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pedro y luisito, la derecha reaccionaria de uruguay

¿Vale decir que uno es hijo de un dictador y el otro es un aristócrata?

* Publicado en Estediario el miércoles 08 de octubre de 2014

Es opinión ampliamente compartida que nadie debe ser criticado ni por sus padres, ni por su extracción social, ni por su riqueza, ni por su modo de vida -en la medida en que esa forma de vivir no implique infringir las leyes o las buenas costumbres-.

Sin embargo, cuando una persona aspira a conducir los destinos de un país, toda la información que contribuya al objetivo superior de conocer de quién se trata es de interés público y su difusión es pertinente.

No estamos hablando, por cierto, de la difusión de aspectos de la vida privada -y con todo derecho reservada- de los candidatos a presidente, ni mucho menos de información sensible e íntima, cuya utilización debe reprobarse en cualquier circunstancia, pero hay mucha otra información sobre las personas que es de legítimo interés de la ciudadanía, porque es mentira que en una elección uno elige exclusivamente un partido político o un programa de gobierno, también y sobre todo, elige personas con historia y trayectoria, con sensibilidades y debilidades e incluso con intereses, ojalá que nobles y superiores.

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¿Por qué escribo todo esto? Porque se sabe de gente que se enoja cuando uno recuerda que Pedro Bordaberry es hijo de Juan María Bordaberry, el hombre que dio el golpe de Estado que inició la larga dictadura que asoló nuestro país, y que tanto dolor causara a nuestro pueblo. Pareciera a veces que es indecoroso o hasta poco civilizado recordar que Pedro no nació de un repollo y que no es un dato a obviar para un candidato a la Presidencia de la República que su padre, que también la presidió, fue quien fue, y murió execrado por la sociedad y condenado por la Justicia por el delito de atentado contra la Constitución, nueve delitos de desaparición forzada y dos delitos de homicidio político, todos considerados de lesa humanidad, en una cuenta monstruosa que además se quedó corta.

No es un dato a obviar porque Pedro no repudia a su padre ni a su memoria. Y es más, lo defendió tanto como pudo, hasta escribió un libro, orquestó tareas de espionaje insólitas y participó en debates televisivos para hacerlo. Todos actos inolvidables y nauseabundos para defender a un apóstata de la democracia, a un represor, a un asesino. Los analistas consideraron que aquella actitud jugada de lealtad a su padre en la perspectiva histórica le resultaría redituable, porque la sociedad no tolera a los hijos que no protegen a sus progenitores o a sus hijos. Pero más allá de ese cálculo, tenemos derecho a pensar que Pedro comparte una buena porción de la ideología y los valores políticos y morales en los que se formó, porque así lo demostró de modo incontestable con esa encendida defensa del dictador y a ello debe añadírsele sus formas y propuestas cotidianas que lo ubican con claridad a la derecha de todo el arco político nacional. Así que está muy bien recordar que Pedro Bordaberry no es sólo un hombre de derecha, es hijo de un dictador terrible al que defendió hasta su muerte y al que admira hasta hoy, más allá del amor filial.

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En el caso de Luis Lacalle Pou, también se insiste en cuestionar que se lo critique por su padre y por su madre. No obstante, el padre de Lacalle Pou también fue presidente. Véase ahí un patrón repetitivo. Dos candidatos de la derecha, dos hijos de presidentes. Difícilmente eso sea accidental. Es indiscutible que Lacalle Pou no habría llegado a esta candidatura si no hubiese sido la decisión de su padre, o por lo menos sin un fuerte apoyo de él. Posiblemente no habría llegado a diputado si su madre no lo incluía como su suplente y la madre tampoco habría llegado a ningún sitio si Luis Alberto Lacalle no la hubiera promovido. Nada malo hay en eso, pero debemos admitir que Luis Lacalle Pou es el continuador de Luis Alberto Lacalle. Es el continuador del neoliberalismo en Uruguay: lo es por consanguinidad, por formación política, por el sector político que lo impulsa y por el factótum de su candidatura. Lo es aunque nunca lo diga, aunque se ciña a repetir el libreto positivo, muy generalista y naif que ordenan los expertos en marketing político, tipos que ya no leen a Sun Tsu ni a los grandes teóricos, sino a Osho, a Paulo Coelho y al Raví Shankar.

Otro aspecto de la vida de Lacalle Pou que debe conocerse, aunque algunos de sus partidarios consideren que aquellos que hacen mención de esto son resentidos, clasistas y discriminadores, tiene que ver con su extracción social. Lacalle Pou vive en un barrio privado. No todo el mundo acepta vivir en un barrio privado, ni siquiera cuando pueda pagarlo. No todo el mundo está de acuerdo con los barrios privados ni quiere ese entorno para criar a sus hijos. A mí me parece un dato significativo a la hora de evaluar a un candidato. Si una persona vive en un barrio privado, fue al colegio privado más exclusivo de todos, fue a una universidad privada, veranea en balnearios imposibles para la mayoría, sus relaciones se nutren de gente del mismo palo. Y hasta ahora no ha tenido nunca otra relación directa con lo público que la de la representación parlamentaria, lo que llama poderosamente la atención porque es curiosísimo que un hombre tan privado en su currículum, jamás haya tenido un empleo privado, casi lo único privado a lo que accede la mayoría de la gente común y corriente. ¿Por qué habría entonces que creer que la cosa pública y esa otredad constituida por la mayoría de los uruguayos son las grandes causas de su desvelo? Hubo algún caso así en la historia, pero en general protagonizada por gente que ha renunciado a todos esos privilegios para sumergirse en el dolor del pueblo y denunciar las injusticias. Este no es el caso.




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