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HUELGA GENERAL de 1973 . . .

27 DE JUNIO DE 1973: LA CLASE OBRERA CUMPLIÓ

escribe: Ismael Blanco

Hoy no es una fecha más en las efemérides de nuestra historia contemporánea, recordamos el comienzo de un período extensamente lóbrego para el pueblo uruguayo.

El 27 de junio de 1973 fue el día en que las libertades dejaron de existir; en que los derechos fueron pisoteados por el feróz atropello cívico-militar;  un día impune, en el que todos los derechos legítimos de los ciudadanos fueron borrados; un día que consignó la prepotencia del poder de Estado en manos de los dictadores, y también, estableció quienes desde el poder alimentaron de forma progresiva a los conspiradores, que terminaron consumando la traición a la República. 

El quebrantamiento de las instituciones no admite grados, o se actúa conforme a la Constitución y las Leyes, o se las viola como lo hicieron,  y entonces las instituciones caen. Por esta poderosa razón, la tolerancia de los pueblos es peligrosa. Esto nos hace reflexionar y darnos cuenta, que  esos derechos democráticos que los uruguayos creíamos como tan propios, por imperio de la prepotencia dictatorial cayeron y dejaron de serlo, y de allí en más no hay marcha atrás…

La democracia pasó de ser una realidad, a convertirse en  una palabra en desuso, bastardeada y pisoteada; el Parlamento dejó de ser la cuna de las Leyes, y se convirtió en el recinto de los infames con el vil título de «consejeros de estado»; la claque indigna de los canallas, que a fuerza de decretos leyes, pretendieron la burda alquimia de presentar lo ilegítmo como legal; la represión estatal ganó las calles, ilegalizando a los partidos y grupos militantes de la izquierda uruguaya, clausurando su voz y su prensa; vino el ocaso y cayeron las instituciones,en forma espúrea e infame.

Se instauró  de esta forma la dictadura cívico militar de corte netamente  fascista. En esta coyuntura deplorable, muchos civiles se sirvieron del Estado, se aliaron a la despótica dictadura y se enriquecieron sobre la sangre del pueblo, se aliaron al enemigo sin escrúpulos y formaron en calidad de autores algunos y otros de cómplices, parte de la rosca del poder al servicio del Imperio que nace con la Doctrina Monroe allá lejos pero tan vigente hoy.

Imperó un régimen donde se instaló el Terrorismo de Estado promovido por  Juan María Bordaberry; Juan Carlos Blanco; y el jefe del Herrerismo de la época Martín Echegoyen en coordinación necesaria con la junta de comandantes. Para aplicar su plan, utilizaron todas las herramientas del Estado, para detener, perseguir y torturar a mujeres y hombres de la organizaciones políticas, sindicales y sociales que integraron la Resistencia; el pueblo pasó a ser el enemigo y víctima de los verdugos; se eliminaron los movimientos sociales y políticos, y cuando digo se «eliminaron» la expresión es literal, como todos sabemos, porque no se dudó en asesinar y en desaparecer a ciudadanos patriotas que tuvieran el coraje de enfrentar el atropello y que el poder de facto considerara «inconvenientes» a sus propósitos.

La Constitución dejó de tener todo valor, pasó a convertirse en un trasto en desuso que no podía ser ni siquiera exhibida en las aulas de estudio.

Hoy se conmemora un aniversario más de aquel 27 de junio de hace 51 años en que la barbárie le ganó a la democracia, al pueblo y a su gente.  

Ante este terrible atropello instituicional, los primeros en salir al embate, fueron: la clase obrera organizada,  la CNT,  y los estudiantes, la Feuu; todos ellos con un acto de maravilloso coraje y rebeldía hicieron frente a la dictadura declarando la Huelga General, y así se  plantaron, soberanos ante la prepotencia dictatorial, en señal de rechazo absoluto, dando respuesta con esta hidalguía  al golpe de Estado dado por civiles y militares: Bordaberry con las Fuerzas Armadas y sectores políticos de los partidos tradicionales y las patronales reunidas en sus cámaras empresariales, aquellas de las que aún esperamos ingenuamente una autocrítica republicana.

Esta resistencia  fue heróica, y es un deber ético recordarla, porque a ellos le debemos haberla recueperado. Ellos se plantaron, sabiendo que serían derrotados, y aún así no dudaron. Lo hicieron por la dignidad, por principios, por conciencia de clase trabajadora, por ética, por todos esos valores  que tienen las mujeres y lo hombres libres de la clase trabajadora, que no vacilan en perderlo  todo en un sacrificio moral, que no titubean ante la adversidad y que nunca aparecen en la marquesina de neón de tipo alguno. Sin embargo su anonimato quedó por siempre grabado en la piedra principal donde se apoya nuestra historia contemporánea.

La clase obrera no dudo en  ocupar sus lugares de trabajo, los estudiantes y profesores sus centros de estudio; resistir y resistir, esa fue su consigna, porque en la clase obrera organizada existió siempre una profunda raíz de derechos arraigados que vive en sus venas, que no era sencillo arrebatarlos.

La Huegla General debió levantarse, pero lejos de verlo como una derrota la CNT persisitió en la lucha con todas las fuerzas, desafió todas las dificultades en el  actuar que en la clandestinidad implicaba. Nunca bajó los brazos, nunca claudicó legitimando a los dictadores.   

Se organizaron en los subterráneos donde habitaron los duendes, anduvieron por esos infinitos canales donde nuestra gente cobija al perseguido, hicieron actos de resistencia, con movilizaciones relámpago imposibles de prever para los fascistas en los primeros de Mayo de 1974 y 1975. Aún, siendo niño recuerdo en el verano del ´76, como la CNT se daba ingenio para reventar latas con bombas brasileras llenas de volantes llamando a la resistencia y al paro en plena tarde en la rambla de la playa Ramirez. Ese estruendoso sonido multiplicado por 4, 5, 6 explosiones a la vez, coordinadamente, me conmocionó,  sumado al hecho de ver correr a marinos frenéticos en actitud despreciable  arrancándole a la gente aquellos pequeños papeles impresos en crayón.

Esa escena, pequeña, llena de simbolismo, quedó grabada para siempre en mi mente, como un gesto heroico, de rebeldía que llevo conmigo como un estandarte. Algo seguía latiendo aún en el éxtasis monstruoso de la «Operación Morgan.»

Pasaron los años, demasiados y el pueblo organizado les dijo NO a los dictadores. Y lo hizo una y otra vez, en pequeños actos, a veces con susurros, con complicidades, con miradas, con actos de solidaridad silenciosa. Llegado su momento rechazó el proyecto de reforma constitucional de la dictadura de 1980, lo que se pudo en Chile en Uruguay fracasó;  el fascismo no consiguió su necesaria base social. Los dictadores tenían las armas, la fuerza bruta,  pero el espíritu de lucha estaba intacto en el pueblo.  

No hubo resquicio que no fuera aprovechado por el movimiento popular. Se las ingenió para aprovechar un decreto-ley de la dictadura que permitía crear «asociaciones profesionales» para reactivar cooperativas como FUCVAM; dar a luz a la persistente lucha de familiares de presos y desaparecidos a través de SERPAJ y crear la asociación de estudiantes en la ASCEEP.

Los sindicatos y su estoica persistencia estuvieron siempre allí, al firme y  dando batalla, y lograron organizar un acto público, el 1º de mayo de 1983 bajo la consigna «Libertad, Trabajo, Salario y Amnistía», siendo este el nacimiento del Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT).

A partir de entonces,  el espíritu del pueblo cobró más fuerza y sumó más lucha a la resistencia, y pagó el alto precio del recrudecimiento de la dictadura. A más palo, más libertad se reclamaba! esa era la consigna y así se resistió a la represión, año tras año, acto tras acto, y así  se hizo en  la movilización del PIT-CNT del 9 de noviembre de 1983.  

Sin embargo la dictadura golpeó más encarnizadamente en junio de 1983, cuando se reprimió y torturó salvajemente a estudiantes; muchachas y muchachos que hoy tendrían la edad de mi hija y que debieron pasar por un infierno que deja una huella imposible de superar.

Como también en abril de 1984, cuando asesinan al médico de San Javier, Vladimir Roslik.

A esa altura, los palos, la picana, el miserable cadalso no paraba, pero tampoco lo hacia una Resistencia sin igual.

En las épicas de los pueblos que se enfrentan a las tiranías, siempre hay un hecho singular, que hace sintesís, un punto culmine, y en el Uruguay fue el gigantesco acto de Oposición y en Defensa de la Democracia del 27 de noviembre de 1983,  en el Obelisco, que constituyó un verdadero hito en la lucha contra la dictadura;  una inmensidad  humana de 400.000 personas rodeo al Obelisco, la más multitudinaria que nuestra historia registra, en la que mujeres y hombres del pueblo se hicieron presentes, desarmados, sin nada más que la voluntad invencible de volver a ser libres. Esa inmensidad humana nunca vista, quedó plasmada para la posteridad en la famosa foto «río de libertad»  que muestra al pueblo todo, cual un río, concentrado y en el más absoluto silencio, para escuchar la emotiva proclama en la  viva voz del magistral Alberto Candeau.

Esta epopeya gloriosa no hubiera sido posible sin la lucha del pueblo organizado.

Por toda esta lucha heroica, sin tregua, sin medir costos, me pongo de pié ante la clase trabajadora organizada en el PIT-CNT, por su ética, su dignidad, su compromiso, su lucha y su espíritu profundamente democrático. Nos demostraron desde su sencillez, que para quedar anotado en el libro de la historia se necesita tener los valores que ellos defendieron, el sentido de clase,  la ética en el accionar, que  para ellos no es una utopía, no es inalcanzable, un mundo mejor, porque nos han probado que ejercieron y siguen haciéndolo con principios que pregonan y defienden con su cuero,  que respetan las normas y dan cátedra al hacerlo, que defienden sus derechos y los de todos, que son capaces de comportamientos ejemplares que se demuestran con hechos y no sólo con discursos.

¡Una voz que rasgó el firmamento!

«Compatriotas, proclamemos bien alto y todos juntos, para que nuestro grito rasgue el firmamento y resuene de un confín a otro del terruño, de modo que ningún sordo de esos que no quiere oír diga que no lo escuchó: ¡Viva la patria! ¡Viva la libertad! ¡Viva la república! ¡Viva la democracia!» Alberto Candeau.


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