Archivo de 4 de diciembre de 2016

04
Dic
16

Fidel castro …

Sesenta años de influencia

Cuba (y Fidel y el Che) en América Latina

escribe: Raúl Zibechi

Ningún proceso político marcó la región latinoamericana con huella tan profunda como la revolución cubana. Ni las revoluciones indias de Túpac Amaru y Túpac Katari, ni la revolución negra en Haití. Ni siquiera la potente revolución mexicana de Villa y Zapata o la casi desconocida revolución boliviana de 1952. Lo sucedido en Cuba electrizó al continente. Consiguió imantar la vida política en dos poderosos polos que, en resumidas cuentas, se decían anti y pro imperialismo.

Quien revise la prensa de la época, como el semanario Marcha –donde escribían Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti y que estuvo dirigido por Eduardo Galeano–, podrá detectar la polarización que se registró entre sus lectores. Pero, sobre todo, el apasionamiento en la defensa de la revolución, pilotada por jóvenes que esgrimían argumentos sencillos y contundentes, que hablaban sin vueltas y lanzaban invectivas al imperio que pocos se habían atrevido a pronunciar antes.

La influencia del Che y de Fidel en América Latina tuvo la fuerza de un maremoto entre los más jóvenes, que descubrían que se podía hacer política de otro modo, sin dobleces ni retóricas va­cías; que se podía decir pan al pan y vino al vino, algo que las élites de la época habían olvidado en el tan largo como inútil ejercicio del poder.

Hacia comienzos de la década de 1960, la región había girado hacia la izquierda, primero en el terreno de la cultura, poco después en la política. De modo que había un clima favorable para aceptar la realidad de una Cuba revolucionaria, que enseñaba que el camino de la acción directa era más fecundo que las decepcionantes liturgias electorales que replicaban una y otra vez los partidos comunistas. La revolución cubana interpeló las estáticas estrategias comunistas, razón de más para entusiasmar a una juventud estudiantil ávida de acciones callejeras desafiantes para las oligarquías.

La revolución cubana fue llama que pretendió incendiar el continente. Del 3 al 14 de enero de 1966 se reunió la Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina en La Habana, conocida como Tricontinental, que albergó fuerzas revolucionarias de 82 países. La proclama de la conferencia mostraba un tono optimista: “La situación mundial favorece el desarrollo de la lucha revolucionaria y antiimperialista de los pueblos oprimidos”.

Defendía la lucha armada como el principal método para derrotar al imperialismo. Eran los años de la guerra en Vietnam, pero también de las luchas armadas en Venezuela, Guatemala, Perú, Colombia; y, en África, del despliegue de las guerras anticoloniales en Guinea, Mozambique, Angola y Congo. Estaban frescas aún las victorias en Argelia y en Dien Bien Phu ante el colonialismo francés. La Conferencia de Bandung (1955) que alumbró el movimiento de paí­­ses no alineados, del cual Cuba fue participante, mostraba un mundo en rápida transformación.

En 1967 se fundó la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) en un encuentro en La Habana, que albergó a casi toda la izquierda de la región. Fidel clausuró el encuentro marcando distancias con los partidos comunistas: “Nadie se haga ilusiones de que conquistará el poder pacíficamente en ningún país de este continente, nadie se haga ilusiones; y el que pretenda decirles a las masas semejante cosa las estará engañando miserablemente”.

En su crítica a los comunistas ortodoxos fue más lejos: “Hay veces que los documentos políticos llamados marxistas dan la impresión de que se va a un archivo y se pide un modelo; modelo 14, modelo 13, modelo 12, todos iguales, con la misma palabrería, que lógicamente es un lenguaje incapaz de expresar situaciones reales. Y muchas veces los documentos están divorciados de la vida. Y a mucha gente le dicen que es esto el marxismo… ¿Y en qué se diferencia de un catecismo, y en qué se diferencia de una letanía y de un rosario?”.

En los años siguientes a la crea­ción de la OLAS se produjo un viraje profundo, en la isla y en toda la región. En octubre de ese año murió en combate el Che en Bolivia y se palparon los límites del movimiento armado. En 1968 se produjo la masacre de Tlatelolco en México. La anunciada cosecha de los diez millones de toneladas de caña de azúcar se saldó con un fracaso que llevó a la dirección cubana a acercarse a las posiciones “realistas” de la URSS. A principios de los 70 la potencia del movimiento revolucionario, tanto en el campo como en las ciudades, mostraba fragilidades y derrotas. En 1970 Salvador Allende ganó las elecciones y se convirtió en el primer presidente marxista en llegar al gobierno por la vía electoral.
El realismo
El realismo enterró los sueños de asaltar el poder. Sin embargo, la revolución cubana se mantuvo en el imaginario latinoamericano como una referencia ineludible, pese a los errores y los fracasos, a la restricción de las libertades y a no haber alcanzado nunca el desarrollo económico de otros países de la región.

Encuentro tres razones principales para que este fervor por Cuba (por Fidel y el Che) se haya mantenido en el tiempo.

Una: el apoyo irrestricto de la dirección cubana a las izquierdas latinoamericanas que, en el acierto o en el error, buscaban la revolución. Fue en ese periodo cuando la estrella cubana comenzó a brillar en el firmamento rebelde de la juventud latinoamericana y se fraguó el compromiso cubano con América Latina. La muerte del Che confirmaba esta vocación desde una ética del sacrificio y del ascetismo.

Dos: Fidel y los demás dirigentes cubanos cometieron errores, y algunos horrores, pero nunca se corrompieron, nunca vivieron como burgueses.

Tres: Cuba es solidaria como nunca nadie lo ha sido con los latinoamericanos. Los miles de médicos que trabajan en Haití, donde Cuba no espera cosechar nada para ella, o las decenas de miles de pobres operados gratuitamente de la vista por oculistas cubanos, están ahí como testimonio de una revolución que no los defraudó. Solidaridad que no pide nada a cambio.

04
Dic
16

Israel …

USURPACIÓN, PERO SAGRADA

LA ATROZ PRETENSIÓN MORAL DEL SIONISMO

escribe: Luis E. Sabini Fernández

 

Distinguimos la sociedad humana respecto de la naturaleza por una serie de rasgos que nos hace únicos respecto del resto de las especies vegetales y animales. Por cierto que eso no niega nuestra raíz biológica común que nos emparenta tan entrañablemente con todos los seres vivos.

Así, la naturaleza nos otorga ejemplos y referencias mucho más materiales, y nos corresponde a nosotros reconocerlos y evaluarlos desde nuestra propia condición, humana. Como la forma de reproducirse de los cucos (también llamados cuclillos, aunque en el ejemplo que queremos abordar, esta última resulta una denominación totalmente inapropiada).

“La hembra del cuco deposita un solo huevo en el nido de otras aves, normalmente de pequeñas aves insectívoras […]. La hembra del cuco se lleva un huevo de la otra especie de ave y lo sustituye con uno de los suyos. […] los huevos cercanos a los posaderos de los cucos [sitios de descanso y de reconocimiento del paraje] son más vulnerables. Los nidos parasitados múltiples veces eran los que están más cerca de los puntos de observación, y que los no parasitados eran los que estaban más lejos […]. El cuco adulto se parece a un gavilán, lo que da más tiempo a las hembras para parasitar nidos [porque su población originaria teme retornar al visualizar gavilanes, un predador natural de tantos pájaros].[1]

“Cuando los futuros huéspedes [anfitriones, aunque involuntarios] ponen sus hue-vos, ella espera a que el adulto que los está incubando se ausente. Entonces, asalta el nido ajeno, se come o tira fuera algunos huevos y pone uno suyo. Cuando el adulto de la otra especie regresa, no nota nada y sigue empollando esperando que nazcan sus polluelos.”

”El polluelo de cuco nace un par de días antes que los demás porque su tiempo de incubación es menor que el de las especies que parasita. Unas horas después de salir del cascarón, el polluelo, con sus escasos 3 gramos de peso y sin plumón, empuja fuera del nido a los otros huevos con su espalda de hombros anchos y fuertes […]. Así, se convierte en el rey y señor del nido, y la madre adoptiva se afana en cebar a ese pollo que en pocos días le dobla el tamaño.[2]

A fines de siglo XIX, en pleno colonialismo mundializado −recordemos que el reparto europeo de carnicería de África es de 1885− judíos askenazíes, étnicamente mucho más caucásicos que sirio-cananeos, deciden, apoyándose en mandatos sagrados (de la Torah) afincarse en Palestina, identificada como la tierra donde vivieran los judíos hace miles de años y donde permaneciera una muy limitada población judía, sin conflicto con las mayorías que a partir del s. VII se hicieron musulmanas.

Las primeras aliah llegaban a “La Tierra prometida” y compraban tierras a efendi ausentistas que vivían de las rentas que les daba la propiedad y el trabajo campesino de la población local. Cada compraventa realizada con el apoyo de la policía entonces turca traía consigo el desalojo a veces violento, y con el tiempo cada vez más, de los campesinos así despojados de su fuente laboral… y alimentaria. En esas tierras vaciadas de palestinos, los sionistas fueron erigiendo establecimientos colectivistas, los renombrados kibutzim.

Estaban sacando pichones del nido para aposentarse jóvenes judíos, bien nutridos y mejor provistos.

Palestina estaba poblada desde tiempo inmemorial. Con superpuestas migraciones, como es la historia en general de la humanidad. El mismo David Ben Gurion, el que motorizó la expulsión violenta y mediante métodos terroristas de población árabe de Palestina, reconocía −al menos hasta fines de la década del ‘20− que los “palestinos” eran los más seguros, étnicamente hablando, descendientes del pueblo judío. Pero que desde el s.VI habían sido indudablemente musulmanizados y tal vez antes aún, cristianizados.

La pretensión de “redimir la tierra”, la consigna mediante la cual los judíos sionistas se hacen de la tierra palestina mediante compra (inicialmente), conquista, ocupación o expulsión violenta de otros titulares de esa tierra, procura así cumplir mandatos religiosos de la ortodoxia judía. Pero tal mandato, precisamente por provenir de una religión monolátrica[3] establece un absolutismo mental y un ombliguismo psíquico que ciega a sus portadores y es lo que explica (ya que de ningún modo justifica) la serie impresionante de acciones crueles, abusivas, que los sionistas han ido perpetrando a lo largo de las décadas contra los moradores de esa tierra que consideran suya por una cesión que les habría otorgado su dios en exclusividad y en permanencia. Que semejante abuso haya sido y sea tolerado e incluso apoyado por grandes potencias no legitima en absoluto tales procederes.

La ignorancia, el (falso) pensamiento basado en clisés, los medios de incomunicación de masas, nos han inducido a pensar en el sionismo y sus excesos como respuesta a la peripecia vivida por los judíos bajo el nazismo. Pero en esas sendas de pensamiento que con inocencia e ignorancia reconoce Mazin Qumsiyeh haber compartido “se escapa por completo que los sionistas han ejercido atrocidades sobre los palestinos antes de que, no ya el nazismo victimara a tantos judíos, sino antes que ni siquiera hubiera surgido el nazismo.”

Las acciones sionistas ejercieron su dominio con mano de hierro. A diferencia de los judíos que habían vivido desde tiempo inmemorial en Palestina (o que tal vez nunca habían emigrado) los sionistas encararon la ocupación de la tierra palestina como empresa absoluta y exclusiva, no admitiendo trato alguno con la población musulmana o cristiana allí establecida. Esa diferencia, radical, entre los judíos del antiguo yishuv y los del nuevo o moderno yishuv dio lugar al primer asesinato político del s XX en Palestina. Del cual fue víctima no un árabe sino un judío, dialoguista. Que se negaba a la política de apartheid de los sionistas; Jakob de Haan, poeta y referente de la comunidad judía “antigua” se preguntaba por qué tenía que romper vínculos sociales que había tenido siempre, él y los suyos, con quienes no eran judíos, como él. La organización sionista que era el embrión de la Haganá, que devino en 1948, el Ejército de Defensa [sic] de Israel, lo asesinó a sangre fría en 1924.[4]

Es que de Haan no era un cuco. Aunque pequeño, no era un cuclillo.

En 1920 el sionismo funda la Histadrut, una suerte de central sindical exclusivamente para judíos. Como los patrones, generalmente judíos, optaban por los asalariados palestinos a los que se les podía y solía pagar un tercio de los sueldos que se les pagaba a obreros judíos, la tendencia “espontánea” de los patrones era a contratar obreros palestinos. La Histadrut obligó como política de estado a pagar el mismo sueldo a palestinos y judíos. Pero nadie sueñe igualdades. Lo que hizo la Histadrut fue obligar a desembolsar el mismo sueldo para todos, pero mientras los obreros judíos recibían dicho salario, los palestinos siguieron recibiendo el sueldo miserable de siempre y los dos tercios diferenciales se lo embolsaba la central sindical para así mejorar los servicios (de todo tipo, sanitario, educacional, recreativo) de los obreros judíos… “Infamia sacralizada por lo excelso del fin propuesto” califica Mazin Qumsiyeh esta política.

Porque la política fue siempre, desde 1897 en adelante y acentuada desde 1948, no ceder nada a la población palestina. Por eso los palestinos no pueden edificar ni una pieza, no pueden construir ni una alberca. Todo eso pertenece “por derecho divino” a los judíos.

Para acentuar la discriminación, cuando palestinos desesperados por la falta de agua, han intentado proveerse de tanques, suelen pasar “espontáneos” que se los perforan a balazos…

Este es el cuco –sindical en este caso− en acción, como cuando tira del nido a los habitantes originarios…

Las acciones de los mistarvim que analizara (y denunciara) Ilan Pappe[5] que diezmaban a la población palestina penetrada con agentes camuflados que se hacían pasar por ejemplo, por un paisano mudancero que dejaban a un mecánico palestino una camioneta para reparar. Al rato explotaba matando a todos los presentes, dejando en ruinas el taller y viviendas vecinas y, sobre todo desquiciando los lazos sociales.

Qumsiyeh da una serie de ejemplos, históricos, concretos,[6] que no son discutibles acerca de si “es ultrajante” invocarlos o si resultan “viciosos” los términos que usa,[7] donde la violencia fue desencadenada inicialmente por los sionistas, además de los ya señalados:

– Primer atentado a barcos (1940): en el conflicto entre tendencias sionistas, el atentado al vapor Patria significó la muerte de 268 humanos a bordo del barco, judíos, y el hundimiento de un enorme cargamento de armas que Ben Gurión no quería que fortaleciera a sus adversarios en la puja por el establecimiento del Estado de Israel;

– Primer auto-bomba, contra el Hotel King David, con decenas de asesinados británicos, árabes palestinos, judíos y extranjeros (1946);

– Primera carta-bomba (1947); contra políticos británicos;

– Primer ataque a buses (con civiles cualesquiera)(1947);

– Primer ataque a cafés (con civiles cualesquiera) (1947);

– Primer atentado a trenes (de pasajeros, casi cien víctimas mortales) (1947);

– Primer secuestro de aviones (1954).

El cuco en acción. Desalojo y/o manducación del habitante originario del nido.

Moshe Sharett, primer ministro en los primeros o casi primeros tiempos del Estado de Israel (1954-1956) y antes figura de primer nivel en la dirección sionista desde 1933, en su diario −que se mantuvo secreto por más de 30 años− revela la verdadera política israelí, no la oficial, y va mostrando cómo fue un montaje lo de la agresividad árabe y el defensismo israelí y cómo en los hechos la violencia partió prácticamente siempre o casi siempre del lado sionista, provocando, arteramente, a las empobrecidas naciones recientemente pasadas al nivel de independientes, sujetas por múltiples lazos a los centros mundiales de poder. Sharett escribió un diario luego de su paso por el gobierno israelí en el que desnuda lo que acabamos de citar. Ese diario demoró unos 30 años en ver la luz pública tras la decisión de su hijo. Y hubo una periodista, hija de un funcionario de los más cercanos a Sharett, que abordó el diario e hizo una lectura crítica que publicó en inglés.[8]

Sharett sostiene que la dirección sionista creó “un estado de sitio mental en la sociedad israelí [para] complementar el mito prefabricado de la amenaza árabe […y] lograr una cohesión defensiva de la sociedad israelí judía. Estaba calculado principalmente para la ‘eliminación de los frenos morales’.”

Esto es lo que vemos con transeúntes que escupen un palestino herido yacente, soldados conscriptos que rompen con cascotes los bracitos de niños que les arrojan piedras, “vecinos” que dirigen las aguas servidas hacia la Franja de Gaza para emponzoñar un poco más ese territorio; detenciones/secuestros arbitrarios, niños palestinos presos en jaulas al aire libre en pleno invierno…[9]

Apenas un par de ejemplos de las múltiples atrocidades reconocidas por Sharett: a principios de la década de los ’50 se producen violentísimos atentados sobre buses israelíes en el norte del recién adquirido país. Con muertos en cada abordaje. Los atacantes visten ropas talares, de estilo árabe… y se retiran prestamente hacia la frontera… todo lleva a pensar en árabes armados. Pero en el sitio estaba el coronel estadounidense Hutchenson, miembro de la Comisión Mixta del Armisticio jordano-israelí que no se tragó las apariencias y que anunció oficialmente: “de los testimonios de los sobrevivientes no existían pruebas suficientes de que los asesinos fueran realmente árabes.” ¡Caramba!, ¿qué podrían ser, indios sioux, coreanos, vascos? En un informe confidencial dejó a un lado la diplomacia y refiriéndose a uno de dichos atentados atribuyó explícitamente el ataque al ómnibus a “terroristas que intentaban agudizar las tensiones en el área así como crear problemas para el actual gobierno.” Los “halcones” estaban furiosos con “los palomas” como Sharett… se trataba, entonces, de terroristas judíos que atentaban hasta contra buses que llevaban judíos… leyó bien: judíos matando judíos.

De más está decir que la superioridad israelí logró remover al enviado norteamericano casi de inmediato.

Otra de las tantas atrocidades que menciona Sharett: los “halcones” arrasan una aldea palestina, Lydda [10] (en 1947/1948 los sionistas arrasaron entre 400 y 500 aldeas palestinas matando innumerables pobladores). Luego de la operación de arrasamiento que arroja 69 cadáveres, hombres, mujeres, niños, se le pregunta a Sharon, el comandante del operativo por la mortandad, que contesta: ‘el número de víctimas había sido 10 o 12.’ “Sólo contamos las muertes militares, los soldados de la guarnición de la Legión Jordana.” (ibíd.). Expresión de desprecio a humanos (civiles) muy significativa. Voz de amos. Los niños, los ancianos, las mujeres no cuentan; son como “los daños colaterales” madeinUSA.

Volviendo a la tipificación del carácter infame de las políticas discriminatorias y sobre todo a la sagaz observación de Sharett de que la sacralización se basa en “lo excelso del fin propuesto”, no podemos dejar de recordar uno de los Pensamientos de Blaise Pascal: “El hombre no es ni ángel ni bestia, y la desgracia quiere que quien haga el ángel haga la bestia“.[11]

Y amarga frutilla de este malhadado postre: la autora del “limpio trabajo de Rokach” al decir de Uri Avneri[12] que estudia el Diario de Sharett, de donde extrajimos los últimos ejemplos; un palestina judía perteneciente al Antiguo Yishuv que se hizo periodista en Italia, de Israel Radio, de Roma y del periódico palestino Al Fajr, en 1984 la encontraron muerta. Antes había sido muy presionada desde la cancillería israelí para que no publicara su trabajo. Apareció muerta a la edad −50 años− en que los pueblos nórdicos, por ejemplo, consideran el momento cumbre de la vida humana, la óptima relación de pujanza y veteranía, de vigor intelectual. Sabiendo del disgusto de la dirección sionista y de sus redes “de seguridad” por el “destape” de sus atrocidades, que han alcanzado tan a menudo a ser asesinatos y “confección de pruebas” para desviar el conoci-miento de las verdaderas causas de muerte, conociendo la impunidad con que operan, uno no puede menos que asociar esa “mano” con la aparición de Livia Rokach sin vida.

[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Cuculus_canorus.
[2] coctel-de-ciencias.blogs.quo.es/2011/05/15/el-engano-de-los-cucos/.
[3] Religión basada en la idolatría a un único dios (Jean Soler).
[4] Noam Chomsky, entre otros, sin velos ideológicos o religiosos, rememora esa atrocidad.
[5] La limpieza étnica de Palestina de 1948, Editorial Crítica, Barcelona, 2008.
[6] Compartir la tierra de Çanaán, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2007.
[7] Aspectos que invoca, por ejemplo, Steven Stotsky para recusar a Qumsiyeh (“Exposing Mazin Qumsiyeh’s Falsehoods”, http://www.camera.org/index.asp?x_context=6&x_article=1383.
[8] Livia Rokach, Israel’s Sacred Terrorism. A Study based on Moshe Sharett’s Personal Diary and other Documents, AAAUG, Inc. Graduates, Mass., 1980.
[9] Los primeros ejemplos son de público conocimiento; el último: file:///E:/palestino-israeli/brutalizacion%20y%20constricc.%20progr/I.%20tiene%20ni%C3%B1os%20pal.%20en%20jaulas%20en%20invierno%20%E2%80%93%2016%2001%2016.htm.
[10] Se trataba, según estimaciones arqueológicas, de una aldea de unos cinco milenios de existencia…
[11] Pensamientos, 678.
[12] en Hoalam Hazeh, 23/9/1980.



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