciendo: «El número de muertos (sic) no indica nada, así como el número de nazis que murieron en la guerra mundial no hace del nazismo algo que puedes explicar o entender». Evidentemente, contar a los muertos no ayudará a despertar a los israelíes de su espeluznante accionar. Solo después de la caída de su sistema -como los sudafricanos blancos en su lamentable apartheid- lo reconocerán con horror. Para detener el genocidio pendiente, los líderes mundiales deben dejar de hablar y comenzar a actuar. El embargo de armas, las sanciones económicas y el arresto de criminales de guerra que viajen serán un comienzo largamente esperado. Cualquier cosa menos que eso es sumisión. Como israelí soy consciente de las consecuencias que estas medidas podrían tener en mi vida y en la vida de mis seres queridos. Todo esto se empequeñece ante las consecuencias del asalto a los derechos de los palestinos que reverberarán en todo el mundo, especialmente por las personas marginadas, como amaga Ann Coulter cuando mira los disparos contra los manifestantes palestinos y dice: «¿Podemos hacer eso?» Con el 75 % de la industria militar israelí programada para la exportación, esperan que los drones de gas lacrimógeno israelíes zumben sobre la próxima revuelta de Standing Rock o en París. Espere que los francotiradores disparen contra los migrantes mexicanos. Espere que llegue la tormenta antes de comenzar a prestar atención.

En mi ficción, el holocausto palestino ocurrirá durante la guerra contra un poder musulmán local. Israel justificará la masacre masiva como derecho a defenderse. No pondrá a los habitantes de Gaza en los trenes ni los construirá para ellos, sino que los bombardeará hasta la muerte. Irónicamente, la presencia de los colonos será un escudo humano de facto que requerirá de diferentes métodos de exterminio y expulsión de los palestinos de Cisjordania, los habitantes de Jerusalén Oriental y los palestinos con ciudadanía israelí. Si el mundo no actúa de manera efectiva en apoyo de los palestinos, esta será la cúspide de la Nakba, la catástrofe, el proceso de privación de los derechos humanos de los palestinos que comenzó hace 140 años.

Amitai Ben-Abba es un escritor israelí residente en la zona de la Bahía
27
May
18

sionazis …

¿Hace falta la presión internacional sobre el sionazismo?

escribe: Ramón Pedregal Casanova

El Estatuto de Roma, Las Convenciones de Ginebra, la ONU, y la inmensa mayoría de los países del mundo consideran que los actos que ha realizado el ejército israelí contra la población palestina son crímenes de guerra y condenados por el Derecho Internacional Humanitario. A ello se han sumado los países integrados en la Organización de Cooperación Islámica OCI, el Movimiento de Países No Alineados MNOAL, de Latinoamérica, como Venezuela, Cuba y Bolivia, además de condenas de los restantes países del mundo, exceptuando a EEUU, Guatemala, Paraguay, Rumanía, Chequía, Austria y Bulgaria. Así quedan retratados para la Historia.

68 palestinos asesinados y 12.000 heridos han causado los francotiradores sionazis. El pueblo palestino de Gaza se movilizó para recordar al mundo que llevan 70 años refugiados y sin que los organismos de paz y justicia internacionales hagan nada para que vuelva del exilio.

Recojo las declaraciones de algunos responsables sionazis, porque sus palabras dicen de ellos y de quienes les protegen, además de sus medios de difusión que no levantan la voz para que las mentes que tienen colonizadas no les pongan atención.

Empezamos con uno emblemático para continuar por la actualidad.

Moshe Dayan, coronel de la banda terrorista Haganá, que sería la base de organización del ejército colonialista, y Ministro de Exteriores:

“Desde hace 8 años, se sientan en sus campos de refugiados en Gaza, y ante sus ojos convertimos en nuestra casa la tierra y las aldeas en las que ellos y sus antepasados han vivido. Somos una generación de colonos, y sin el casco de acero y el cañón de la pistola no podremos plantar un árbol ni construir una casa.”

Hay miles de asesinatos cometidos por el ente israelí desde 1948, pero vamos a saltar hasta 2015 porque no habría espacio si nos detuviésemos en cada uno de ellos, algún día se escribirán los nombres de cada palestino y palestina muertos:

Declaró Ayelet Shaked, Ministro sionazi de Justicia: “Esta no es una guerra contra el terror, ni una guerra contra los extremistas. ¿Quién es el enemigo? El pueblo palestino, todo el pueblo palestino es el enemigo, en las guerras el enemigo suele ser todo un pueblo, incluidos sus ancianos y sus mujeres, sus ciudades y aldeas, sus propiedades y su infraestructura, en nuestra guerra esto es siete veces más correcto. Cada valiente madre de un “pequeño terrorista serpiente” que envía a su hijo al infierno, debería saber que irá con él, junto con la casa y todo lo que hay dentro. Sus casas deberían ser bombardeadas desde el aire, con la intención de destruir y matar. Y debe anunciarse que haremos esto de ahora en adelante a cada hogar de cada martir. No hay nada más justo, y probablemente más eficiente.”

Sobre esa base llegamos al día 20 de Mayo de 2018, en el que recojo dos declaraciones:

1ª.- En Irlanda un periodista pregunta a Michal Maayan, representante del ente israelí:

“-¿Por qué las fuerzas israelíes disparan a matar a los manifestantes en Gaza?

Respuesta: ¡Bueno, no podemos meter a tanta gente en la cárcel!.”

2ª.- El Presidente sionazi del Comité de Asuntos Exteriores y Defensa, Avi Dichter, hablando de la Gran Marcha del Retorno, refiriéndose a la población palestina declara:

“La IDF (ejército sionazi) tiene balas suficientes para todos.”

En una manifestación conjunta de judíos y árabes, de solidaridad, en Jerusalén, con el pueblo palestino de Gaza, Jafar Farah, Presidente de la Asociación de Derechos Humanos Mosawa, era arrestado y en el cuartel la policía le rompió una rodilla. Habían asistido los Diputados de la Lista Árabe Conjunta, entre ellos Ayman Odeh que tras visitar al herido en el hospital denunció calificó la carga de la policía como “brutal”. Entonces el Ministro sionazi de Defensa, Avigdor Liberman, hizo la siguiente amenaza:

“Cada día que Ayman Odeh y sus asociados permanecen libres y maldicen a la policía, es un fracaso de las autoridades. El lugar para estos terroristas no está en la Knesset, está en prisión. Es hora de que paguen un precio por sus acciones.”

Después de lo que hemos visto desde el 30 de Marzo, ¿sobrará lo recogido en este pequeño espacio? El pueblo palestino entrega su vida. ¿Qué cree que debe hacerse? Condenar el colonialismo es tarea de pueblos, gobiernos y organismos internacionales que aspiran a la justicia, pero no es suficiente con condenar verbalmente, en muchos países los pueblos se han manifestado, algunos gobiernos han retirado sus embajadores del ente sionista, el BDS es un ejemplo a seguir, tienen que ponerse medidas prácticas.

¿Hace falta la presión internacional sobre el sionazismo? Expulsión, bloqueo, suspensión de comercio, enviar tropas de solidaridad con Palestina…

 

Ramón Pedregal Casanova es autor de los libros: “Gaza 51 días”, “Palestina. Crónicas de vida y Resistencia”, “Dietario de Crisis”, “Belver Yin en la perspectiva de género y Jesús Ferrero”, y “Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios”. Presidente de la Asociación Europea de Cooperación Internacional y Estudios Sociales AMANE. Miembro de la Comisión Europea de Apoyo a los Prisioneros Palestinos.
26
May
18

la reforma de córdoba …

Libertades que quedan

Cien años de la revuelta estudiantil de Córdoba

 

Hubo un tiempo, una región y una generación en que los términos “reforma” y “revolución” se fundieron hasta la sinonimia. Así sucedió con el “movimiento estudiantil latinoamericano de reforma universitaria”, como se lo llamó, aunque aspiraba a reformar mucho más que la universidad. Se cumple un siglo desde su episodio más notable: la revuelta de los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba en 1918.

La radicalidad de los estudiantes cordobeses, el carácter ultra clerical-conservador de los poderes universitarios y políticos contra los que se sublevaron, la virulencia de la represión que sufrieron y la potencia literaria de su célebre “Manifiesto liminar” hicieron de Córdoba el acontecimiento que produjo un salto cualitativo en el movimiento con innumerables efectos multiplicadores en el resto del continente. Acaso por esto, muchos de los estudios posteriores sobre el tema alimentaron un equívoco frecuente: la idea de que todo comenzó en 1918. Esto impide observar toda una trama estudiantil latinoamericana forjada al menos desde una década antes. Entre 1908 y 1918 se sucedieron congresos estudiantiles en Montevideo, Buenos Aires y Lima en los que se fue forjando la base del programa reformista y se fueron consolidando las redes estudiantiles e intelectuales que habrían de impulsarlo. Desde una década antes, también, los estudiantes se encontraban en torno al impulso de la extensión universitaria o la puesta en marcha de medios de prensa y propaganda estudiantil. De todo eso estaba hecha la “hora americana”1 que anunció Deodoro Roca el 21 de junio de 1918.

El humanismo de la ideología reformista se evidencia en sus maestros: Rodó, Vasconcelos, Ingenieros, Ortega y Gasset, Altamira. Ha sido recurrente el debate sobre el alcance y radicalidad del movimiento. En 1959 el Che Guevara llamó la atención de los estudiantes cubanos sobre la deriva reaccionaria que terminaron adoptando muchos dirigentes del 18. Y destacados estudiosos del tema, como Portantiero, han subrayado su origen pequeñoburgués. Sin embargo, basta centrar la mirada en el movimiento al calor de su acontecer indeterminado para reconocer su enorme radicalidad política.2 En cualquier caso, parece clara la coexistencia, entre los reformistas, de un componente liberal modernizador y uno revolucionario que convocó el apoyo entusiasta de intelectuales y militantes socialistas, marxistas y anarquistas como Mariátegui, Lazarte, Ponce o Mella, entre otros. Ambos componentes tenían en común una fe en la educación y la cultura como factor de emancipación humana. Sentían que el movimiento estudiantil estaba llamado a cumplir una misión de tipo moral. El Ariel de Rodó era el símbolo que los convocaba contra el Calibán positivista-utilitarista del imperialismo estadounidense. Gritaron: “Basta de profesionales sin sentido moral. Basta de pseudoaristócratas del pensamiento. Basta de mercaderes diplomados. La ciencia para todos, la belleza para todos”.3 Al calor del entusiasmo internacionalista que provocaba la Revolución Rusa, el movimiento pronto trascendió la problemática universitaria y se acercó a las luchas obreras. Pensaban que “las menudas conquistas del reglamento o del estatuto no son más que instrumentos subalternos ante la soberana belleza del propósito: preparar, desde la cátedra, el advenimiento triunfante de la democracia proletaria”.4 La narración que reduce el movimiento a un puñado de reformas antiautoritarias de la universidad nos dice más del presente que del pasado.

Se puede calibrar el legado reformista por sueños o por sus conquistas. Si los primeros, que persiguieron “el milagro de redención de la humanidad”,5 se frustraron las más de las veces, las segundas fueron muy importantes en lo que refiere a la reforma universitaria. Una visión de conjunto permite distinguir dos órdenes de democratización de la universidad reformista respecto a su antecesora decimonónica: hacia el interior (con el cogobierno autonómico, la libertad de cátedra, el acceso a la docencia por concurso, los cursos y cátedras libres, la crítica de los métodos de enseñanza) y hacia afuera (la democratización del acceso, la gratuidad, la extensión universitaria, la investigación de “los grandes problemas nacionales”, la creación cultural con vocación latinoamericana y un sentido general de compromiso social de la universidad contrapuesto a la mera “fábrica de profesionales”). Con todo lo inacabado y nunca plenamente alcanzado que contienen estas orientaciones, permitieron construcciones que constituyen hoy, en buena medida, las libertades que quedan.

Un siglo después de Córdoba el panorama universitario, político y cultural de nuestro continente es, por cierto, muy diferente. El acceso a la enseñanza terciaria se ha masificado (aunque insuficientemente), pero se ha producido una segmentación mercantilizada de la oferta que reproduce las desigualdades. La ciencia y la tecnología han alcanzado una importancia inédita en la mundialización capitalista y la división internacional del trabajo, reconfigurando el lugar y el papel de las universidades y de los propios estados-nación. Sólo la multinacional Monsanto cuenta con un ejército de 22 mil científicos, cifra comparable al total de científicos de México (28 mil) e incomparable a los 1.750 categorizados en el Sistema Nacional de Investigadores de Uruguay. Existen universidades financiadas total o parcialmente por empresas mineras. El Banco Santander organiza reuniones académicas “iberoamericanas” en las que participan y firman declaraciones comedidos o resignados rectores y decanos. El neoliberalismo ha producido su propia contrarreforma universitaria, con todas las formas y gradientes de la mercantilización de la oferta, administración, currículo, agendas de investigación y políticas de vinculación de las universidades, autónomas de otros poderes que los del mercado. Nos han convencido de que el productivismo académico en un régimen de competencia por estímulos económicos es la vía rápida a un parnaso sin poetas llamado “calidad”. Ariel se debate entre el multiculturalismo académico y los cursos de autoayuda. Calibán se define emprendedor.

Como señala Cúneo,6 independientemente de los logros efectivamente alcanzados, el movimiento de reforma universitaria fue capaz de proponer un “orden de anticipación” a los problemas de su tiempo, forjando un ideario y proyectando un programa dirigido a refundar la universidad y sus misiones en un sentido popular y democrático. La tarea del presente puede ser planteada en términos similares. Decía Carlevaro: “Queremos una universidad siempre cambiante pero que no obstante siga siendo siempre igual a sí misma”.7 Pasados los homenajes, en esa dialéctica nos interpelará el legado de Córdoba. Necesitamos construir un nuevo “orden de anticipación” para los problemas de nuestro tiempo. Hoy que en el continente hay más tinieblas que luces, resuena otra vez la sentencia del “Manifiesto liminar”: “Los dolores que quedan son las libertades que faltan”. Ya vendrá el movimiento que vuelva a suprimir la distancia entre reforma y revolución. Y ese será, también, el mejor modo de defender las libertades que quedan.

Semanario Brecha
25
May
18

mexico y eeuu

México-EEUU

«Animals»: Tan lejos de dios y tan cerca de EEUU

escribe: Gerardo Villagrán del Corral – CLAE / Rebelión

Donald Trump reafirmó esta semana que «algunos inmigrantes son animales», y la Casa Blanca declaró que quienes se atrevieron a denunciar los comentarios del presidente le deben una disculpa. Las autoridades mexicanas rechazaron las declaraciones de Trump, y las calificaron de absolutamente inaceptables.
No deja de llegar a la mente la conocida frase, que se le atribuye a Porfirio Díaz: Pobre México tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos, aun cuando en realidad fue escrita por Nemesio García Naranjo, un intelectual regiomontano.

Trump ya había señalado que la afluencia de inmigrantes indocumentados se debe al hecho de que su país “tiene las leyes de inmigración más tontas del mundo”, al condenar a gobiernos federales como el de California que protegen a “esos indocumentados narcotraficantes, violadores, incultos y vagos”, que son quienes mueven la economía, cosechan manzanas, naranjas, algodón, atienden la ganadería, recogen estiércol, barren las calles y generan grandes ganancias a los empleadores.

Kellyanne Conway, una de las asesoras de Trump dijo que quienes se apresuraron a juzgar al mandatario le debían una disculpa. La portavoz de la Casa Blanca, Sarah Sanders, señaló que “francamente, no creo que el término usado por el presidente fuera los suficientemente fuerte”.

Trump apenas amenazó con la construcción de un muro, que debieran pagar los mexicanos, sin atreverse a hacer lo que Israel en la Franja de Gaza (obviamente con el benplácito de Washington) cuando mató a 63 palestinos, incluidos varios niños y mujeres, e hirió con artillería ligera a otros 2.770 por querer recuperar su hábitat -de donde ingleses, franceses y estadounidenses sacaron por las armas- y protestar por el cambio de capital israelí a Jerusalem.

Siguiendo ejemplo que Trump le dio, Nikki Haley, representante estadounidense en la ONU bloqueó una propuesta para una investigación internacional de la matanza israelí y dijo, sin siquiera sonrojarse: “Yo les pregunto a mis colegas del Consejo de Seguridad: ¿quién entre nosotros aceptaría este tipo de actividad en sus fronteras? Nadie. Ningún país de esta sala actuaría con mayor moderación que la que ha mostrado Israel”.

Mientras, un incidente en Nueva York comprobó el clima antimigrante que generó Trump, pero también una respuesta de una capital de inmigrantes. El cliente de una sandwichería en Manhattan – el abogado Aaron Schlossberg- fue grabado gritando a los empleados para que dejaran de hablar en español y amenazó con llamar a las autoridades migratorias para que “echen a cada uno de ustedes de mi país… si tienen las pelotas para venir aquí a vivir de mi dinero –yo pago por su posibilidad de estar aquí-… lo menos que podrían hacer es hablar inglés”.

El New York Daily News, principal diario local, respondió con una primera plana que dice en inglés: Mensaje de Nueva York al intolerante que le gritó a mujeres por hablar español en un restaurante: y en letras más grandes, en español: ¡Jódete, idiota! Abajo, entre paréntesis, se lee: “Para los fanáticos que entienden sólo inglés, dice: Screw you, idiot.»

México en su laberinto

Las campañas políticas para las elecciones del 1 de julio, la renovada violencia delictiva y la incertidumbre en torno al Tratado de Libre Comercio de América del Norte habían colocado en segundo plano el fenómeno migratorio tanto en la amenaza y hostigamiento creciente por parte de Donald Trump, el flujo de extranjeros que cruzan el territorio para llegar a EEUU, como en la tensión bilateral generada por la decisión de Washington de movilizar tropas a su lado de la frontera.

El canciller mexicano Luis Videgaray afirmó que estas declaraciones vulneran el principio fundamental del estado de derecho, y no es sólo una invitación a la violación de las garantías individuales de las personas, sino una incitación al odio, al discurso xenofóbico: no se reconocen sus derechos humanos, su dignidad, y es incomprensible que un gobierno se sienta en libertad de no respetar estas garantías constitucionales.

Según datos dados del Banco de México, los envíos de dinero procedentes de mexicanos en territorio estadunidense en su gran mayoría, sumaron más de siete mil millones de dólares en el primer trimestre del año, monto que supera al de la inversión extranjera directa y al que representan las exportaciones de petróleo.

El país debe fijarse como objetivo la plena despenalización de la migración, tanto por parte de EEUU como en lo interno –en donde, por desgracia, la avanzada ley migratoria suele ser letra muerta–, pugnar por el reconocimiento de los derechos de los migrantes y poner sobre la mesa una realidad contundente: en tanto persistan las asimetrías económicas y sociales, la migración es necesaria y positiva para todas las partes, incluido, por supuesto, EEUU, señala un editorial del diario La Jornada.

Gerardo Villagrán del Corral: Antropólogo y economista mexicano, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, http://www.estrategia.la )
24
May
18

mayo de 68´…

Hemeroteca

Entre Mayo del 68 y la guerra de Vietnam

escribe: Francisco Fernández Buey / TopoExpress
Fuente: Texto para los cursos de Ética y filosofía política impartidos por Francisco Fernández Buey en la UPF.

 

El primer problema acerca del que hay que decidir cuando se habla del período que comprende la guerra de Vietnam y la contestación estudiantil de los 60 es este: cuáles de las manifestaciones culturales y político-culturales de entonces tienen que ser consideradas realmente novedosas y al mismo tiempo más representativas.

Para decidir sobre esto hay que solventar dos obstáculos previos. El primero es que la contestación estudiantil y la cultura a la contra afectó a numerosos países, desde los Estados Unidos de Norteamérica a Japón y desde México a Checoslovaquia, pasando por Francia, Alemania, Italia, España, Polonia, etc. Y eso sin hablar de la llamada “revolución cultural” china. Es imposible reducir todo eso a un mínimo común denominador.

El segundo obstáculo que hay que superar es que todo lo relativo al 68 se ha conmemorado y analizado tantas veces, y desde ópticas tan diferentes, que no es fácil ya distinguir entre lo que fueron manifestaciones realmente representativas de la época y lo que son reconstrucciones de la misma en función de aquellas otras cosas que más han cuajado luego o que más eco han tenido en nuestras sociedades.

Pondré un ejemplo sobre esto. Se ha hecho habitual afirmar que durante aquellos años, en torno a 1968, toman cuerpo los tres principales movimientos sociales “nuevos” del siglo XX: ecologismo, feminismo y pacifismo. Pero el estudio de los documentos de aquellos años desautoriza esta afirmación y obliga a numerosas matizaciones en los casos de París, Praga, Barcelona, Milán o Berlín, aunque resulta, sí, más verosimil para el caso norteamericano. Es más: si se da prioridad a los casos, emblemáticos, de la contestación estudiantil en París, a la universidad crítica berlinesa o el disenso ciudadano en Praga seguramente habría que decir que feminismo, ecologismo y pacifismo han nacido algo después y precisamente en oposición a la línea principal de la cultura sesentayochesca. Teniendo en cuenta esta consideración, y también las limitaciones de tiempo, me he inclinado por priorizar tres de las manifestaciones culturales que tomaron cuerpo en esos años: el nacimiento de la contracultura en USA, el papel del situacionismo en Francia y la propuesta berlinesa de universidad crítica y abierta. Esto significa atender preferentemente (aunque, desde luego, no sólo) a la influencia que tuvieron en esos años ideas expresadas por Theodore Roszak, Herbert Marcuse, Guy Debord y Rudi Dutchke.
2
La intervención norteamericana en Vietnam data de los primeros años de la década de los sesenta, de la época de la administración Kennedy. Comienza con el envío de asesores de los servicios de inteligencia en apoyo del régimen existente en Vietnam del Sur y se convierte progresivamente en intervención militar abierta desde 1964. La guerra de Vietnam se prolongaría durante toda la década hasta la retirada definitiva de las tropas de los EE.UU en 1972. El momento culminante de la guerra tuvo lugar, sin embargo, en la segunda mitad de la década de los sesenta, que es también el momento en que se multiplican los movimientos estudiantiles y universitarios en todo el mundo según una secuencia que incluye California, Madrid y Barcelona, Berlín, París, Milán, Praga, Londres, Ciudad de México, Pekin, Tokio, Varsovia, Frankfurt y muchas otras ciudades con una población universitaria importante.

Con independencia de las causas inmediatas de la eclosión de estos movimientos estudiantiles, en todos los casos estuvo presente la protesta contra la guerra de Vietnam, y más concretamente contra la invasión militar norteamericana de la región del Sudeste asiático. En Estados Unidos de Norteamérica la protesta inicial, en 1964, contra el autoritarismo vigente en la gestión de las universidades, y concretamente en Berkeley (California), se juntó en seguida con la lucha en favor de los derechos civiles y ésta con la oposición, cada vez más generalizada, al reclutamiento para la guerra. En Latinoamérica la protesta estudiantil enlazó en seguida con el antinorteamericanismo tradicional, agudizado por lo que se consideraba una nueva agresión imperialista, y ésto con la atracción por la actividad de la guerrilla, de la que el poeta salvadoreño Roque Dalton dijo por entonces que era “lo único limpio que quedaba en el mundo”.

Ernesto Che Guevara había vinculado las luchas guerrilleras con el llamamiento a crear varios Vietnam; y después de su muerte, en 1967, esa idea guevarista fue repetida en numerosas movilizaciones estudiantiles no sólo en el cono sur sino también en algunas ciudades europeas. Los ecos de la protesta contra la intervención norteamericana en Vietnam en favor de un régimen dictatorial desprestigiado entre la población y de aquel llamamiento de Ernesto “Che” Guevara llegaron también a Europa. Este eco era ya muy perceptible en los discursos de los líderes estudiantiles de la Universidad Libre de Berlín aquel mismo año 1967. Y desde 1968 se convirtió en el elemento unificador de las vanguardias más politizadas prácticamente en todos los lugares en que cuajó la protesta estudiantil: en París, en Milán y en Roma, en Madrid y en Barcelona, en Londres, etc.

La importancia de la protesta contra la guerra, que actúa como transfondo o hilo rojo unificador de la gran mayoría de las protestas estudiantiles de la segunda mitad de los sesenta en todo el mundo, es un hecho reconocido por todos los autores que se han ocupado de los movimientos sociales y de la cultura juvenil de esta época. Con matices y diferentes acentuaciones aparece en las obras, documentos, panfletos y ensayos que se pueden considerar más representativos de aquel momento: en las obras de Theodore Roszak sobre el nacimiento y desarrollo de la contracultura en los EE.UU; en el análisis que entonces hizo Noam Chomsky sobre el papel de los intelectuales; en las conversaciones y discusiones de Herbert Marcuse con los estudiantes berlineses, en 1967, sobre el fin de la utopía; en las imágenes que han quedado de las asambleas y manifestaciones de los estudiantes de la Sorbonne y de Nanterre durante la rebelión de mayo de 1968; en los manifiestos inaugurales del “Living Theater”; en los documentos del movimiento estudiantil italiano y en los documentos del movimiento estudiantil en España a partir de 1967.

Habría que añadir que la protesta contra la guerra de Vietnam fue también en esos años el principal factor de aproximación entre los movimientos y organizaciones estudiantiles y muchas otras manifestaciones político-culturales, o culturales en sentido amplio, animadas por diferentes intelectuales, artistas y profesionales tanto en Europa como en otros lugares del mundo. Esta protesta contra la guerra está muy presente en la actividad de Bertrand Russell en Gran Bretaña y de Jean Paul Sartre en Francia; en las declaraciones del Movimiento Pugwash, formado por científicos de todo el mundo comprometidos en la lucha contra las armas nucleares y contra la utilización de armas químicas y biológicas; en las canciones de los Beatles, de Bob Dylan y de Joan Baez; en los relatos contemporáneos de Norman Mailer; en el teatro de Peter Weiss y en el cine de Bertolucci.

No hay más que repasar la lista de los primeros firmantes del manifiesto para la creación de un tribunal internacional llamado a juzgar los crímenes de guerra en Vietnam, manifiesto animado por la Bertrand Russell Peace Foundation, en 1967, para darse cuenta de la dimensión y pluralidad de este otro movimiento que tantos puntos de contacto tuvo con el movimiento universitario: Gunther Anders, Lelio Basso, Simone de Beauvoir, Lázaro Cárdenas, Stokely Carmichael, Josué de Castro, Vladimir Dedijer, Isaac Deutscher, Danilo Dolci, Jean-Paul Sartre, Laurent Schwartz, Peter Weiss.

Es importante decir que ninguno de esos autores era en 1967-1968 “pacifista” en el sentido que luego tomaría esta palabra a mediados de los ochenta, ante el espectro de una guerra librada con armas nucleares en el escenario europeo. Todos ellos estaban a favor de una salida negociada y honorable de la guerra, pero todos ellos condenaban la intervención norteamericana en Vietnam, como una manifestación de “la barbarie del mundo libre”, llamaban la atención de la opinión pública sobre la destrucción que el ejército norteamericano estaba llevando a cabo con napalm en las selvas vietnamitas y apoyaban, además, con mayor o menor decisión según los casos, el punto de vista de Ho Chi Mihn, presidente de Vietnam del Norte, y del Frente de Liberación de Vietnam, el vietcong de Vietnam del Sur, orientado entonces por el partido comunista aunque con participación de otras personalidades (por ejemplo, de una importante minoría budista). Eran, eso sí, antimilitaristas, simpatizantes de la revolución, aunque críticos también de la burocratización del socialismo en la Unión Soviética. Eran declaramente anticapitalistas y aceptaban, en aquel caso exremo, la necesidad de la violencia para hacer frente a la violencia. Con algunos matices que luego comentaré el abanico de ideas representado por estos autores fue también el que predominó en las vanguardias de la mayoría de los movimientos estudiantiles de la época.
3
Pero lo que acabó convirtiéndose en 1968 en uno de los hilos de las movilizaciones estudiantiles y universitarias no estuvo, naturalmente, en su origen. Se suele decir que la revuelta de Berkeley fue el primer aldabonazo de los movimientos estudiantiles. Eso ocurría en el otoño de 1964. Y su causa inicial fue la protesta contra la forma autoritaria de gestionar la universidad pública. Quienes iniciaron la protesta en los EE.UU eran en su mayoría los hijos de las clases medias del final de la segunda guerra mundial, jóvenes que habían nacido justo al acabar la guerra, excelentes estudiantes (como Mario Savio) y que mostraban su descontento tanto por la forma en que estaban siendo tratados por los órganos directivos de la universidad como por la inadecuación de los programas académicos y por la discriminación de las minorías, en particular de los negros. En este incipiente movimiento estudiantil norteamericano hay un vínculo muy claro con el movimiento, más amplio, en favor de los derechos civiles. De hecho, el conflicto nació en Berkeley como una extensión del movimiento en favor de los derechos civiles para convertirse casi inmediatamente en un conflicto que ponía el acento en los problemas de fondo de la universidad, de la “Multiversidad”, como la llamaron.

En la primera revuelta de Berkeley aparece ya uno de los temas que se reiteraría en todas las protestas estudiantiles de la segunda mitad de la década: la contradicción existente entre lo que para las autoridades académicas (en EE.UU o en Europa) era definido como progresiva “masificación” de la universidad y que para los estudiantes que se rebelaban era profunda inadecuación de la universidad a la ya inevitable generalización de la enseñanza superior en una fase nueva. La extensión del principio de igualdad de oportunidades chocaba clamorosamente con las viejas estructuras universitarias. He dicho “generalización inevitable” de la enseñanza superior. Y quería justificar aquí el uso de este adjetivo. Inevitable, en primer lugar, por las consecuencias, muy evidentes, del crecimiento demográfico que se había producido al acabar la segunda guerra mundial. Hay que tener en cuenta a este respecto que, en aquel momento, en América y en varios de los países europeos, más del 50% de la población tenía menos de 25 de años de edad. Eran, pues, muchísimos los nacidos entre 1945 y 1950 que estaban llamando a las puertas de las universidades. E inevitable, en segundo lugar, porque la recuperación económica de la postguerra, las transformaciones tecnocientíficas aplicadas a la producción y la vigencia del principio de igualdad de oportunidades obligaban a los Estados a abrir el entonces aún muy restringido acceso a los estudios universitarios.
4
De ahí surgen dos conflictos paralelos que en la segunda mitad de la década de los sesenta pasarían a primer plano. El primero tiene que ver con la persistencia de las formas autoritarias en la vida universitaria: en la relación profesor/alumno determinada por el “mandarinato” y la clase magistral sin discusión ni crítica y en la gestión tecnocrática de la universidad en manos exclusivamente de las autoridades. Precisamente de la crítica de esta situación surgió el tan perceptible elemento “antiautoritario” en todos los movimientos estudiantiles de la época.

Hay, desde luego, muchos matices entre el “antiautoritarismo” de los estudiantes de Berkeley entre 1964 y 1967, de los estudiantes de París y Berlín entre 1967 y 1968 y de los estudiantes de Madrid o Barcelona a partir de 1968; matices que pueden analizarse a partir de la comparación entre la idea marcusiana de la “tolerancia represiva” funcional a las sociedades industriales avanzadas, la idea berlinesa de la “contrauniversidad”, tan funcional al particular estatus que la ciudad de Berlín, dividida, tenía entonces, y el carácter antidictatorial, prodemocrático, antifranquista, que el movimiento estudiantil tuvo aquí en sus orígenes. Pero hay que decir que, a pesar de las diferencias, pronto se produjo una identificación en la crítica del autoritarismo, con la crítica de la tecnocracia y con la crítica de la sociedad de consumo. Esta identificación es patente ya en algunos de los documentos del movimiento estudiantil barcelonés a finales de 1966 y comienzos de 1967, documentos que esbozan el enlace con lo que sería la línea principal de los otros movimientos estudiantiles europeos desde 1968.

El segundo conflicto se produjo en torno a los contenidos y las materias de los estudios académicos universitarios. Tanto en Berkeley y en otras universidades norteamericanas como en las principales universidades europeas los estudiantes de Letras, Economía y Ciencias Sociales principalmente (pero, en algunos casos, también los de Derecho, Arquitectura e Ingeniería) consideraban anacrónicos los planes de estudio entonces existentes y/o exclusivamente funcionales a la formación autoritaria en la sociedad de consumo. En todas partes hubo una misma insistencia: planes de estudio y temarios estaban muy alejados de los problemas cotidianos (sociológicos, sexuales y psicológicos) que más interesaban entonces a los jóvenes. Fue la denuncia de la incapacidad institucional para tratar estos problemas desde una perspectiva global, no fragmentaria, lo que acabó de poner en crisis la universidad tradicional, “napoleónica”, “tecnocrática” o “autoritaria”, como se decía, según los países.
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Sobre estos dos conflictos tomó cuerpo un tercero: el conflicto entre generaciones, el conflicto intergeneracional. Esto no es nada nuevo. Está presente, de manera más o menos abierta o larvada, en cualquier momento histórico. Pero en aquellos años se acentuó y agudizó por el motivo demográfico antes dicho (el peso cuantitativo de los jóvenes en la pirámide de edades) y porque la mayoría de los jóvenes dejaron de creer que sus mayores tuvieran que seguir dirigiendo la universidad y la sociedad en la forma en que lo hacían. Vieron en esta forma un obstáculo que se oponía a que cuajaran las nuevas ideas, creencias y costumbres que estaban surgiendo.

He dicho ya que para los estudiantes que se rebelaban en la segunda mitad de la década de los sesenta esta creencia tomó la forma de oposición abierta al autoritarismo en los centros de estudio (gestionados por los mayores). Habría que añadir ahora que desde 1968 esta crítica se amplió al autoritarismo existente en la familia (dominada por la estructura patriarcal), en las relaciones entre los sexos y en conjunto de la vida social (en la que lo que contaba eran los gustos, las costumbres, los gestos, la vestimenta, las expectativas y las necesidades de los mayores). De modo que la forma mínima e inicial de la protesta juvenil fue oponer otros lenguajes, otra imagen física, otros espacios para la relación, otra manera de vestir, otra manera de entender las relaciones sexuales. En suma, otra manera de estar en el mundo.

Para ponerse en situación en esto basta con reflexionar sobre un hecho, en mi opinión decisivo, muy relacionado con la demografía: si los 90 son los años de la “viagra”, la píldora para viejos en una sociedad envejecida, los 60 son los años de la píldora anticonceptiva, entonces la “píldora” sin más, para jóvenes de una sociedad en la que los jóvenes eran mayoría y exigían algo más que la palabra. Y para entender la pérdida de predicamento de los mayores en aquellas circunstancias y la dimensión auténtica de este conflicto hay que tener en cuenta otros dos factores: la dificultad que los jóvenes tenían entonces para disfrutar de las relaciones sexuales en un espacio propio de la casa familiar y la relativa facilidad con que, en cambio, se podía encontrar un empleo estable (o casi) en sociedades para las cuales el pleno empleo era casi un dogma. A partir de ahí se entiende bien el que el “irse de la casa paterna” para vivir con otros jóvenes en comunas (urbanas o rurales) se generalizara a una edad bastante temprana. Independientemente del éxito o del fracaso de tantas experiencias de este tipo, ahí está origen de otro de los movimientos del momento: las comunas como alternativa a la familia tradicional y como prefiguración de un nuevo tipo de relación social.

La forma extrema del conflicto intergeneracional tomó cuerpo en una idea que pronto se convirtió en slogan del Free Speech Movement y que luego se repetiría muchísimas veces en todos los casos de contestación estudiantil: “Desconfía de los que tienen más de 30 años”. Esa idea nació entre estudiantes universitarios. Pero cuajó también fuera de las universidades, al margen de las protestas, de la contestación y de las ocupaciones de las aulas: en las fábricas y en la sociedad en general. De ahí nace la “cultura juvenil”, con su aspiración a la diferenciación en todo: en el vestir, en el relacionarse con otros, en el aparentar, en la forma de oir música o de hacer teatro, en el contar. A medida que la contestación estudiantil fue en aumento, desde 1964 a 1969, tanto en Estados Unidos como en Europa la edad media de los participantes en asambleas, sentadas, demostraciones lúdicas y manifestaciones de protesta sería aún más baja, al incorporarse numerosos estudiantes de la enseñanza secundaria que estarían entonces entre los 14 y los 17 años.
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Si se compara la revuelta de Berkeley en 1964 con las protestas y movilizaciones que tuvieron lugar en esa y otras muchas universidades norteamericanas o europeas desde 1967 hay una cosa que ha cambiado. En 1967 la crisis empezó en Berkeley con una sentada de un grupo de postgraduados contra el reclutamiento para la Marina entre miembros del sindicato estudiantil. Los efectos de la guerra de Vietnam sobre la juventud norteamericana están ya en primer plano. Se empiezan a conocer no sólo los efectos de la barbarie sobre el pueblo vietnamita sino también el número de muertos entre los jóvenes norteamericanos enviados a la guerra. Y este conocimiento convierte la protesta en el objeción a las armas y la objeción en insumisión, en desobediencia civil.

Es el momento de decir que la movilización estudiantil de aquellos años jugó un papel muy importante en el desenlace de la guerra de Vietnam. El que la fase más aguda de esta guerra, entre 1967 y 1969, se resolviera finalmente a favor del contendiente más débil (militar, tecnológica e industrialmente) es una anomalía histórica, una excepcionalidad. Y esta excepcionalidad no se puede explicar únicamente a partir de la inteligencia militar, política y organizativa del Vietcong, de Ho Chi Minh y del general Giap. Ni siquiera añadiendo a eso la reconocida capacidad de resistencia del pueblo vietnamita a lo largo del siglo. Para que esto llegara a ocurrir hay que tener en cuenta otros tres factores. El primero de ellos fue la mera existencia en las proximidades del conflicto de otras dos potencias militares (la URSS y China). Pero los otros dos factores tienen que ver precisamente con la amplitud de la protesta contra esta guerra (no sólo juvenil ni sólo universitaria). Primero en los EE.UU. al producirse una “contracultura” que acabó dando en crisis social interna. Y luego en toda Europa.
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¿Qué rasgos tuvo lo que entonces se llamó “contracultura”? Muy heterogéneos. Tan heterogéneos que sin el transfondo de la guerra de Vietnam, que actuó como elemento catalizador, seguramente la “contracultura” nos parecería un mosaico de ideas y actitudes fragmentadas, incomponibles. Lo primero que hay que decir a ese respecto es que lo se llamó “contracultura”, aunque cuajó mayormente entre los jóvenes, sobre todo en EE.UU., es una combinación de expectativas y actitudes juveniles con teorizaciones de los seniors que influyeron o quisieron dar un sentido, bien más global, bien más particular y concreto, al movimiento de protesta en marcha: Theodore Roszak y Herbert Marcuse, Allen Ginsberg y Alan Watts, Timothy Leary y Carlos Castaneda, D.L Laig y Paul Goodman eran, en su mayoría, autores de los que, si nos atenemos al slogan antes mencionado, habría que haber desconfiado por su edad.

La “contracultura” de aquellos años tuvo, para empezar, un halo neorromántico. En su filosofía y en su práctica hay varios temas y actitudes que recuerdan el romanticismo histórico. Enumeraré algunos: la crítica radical de la ciencia y del complejo tecnocientífico; el comunitarismo; la atracción por el misticismo y por las religiones orientales; el énfasis rousseauniano que se puso en la vuelta a la naturaleza; el papel central que se concedió a los sentimientos y la imaginación frente a la razón tecnocrática e instrumental; la atracción por las drogas y los alucinógenos (tanto por evasión como por experimentalismo); la importancia concedida a lo cognitivo frente al punto de vista analítico; la tendencia a relacionar todo con todo, al pensamiento holístico; la aspiración a una psicología crítica de las alienaciones y al mismo tiempo geltaltista, etc.

La cultura a la contra tuvo una primera y aparente manifestación ya en el lenguaje mismo. En los países anglosajones se hizo habitual en aquellos años hablar de (y defender) “anticulturas” y “antientornos”, “antiteatro” y “antipoesía”; las comunas eran presentadas como “antifamilias”; la liberación psíquica y sexual se asimilaron a la “contrapsiquiatría”; los experimentos alternativos en el ámbito de la enseñanza se llamaron “antiescuela” o “contrauniversidad”. Se aspiraba, en todos los casos, a crear “contrainstituciones”. “Contra” y “anti” quería decir, en suma, definitivamente fuera del sistema o, a lo sumo, en sus márgenes. De ahí nació también la aspiración a otra prensa, a la prensa underground (no sólo a un uso alternativo de los medios de comunicación existentes) así como la idea de crear redes o canales de comunicación escritos o de transmisión de músicas y de imágenes fuera de los circuitos institucionalmente establecidos.

Puesto que para la contracultura la forma alternativa era tan esencial como los contenidos se difundió la idea de que en todo -anti hay ya un elemento de subversión de lo establecido. Así, por ejemplo, en las entonces muy divulgadas justificaciones del LSD y de otras drogas. He aquí una: ”El imperio se enriquece, se urbaniza y depende cada vez más de cosas materiales, y es entonces cuando los nuevos movimientos subterráneos salen a la superficie […] Todos son subversivos. Todos tienen un mismo mensaje: drógate, sintoniza, abandona. ¿Acaso puede funcionar el mundo sin LSD?”.

Lo interesante es que en ese ámbito llagaran a aproximarse y a coincidir figuras tan distintas como el hippy radicalmente pacifista, los panteras negras defensores de la violencia en favor del poder negro en EE.UU. y dirigentes estudiantiles que, como Mario Savio, el principal organizador de la protesta en Berkeley, eran al mismo tiempo los mejores estudiantes del establishment universitario. Tal vez, pues, lo más característico de lo que se llamó “contracultura” fue la proliferación de formas y actitudes distintas en un marco que Herbert Marcuse definió en sy momento como “el gran rechazo”, “la gran negación”. Del dinero, de la sexualidad reprimida, del poder establecido. Mientras un día los hippies de Nueva York invadían la bolsa y hacían pedacitos con los billetes de dólar para luego tirarlos como confetti, otro día en San Francisco aparecían grupos que se manifestaban por el centro urbano completamente desnudos para llamar la atención sobre la tolerancia represiva en cuanto a las costumbres sexuales. Lo que no era obstáculo para coincidir luego en las marchas contra la guerra con panteras negras, guevaristas y maoístas.

No es fácil entender ahora cómo llegaron a combinarse dos almas tan distintas en la contracultura americana de los sesenta: el alma hyppi y el alma revolucionaria (guevarista, marxista, marcusiana, de los panteras negras). Pero fue así. Y la explicación de eso seguramente fue la facilidad de la traducción recíproca de los lenguajes de tradiciones y actitudes tan diferentes ante el asunto central de la guerra de Vietnam. Por debajo de las diferencias en la crítica de la guerra en curso y más allá de las diferencias de lo que entendían por “paz” grupos y movimientos tan distintos, la oposición al reclutamiento, las llamadas a la deserción y la desobediencia civil unificaban lenguajes. Vertirse de flores, usar “bicis blancas” en la ciudad dominada por el automóvil, diferenciarse persistentemente de los mayores en la forma de vestir, dejarse el cabello largo, huir de la familia para ir a establecerse en una comuna rural, proletarizarse, mezclarse con los negros donde eso estaba mal visto, organizar marchas contra la guerra, participar en una “sentada” en la que se cantaba el “No, no nos moverán” o el “Submarino amarillo”, publicar un periódico underground: son formas varias, unas veces en competición, otras en aproximación, de lo que se llamó el Gran Rechazo, formas que seguramente no habrían coincidido sin el espectro de fondo que atenazaba a los jóvenes y a sus familias: la guerra de Vietnam.

Julián Beck, director del “Living Theater”, que había sido expulsado de Nueva York en 1964, lo dijo así en un manifiesto versificado, que es al mismo tiempo un homenaje al 68, escrito en Londres y que lleva por título “Paradise Now”:

1968
Soy un mago realista
Veo a los adoradores del Che
Veo al hombre negro
forzado a aceptar
la violencia
Veo a los pacifistas
desesperar
y aceptar la violencia
Veo a todos, todos, todos
corrompidos por las vibraciones
vibraciones de violencia de la civilización
que están sacudiendo nuestro único mundo

Queremos
zaparles
con santidad
Queremos
levitarles
con alegría
Queremos
desarmarles
con filtos de amor
Queremos
vestir al infeliz
con una túnica blanca
Queremos
revestir de música y verdad
nuestra ropa interior
Queremos
que el país y sus ciudades resplandezcan
con actos creadores.
Y lo haremos
irresistible
incluso a los racistas
Queremos cambiar
el carácter demoníaco de nuestros oponentes
en una exaltación creadora.
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“La imaginación al poder”. De todas las frases acuñadas por los movimientos de aquellos años, ésta es la más célebre. Y la más repetida. Tan célebre y tan repetida que hace ya mucho tiempo que se trivializó. Ya no quiere decir nada o quiere decir cualquier cosa. Cuando se la usa ahora, por lo general sugiere una de estas dos cosas: hyppis y provos, protesta lúdica, ecologista y pacifista. Y a veces cuando se la emplea ahora acaba queriendo decir casi lo contrario de lo que quiso decir la primera vez que alguien la escribió en un muro. Voy a restituir su sentido original. Esa frase cerraba una breve pero contundente declaración de principios en la entrada principal de la Sorbona de París asediada por la policía. Decía así:

“Queremos que la revolución que comienza liquide no sólo la sociedad capitalista sino también la sociedad industrial. La sociedad de consumo morirá de muerte violenta. La sociedad de la alienación desaparecerá de la historia. Estamos inventando un mundo nuevo original. La imaginación al poder”.

No me extraña que un situacionista como Guy Debord se muriera de risa, diez años después, al constatar lo que la “sociedad del espectáculo” había conseguido hacer con esa y otras muchas frases célebres del movimiento del 68.

En relación con esta risa de Guy Debord hay todavía un par de nociones que surgieron entonces al calor de la cultura a la contra, entre los Estados Unidos y Europa. La primera es la noción de “paradigma”, que, desde su primera formulación por T.S. Kuhn, invadió las ciencias sociales y la historiografía de la época. La segunda es la noción de “proletarización” (en su doble acepción de “pobre” y “proletario”).

Se podría decir que “paradigma” es la palabra que más plásticamente resume el espíritu de la contracultura de los 60, su talante postpositivista y neorromántico. Lo recubre todo: una nueva concepción del mundo (aunque no sea del todo explícita), un nuevo método globalizador u holístico de aproximación a la realidad y una nueva manera de entender el papel de la ciencia en su historia, la ciencia en acto (tan vinculada al “poder desnudo”). “Paradigma” es una palabra que recoge el distanciamiento de la época respecto de las cosmovisiones o concepciones del mundo tradicionales y prefigura al mismo tiempo una nueva concepción que quiere integrar lo local y lo planetario, lo global y lo particular, la pluralidad y la complejidad. El éxito de la palabra (en seguida se habló de “nuevos paradigmas” en todos los campos y aún se habla de eso) radica en que permite enlazar bien el espíritu crítico de la contracultura con la reorientación de las ciencias sociales académicas que aspiraban a su institucionalización universitaria.

La otra palabra es “proletarización”. En el ámbito anglosajón eso alude generalmente a la revalorización de “lo pobre” en la cultura propia: en la pintura, en la música, en la poesía, en el cine, en el teatro, en el vestir. Apunta a una inversión de los valores vigentes, hacia una transmutación de todos los valores establecidos, pero particularmente allí donde se cree que es posible actuar y crear efectivamente de manera alternativa (no en el ámbito de la política institucional, del poder político, que se ve ya muy alejado, inalcanzable). Lo pobre acepta su vínculo directo con “lo underground”, pero tiende a rebasarlo provocadoramente.

En Europa, en cambio, y sobre todo en Francia, Holanda, Alemania e Italia, la llamada sesentayochesca a la “proletarización” trata de enlazar en forma directa con aquella parte de las tradiciones revolucionarias, un día vanguardistas, que se habían conservado más vivas y más críticas: ciertas corrientes anarquistas y marxistas que quedaron desplazadas ya en los años veinte y treinta por el leninismo y por el estalinismo. La Internacional Situacionista en Francia, los “enragés” del mayo francés, el movimiento de los “provos” en Holanda y la mayoría de los dirigentes de la universidad crítica en Berlín o del movimiento estudiantil en Italia son exponentes de este punto de vista, que también se encuentra representado en algunas de las organizaciones estudiantiles de Madrid y Barcelona (sobre todo después de 1968).

La llamada a la “proletarización” refleja bien, en Europa, la tensión interna de un movimiento que nació en la Universidad, entre estudiantes, pero que quería enlazar cuanto antes y como fuera con el movimiento obrero, con los trabajadores de las fábricas, o, como en caso de Berlín, con el “proletariado mundial” representado por los pueblos del Tercer Mundo. “Proletarización” quería decir, además, “control obrero”, “autogestión” de la producción. Y esa idea es inseparable, en aquel momento histórico, de dichos tan conocidos y repetidos como que “bajo el pavés está la playa” o que “la humanidad sólo será feliz el día en que el último burócrata haya sido colgado con las tripas del último capitalista”.

Hoy esto seguramente suena a chino. Pero en su momento el general De Gaulle entendió muy bien, en francés, aquel lenguaje. No hay que olvidar a este respecto que el momento decisivo del mayo francés, cuando De Gaulle desaparece de París para entrevistarse con los jefes del ejército (un hecho histórico muy bien captado, por cierto, en una célebre película de Louis Malle), se produjo justo en la semana en que estudiantes y obreros habían logrado, por fín, conectar, hacerse entender, en las fábricas y en la calle. Y que todo lo que vino después, a pesar de la emotiva despedida del movimiento estudiantil — ”Esto es sólo el comienzo”– no fue precisamente “un comienzo”, como se quería, sino un final de época. Pero eso lo sabemos ahora. No entonces.

 

 

 

23
May
18

GIULIANI …

LAS MENTIRAS DE ED. NOVICK Y SU GURÜ YANKI

Giuliani y la leyenda de las ventanas rotas

escribe: Federico del Castillo / antropólogo egresado de la Universidad de la República, magíster en Criminología por la City University of New York

La inseguridad es uno de los asuntos más debatidos en Uruguay. Y lo es no sólo por sus nefastas consecuencias sociales, sino porque, como todo problema social complejo, carece de soluciones simples. Criminólogos, psicólogos, juristas, antropólogos, sociólogos, economistas, geógrafos, matemáticos y todo tipo de especialistas de distintas partes del mundo debaten desde hace más de 100 años sobre las causas del delito y las estrategias más efectivas para enfrentarlo. Sabemos algunas cosas (no tantas como desearíamos), pero los consensos son mínimos frente a los interrogantes que presenta un tema tan delicado. Frente a esta complejidad, llama la atención la facilidad con la que ciertos líderes políticos enuncian recetas inspiradas en el sentido común para solucionar de una vez por todas los problemas de seguridad que nos aquejan. En particular, desde sectores conservadores prevalecen posturas de “mano dura”, que demandan una serie de cambios severos en el sistema de Justicia con el objetivo de combatir el delito de forma drástica y en el corto plazo. La premisa de estos discursos es que el delito es inevitable y que existe gente deshonesta e irrecuperable que debe ser quitada de circulación. Así, el problema de la inseguridad se solucionaría con recetas simples, como por ejemplo el endurecimiento de penas, la militarización de la Policía y el aumento del número de policías en las calles.

En medio del debate sobre la seguridad en Uruguay, la reciente visita de un equipo de representantes de la firma Giuliani Security & Safety traído al país por el empresario Edgardo Novick no pasó desapercibida. Rudolph Giuliani cobró notoriedad durante sus dos mandatos como alcalde de Nueva York (1994-2001) por haber aplicado la teoría de las ventanas rotas para reducir el delito. Esta teoría, articulada por primera vez por James Q Wilson y George L Kelling en 1982, postula que las manifestaciones de desorden público, como la prostitución, la mendicidad, el grafiti y la presencia de personas durmiendo en la calle, producen criminalidad. En este sentido, la tolerancia frente a este tipo de actividades envía a los delincuentes el mensaje de que nadie se preocupa por mantener el orden en el entorno y que, por lo tanto, tienen vía libre para cometer delitos graves, ya que nadie ejerce autoridad allí. En otras palabras, una ventana rota que no se repara (un grafiti) produce más ventanas rotas (homicidios). Por consiguiente, la Policía debe enfocarse en controlar inflexiblemente el desorden público para evitar el crecimiento de la criminalidad.

Fue así que, bajo el mandato de Giuliani, la Policía de Nueva York concentró sus esfuerzos en mantener el orden público mediante un enfoque de “tolerancia cero”, persiguiendo faltas menores y ejerciendo duros controles en los espacios públicos. La Policía incrementó su margen de discrecionalidad a la hora de hacer detenciones y arrestos, y concentró su trabajo en territorios con altos niveles de vulnerabilidad social. Al poco tiempo, Nueva York comenzó a experimentar una marcada reducción de los delitos. Concretamente, entre 1990 y 1998 se registraron reducciones de 70% en homicidios, de 60% en robos y de 60% en delitos violentos en general. Rápidamente, la caída en el delito fue asociada al régimen policial de tolerancia cero impulsado por Giuliani.

Sin embargo, esta idea ha sido cuestionada desde las siguientes tres líneas de argumentación. 1) La reducción del delito en Nueva York no se debe a la tolerancia cero sino al fenómeno estadístico llamado “regresión de la media”, que sostiene que una variable (por ejemplo, el delito) con valores atípicamente altos en determinado momento tenderá a reducir su valor en el futuro, acercándose a valores promedio. En este caso, los barrios de Nueva York con más delitos a principios de la década de 1990 fueron también los que registraban más delitos en la de 1980. Por lo tanto, estos valores se reducirían inevitablemente a los valores promedio de toda la ciudad, con o sin ventanas rotas. 2) Las reducciones en el delito en Nueva York se extienden hasta el día de hoy, y durante todos estos años las intervenciones para combatirlo han sido muy diversas (no exclusivamente policiales). Si es así, ¿por qué deberíamos atribuir la mejora de la seguridad a un único tipo de intervención policial? 3) Durante los años 90, toda la Norteamérica anglosajona registró reducciones en los delitos, incluso en lugares como San Diego o Canadá, donde la Policía ha impulsado tradicionalmente modelos de policía comunitaria y de proximidad, muy alejados del paradigma de la tolerancia cero. Si el delito se redujo en casi toda la región, donde la teoría de las ventanas rotas no estaba siendo puesta en práctica, ¿no sería más lógico atribuir esta tendencia global a factores demográficos o económicos de gran escala, en lugar de a un tipo específico de tácticas policiales que tuvieron lugar en un lugar y en un momento histórico determinados?

Pero más allá de su efectividad o inefectividad para reducir el delito, es importante pensar sobre los efectos sociales de la teoría de las ventanas rotas. La premisa detrás de la teoría es simple: el desorden público produce delitos. Pero “desorden público” no significa lo mismo para todo el mundo, y en cada definición particular entran en juego prejuicios de clase, étnicos y raciales. El aumento de la discrecionalidad policial para efectuar arrestos por desorden público tuvo consecuencias muy negativas para grupos sociales minoritarios. En la Nueva York de los 90, cientos de miles de jóvenes negros y latinos sufrieron detenciones y arrestos por dormir en la vía pública, por juntarse con sus amigos en una esquina, por llevar un porro en su bolsillo, incluso por ocupar dos asientos en el subte. El resultado de ello fue una masiva criminalización de la pobreza –concentrada por entonces en barrios neoyorquinos de minorías raciales y étnicas– y la consiguiente erosión de las relaciones de la Policía con estas comunidades.

Todo esto importa para Uruguay, donde los asuntos de seguridad dominan el debate público. La discusión en nuestro país no debería ser rehén de propuestas pro “mano dura” y de tolerancia cero para “ganarle la partida a la delincuencia” cueste lo que cueste, sino guiarse por una conversación seria, constructiva e informada acerca del tipo de Policía que necesitamos. En este sentido, resulta interesante pensar en una Policía profesional y proactiva, que incorpore los avances en materia de análisis criminal e innovación tecnológica registrados en los últimos años a un trabajo de prevención del delito de base comunitaria. Esto es, trabajando en conjunto con la ciudadanía y los sectores público y privado para pensar en soluciones frente a los problemas que generan criminalidad en los barrios, en un marco de respeto a los derechos humanos y protección de las libertades individuales. De esta forma, tendríamos una Policía inteligente y analítica, efectivamente volcada a la prevención del delito y las violencias, comprometida con la participación civil en asuntos de seguridad y adherida a la legalidad.

La síntesis de este debate, por supuesto, no existe. Ciertamente, las soluciones no se encuentran en ningún manual de recetas ni existen gurús con respuestas mágicas. Sin embargo, este último tipo de Policía parece aproximarse mejor a las necesidades de Uruguay. Especialmente en comparación con una Policía concentrada en criminalizar el desorden público amenazando las libertades individuales.

 




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