Lo mismo ocurre con la presunta preferencia de uno u otro en la zona metropolitana, la capital o el interior. El tercer postulante, Andrés Lima, Intendente de Salto, quedará en tercer lugar, víctima de una polarización que se llevó la candidatura del senador Mario Bergara. No obstante, los otros candidatos tienen mucho que aprender del liderazgo de Andrés Lima, construido en su departamento, Salto, casa a casa, a fuerza de gastar suela de zapatos.
Estos meses previos han mostrado en el Frente Amplio una campaña casi equilibrada entre compañeros, donde cada candidato ha mostrado y defendido el programa común y ha expuesto sus mejores características y perfiles. Si hubiera que resumirlo, Yamandú ha procurado mostrarse como un gobernante moderado, dialogante, humilde, sensible y campechano, rodeado de un amplio espectro de apoyos y con un énfasis especial en ganar voluntades en el interior urbano. Carolina Cosse se ha mostrado como una mujer inteligente, muy fuerte en la capital y tal vez en la militancia, meticulosa, con perfil técnico y con capacidad de gestión, preocupada por el medio ambiente y los derechos de la mujer, prometiendo cambios innovadores y transformaciones profundas en la sociedad para poner al Uruguay en sintonía con un cambio de época.
En suma, a mi entender, Yamandú nos ofrece una alternancia sin sobresaltos hacia un futuro con mayor democracia y sensibilidad social, y Carolina una alternativa más audaz y agitada de transformación, participación y cambio para un mundo que inevitablemente se viene y para el que procuraremos estar preparados. Si me equivoco, corríjanme y añadan un poco de sal y pimienta a uno u otro indistintamente, obviamente lejos, muy lejos de una revolución y de los años sesenta.
Si llegamos al 30 de junio sin dejarnos llevar por el perfilismo y somos capaces de asegurar que la unidad no se erosione, aunque el que gane sea el adversario en esta interna, las chances del Frente Amplio se multiplicarán y la victoria estará más cerca. Por el contrario, si salimos de esta elección primaria con rencores, heridas y dolores, estamos conduciéndonos fatalmente a la derrota.
La proximidad de la elección y la legítima aspiración de hacerse con el triunfo en una competencia que parece relativamente reñida asusta un poco porque el egoísmo y, particularmente, el sectarismo es una enfermedad que hay que advertir, con la que hay que ser previsores y a la que hay que cerrar el paso para que no erosione las perspectivas anheladas y los planes de futuro para un gobierno que se intuye y del que deben esperarse nuevas ideas, proyectos innovadores, sólidos y disruptivos para un país que se debe poner de pie para atemperar las injusticias, combatir las desigualdades y, sobre todo, abatir los flagelos que, como la pobreza infantil, constituyen un ancla que, de no resolverse, nos fondeará y nos impedirá remontar vuelo.
Dentro de 30 días habrá un resultado y el programa se transformará en propuestas concretas de gobierno, medidas urgentes y de mediano plazo, y planes para una estrategia de desarrollo para los próximos treinta años en un futuro incierto en el plano internacional, que tiende a ser multipolar y donde el peso de la potencia hegemónica, el imperialismo norteamericano, se debilita frente a poderosas potencias económicas y militares y países en desarrollo que se niegan a ser dominados y seguir al pie de la letra los mandatos y las estrategias del hegemón actuando con toda la crueldad de un imperio en decadencia y según su conveniencia.
Parece obvio que la gente no elegirá al Frente Amplio para hacer lo mismo y que la izquierda deberá cumplir el mandato popular, lo que implica no defraudarlo con la inacción, acciones y conductas timoratas que administren con comodidad la crisis sin pretender alcanzar la cima de la montaña y sin soñar siquiera con el asalto del cielo.
Estamos ante una instancia muy crítica porque el desafío es salir más unidos y sin revanchas, aceptando la legitimidad de la mayoría de los y las frenteamplistas. Está claro que corremos riesgos porque somos humanos y habrá sectarismo, ambiciones y otros peligros que acecharán cada vez que nos acerquemos al gobierno con la humildad de quien se sabe lejos del poder.
Seregni decía que el olor del queso marea a los ratones y los roedores de izquierda, mal que nos pese, no son inmunes a esta conocida embriaguez. Sin embargo, no hay cómo no ver que estas patologías comprometen el futuro de la fuerza política, el cumplimiento de las propuestas y el programa, el éxito de la gestión y la felicidad pública, y lo más importante, la estrategia de los cambios que incluyen un proyecto de país que no debe ser solamente el de los que ganen sino el de todos los uruguayos que estén dispuestos a compartir generosamente un porvenir más democrático, próspero e inclusivo.
Termino esta breve nota llamando a todos los frenteamplistas, a los dirigentes y a las bases, a los amigos y simpatizantes, a los frenteamplistas más encumbrados y a los más humildes, a ser infinitamente intolerantes con el sectarismo y el divisionismo, a ser más unitarios, generosos y militantes por la unidad, una unidad que debería ser estratégica, sincera y sin exclusiones.
¡Unidad para los cambios!
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