20
Abr
24

MIENTEN en la CARA MISMA de los POBRES DESCARADAMENTE, se DAN CUENTA ?

CUESTIÓN DE PRIORIDADES

Pobreza, desigualdad y sus regiones ocultas:

No es lo mismo la desigualdad que la pobreza, pero la primera es de algún modo el tobogán que conduce a la segunda.

Caras y Caretas Diario

La estadística acaba de darnos a conocer las cifras de la pobreza en Uruguay. No son buenas noticias, y si alguien lo pone en duda, debería irse a vivir dos o tres días en un asentamiento.

Los analistas intentan explicar esos números, aclararlos, echar luz incluso sobre sus regiones ocultas (que las tienen, por más números que sean). En efecto, no es lo mismo el 10,1 % más pobre del total de la población, que el 20,1 % más pobre de todos los niños, en especial de cara a las consecuencias a mediano y largo plazo de semejante situación.

Habría también que preguntarse cuál es la actitud con la que nosotros, es decir, la sociedad, recibimos esos números y cuál es nuestro bagaje de emociones y sentimientos, incluidos el escepticismo y la más cruda indiferencia, a la hora de ensayar algún tipo de reacción, que puede transitar desde la angustia a la más olímpica indiferencia, o incluso al desdén y a la satisfacción malévola.

Bien dice nuestro gran Eduardo Galeano en su obra “Patas arriba. La escuela del mundo al revés”, publicado en 1998 y clasificado por alguien, vaya ironía, dentro del estilo “ficción”, que: «Nunca el mundo ha sido tan injusto en el reparto de los panes y los peces… Hasta hace veinte o treinta años, la pobreza era fruto de la injusticia… Los tiempos han cambiado rápidamente: la pobreza es el justo castigo que la ineficacia merece o un modo de expresión del orden natural de las cosas. La pobreza se ha desvinculado de la injusticia y la propia noción de injusticia, que antes era una certeza universal, se ha desdibujado hasta desaparecer…».

 Galeano, por desgracia, sigue teniendo razón. No es lo mismo la desigualdad que la pobreza, pero la primera es de algún modo el tobogán que conduce a la segunda. Ni hablar de las desigualdades excesivas o críticas (hoy el 1 % más rico del planeta acapara dos tercios de toda la riqueza generada, casi el doble que el 99 % restante), esas que generan gente andrajosa, mal comida, orillera, más o menos analfabeta y signada por la desgracia desde su nacimiento hasta su muerte. Tal situación era en un tiempo algo que sublevaba a la recta razón humana, que indignaba hasta el colmo; el equivalente casi perfecto de la injusticia.

 Ahora no. Ahora, en la era de los nuevos Índex o listados de palabras, de conceptos y de pensamientos prohibidos (férreamente controlados no solamente en las redes sociales sino además en los poderosos círculos de quienes llevan las riendas del planeta), ciertos términos han pasado a ser obscenidades, que nadie debe proferir en alta voz, a riesgo de ser objeto de sospecha, control y represalia. Entre estos se cuentan: solidaridad, lucha social, oprimidos, combate al fascismo y al imperialismo y lo “popular”, salvo cuando se trata de medidas (siempre efímeras, cortoplacistas, manipuladoras y con frecuencia de pura fachada) destinadas a captar votos. Ni hablemos de la igualdad, vocablo infernal si los hay, cuidadosamente evitado en los más variados discursos públicos, entre los que se cuentan, cómo no, las emisiones radiales y televisivas. Pero la pobreza está ahí, como cruda denuncia cotidiana, aunque la quieran ignorar, disimular o maquillar.

Al final del día, y esto lo demuestra una simple lección de historia, la existencia de la pobreza está vinculada a las prioridades y a las elecciones de un Estado. Si quiere o no quiere enfrentarla y mitigarla, he ahí la cuestión. Se puede, entonces, ser proactivo y luchar en serio contra el fenómeno, o se puede ser cínico, indiferente, cruel, enredador y evasivo.

 Brindaré dos ejemplos que demuestran la directa relación entre la pobreza y las políticas de Estado: a) de 2006 a 2013 la pobreza se redujo nada menos que un 52 %, lo que significa un verdadero récord histórico que cambió, ojalá para siempre, la manera de enfocar este problema en Uruguay, y cuyo legado debería ser preservado a rajatabla, evitando su deterioro y enalteciendo su ejemplo, más allá de estériles banderías políticas, puesto que lo más importante fue, es y seguirá siendo la suerte de nuestros compatriotas y semejantes; b) en 2020, en plena pandemia, cuando mirábamos las noticias con el alma estrujada, pensando en los miles de personas sin trabajo, desde los cuidacoches hasta los mozos de café, pasando por gimnasios, peluquerías, salones de fiestas y tantos otros rubros, se le preguntó al presidente de la República, durante una conferencia nacional, qué medidas iban a tomarse en vista de la pandemia, y más concretamente cuál sería el aporte económico que se exigiría a los más poderosos.

Y el presidente de la República respondió, aquel 9 de abril en que lo estaba escuchando un país entero, incluidos aquellos que se habían quedado sin medios de vida, y estaban con una mano atrás y otra adelante: “Si esto fuera una competencia ciclista, al que va en la punta, al ‘malla oro’, hay que estimularlo para que pedalee más rápido. Es el que va a hacer la inversión, va a dar trabajo. Hay que sacarle lastre al que va a traccionar la economía”. En buen romance: a los ricos no se les toca un pelo. Que pongan plata los trabajadores formales, y punto. En cuanto a los informales, que no tienen siquiera la seguridad de un sueldito mensual, que se arreglen como mejor puedan.

 Asumida de cabo a rabo esa retrógrada, y por ende anacrónica concepción liberal, atrasada al menos unos cuarenta años con respecto a las orientaciones económicas imperantes hoy en los países ricos, hubo que recortar el gasto público, casi como se hacía en el siglo XIX, o durante el famoso Alto de Viera, implementado en el invierno de 1916, cuando se le puso el freno al Estado de bienestar o de justicia social del batllismo. La famosa “libertad responsable”, frase ambigua a más no poder y bastante infeliz en el contexto de urgencias y de desesperanza en que fue proferida, significaba en el fondo una radical irresponsabilidad estatal, que no creó verdaderas, reales, contundentes y eficientes políticas de subsidios o de apoyos compensatorios a los más vulnerables, sino que los dejó librados a su suerte.

 Y por eso el asunto de la pobreza sigue ahí, dando vueltas, como una sombra ominosa, al menos para una inmensa mayoría de ciudadanos sinceramente preocupados, que no gozan de ese sospechoso privilegio de no sentir ni culpa ni responsabilidad. La pobreza ha crecido, no solamente en el mundo entero, sino también en Uruguay. Lo mismo pasa con la desigualdad. No todos los desiguales son pobres, pero todos los pobres son desiguales respecto a quienes logran alcanzar ese umbral existencial que algunos filósofos han denominado de “los bienes de la vida buena”, entre los que se cuentan derechos, libertades, oportunidades, ingresos y respeto propio.

Por eso el año 2022 quedará para la historia como el de las incertidumbres, y el 2023 como el de la desigualdad. La pandemia causó daños y pérdidas devastadoras en el mundo, ahondó desigualdades, creó más milmillonarios de los que hubo nunca, y agudizó la pobreza, que creció 1,3 puntos porcentuales entre nosotros, respecto a 2019. Pero esas cifras, de por sí despersonalizadas, no señalan ni causas ni consecuencias, no logran mostrar los males cotidianos, los padecimientos que se vuelven eternos, el sufrimiento de esos miles de niños a quienes nadie, en las altas esferas del Gobierno, nombra ni por error. Las mediciones y los indicadores de la pobreza son muy importantes para ponernos en aviso, para encender las luces rojas y disparar las alarmas, pero por sí mismos nada pueden hacer. Acá lo que cuenta es la realidad cruda, que no está siendo atendida. Habría que empezar por problematizar algunas cosas.

¿De qué hablamos cuando hablamos de pobreza? ¿Cómo es un día en la vida de un pobre, y mucho más si ese pobre es un niño? Y, sobre todo, ¿qué consecuencias de corto, mediano y largo plazo tienen mi indiferencia, mi ceguera, mi incapacidad para hacerme cargo, mi lisa y llana irresponsabilidad? Sé que estamos en un mundo ganado por las narraciones neoliberales, y mucho más en el desguarnecido continente latinoamericano, en donde esos neoliberales vernáculos o ajenos ensayan cosas que no se atreverían a intentar siquiera en otros sitios. Pero sé también que por algo los seres humanos poseemos la facultad de la razón, y esa otra cualidad llamada conciencia, que nos permite profundizar en la realidad que nos rodea e intentar dar cuenta de ella. No todo está perdido, y nuestros ciento sesenta mil niños más pobres merecen la más lúcida atención por nuestra parte, y la más enérgica de las resoluciones.


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