Archivo de 17 de junio de 2020

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talvi el neoliberal de Harvard

Los crujidos

 

Ernesto Talvi

Al ritmo del deterioro de las condiciones de vida de la población, con una caída indisimulable del salario real y el empleo, que se explican en parte por los efectos de las medidas de control de la pandemia, pero todavía más por una política de gobierno deliberada de ajuste y desatención de la emergencia social creciente, se amontonan los pequeños escándalos en la coalición gobernante, que revelan la fragilidad de su armado. La coalición multicolor es una convergencia de vuelo corto, sin perspectiva alguna a mediano plazo y con serias dificultades para instalar un elenco potable al frente de los organismos del Estado. Ya debió relevar a tres altos jerarcas de dependencias o entes autónomos, apenas designados. En los casos de la Corporación Nacional para el Desarrollo y la Administración Nacional de Puertos, a partir de notas periodísticas en las que se exhiben dichos de los nominados que develan su calaña oscura, francamente impresentable, que forzaron al presidente a una destitución en el acto.

Ahora bien, estos dos destituidos lo fueron porque de pronto se supo quiénes eran y qué pensaban, no por su gestión al frente de los cargos asignados. El de la ANP ni siquiera llegó a asumir, y el otro venía haciendo destrozos en la CND, pero con el completo beneplácito de Lacalle Pou. Lo que le costó el cargo, en realidad, fue hacer declaraciones que lo expusieron como lo que siempre fue, pero en la sociedad no se conocía hasta ese día.

El caso de la presidencia de Antel es distinto: fue una destitución -aunque técnicamente mediante el pedido de renuncia- por desacuerdo del Ejecutivo con la resolución adoptada de regularizar a 857 funcionarios. En este caso, el removido no había dicho nada malo ni se habían conocido antecedentes que merecieran el repudio social. Sin embargo, sí había hecho declaraciones a favor de Antel como empresa púbica que lo habían puesto en la mira de la propia coalición y bastó que adoptara la medida de presupuestar a los trabajadores con contrato en función pública, absolutamente razonable y justa, para que le exigieran la renuncia de inmediato.

El asunto de las designaciones viene siendo aterrador. Desde la designación del hijo de Julio María Sanguinetti, la contratación de los hijos de Juan Andrés Ramírez y Alberto Bensión, entre otros tantos apellidos cercanos, aparecen las designaciones de personajes poco conocidos, sin ninguna formación relativa al cargo que se les asigna, por pura cuota política. Es tan evidente que son nombramientos por cuota política, que nadie en la coalición parece jugarse por el designado y, en muchos casos, es notorio el desconocimiento sobre los antecedentes de los involucrados. Nadie sabe qué hizo ni quién es la directora del BPS que proviene del paisajismo y de una vida dedicada a sus propios negocios; pero hasta Un Solo Uruguay pareció escandalizarse cuando se enteraron de que su pertenencia a esa organización formaba parte de sus supuestos “méritos”. Nadie sabe tampoco qué ha hecho para ir al directorio de INAU el señor Aldo Velázquez, salvo que forma parte de Cabildo Abierto y que, ahora se sabe, proviene de una organización ultraderechista llamada “Dignidad Nacional”, habitada por nazis.

Pero no conviene detenerse solo en los casos que emergen a la luz pública por alguna casualidad o por el trabajo de periodistas, porque es obvio que el Estado se está llenando de jerarcas de derecha, ultraderecha, militares retirados, pentescostales, dinásticos, no por un error en la selección de currículos, sino porque esa es la coalición que ganó y es una coalición que no es cómoda para todos sus integrantes, porque aunque converjan en su rechazo a la izquierda, no todos disfrutan de ser parte de una mezcla con ingredientes tan extravagantes. En la coalición hay muchos a los que les gustaría formar parte de un gobierno demócrata de Estados Unidos o socialdemócrata europeo: esto es, liberal en la economía, pero no fascista, ni misógino, ni homofóbico ni confesional. La pasan mal ahí. Se dan cuenta de que ese componente bolsonaresco es peligroso, pero confían en que el presidente no participa en esas convicciones.

Sin embargo, el presidente está cómodo en esa alianza, porque es un neoliberal feroz y, además, porque viene de una cierta tradición muy de derecha, muy vinculada con el norte, que no le hace asco a estas cosas. En este punto viene el otro crujido. El grupo ultranacionalista de la coalición tiene variantes: los nostálgicos y fascistas forman una de sus vertientes, que tiene como único propósito la extinción de la izquierda social y política, como ya intentaron por otros medios, pero también hay otras, entre ellas vertientes nacionalistas, que sueñan con una especie de peronismo uruguayo y, seguramente, a esa parte tampoco le hace gracia el rumbo neoliberal del gobierno de coalición, del cual se van a ir ni bien se acomoden los astros y las circunstancias.

Por último, esta semana amenazó con renunciar el canciller Ernesto Talvi, que viene cultivando un perfil liberal cercano a posiciones socialdemócratas, bastante alejado de su prédica al frente de Ceres y, por cierto, bastante alejado de algunas posiciones del gobierno y de muchas designaciones, incluso de correligionarios del Partido Colorado, como el hijo de Sanguinetti. No sabemos qué pasó exactamente en esas cosas, qué tan precisa era la revelación del periodista Gabriel Pereyra en Twitter, pero es obvio que algo de razón tenía y que algo grave pasó y ese algo tiene mucho que ver con la posición de Uruguay sobre Venezuela, que para Lacalle Pou es innegociable, porque el mandatario está absolutamente comprometido al más alto nivel de cipayismo posible,  y para Talvi es incómodo, porque él ya salió del ámbito de la tribuna bullanguera y ahora dirige una cancillería, donde las cosas ya no se ven del mismo modo y las palabras hay que medirlas, porque sus consecuencias son para siempre y andá a saber en el futuro cuánto le puede costar al canciller irse de boca y hacer declaraciones altisonantes.




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