Archivo de 16 de May de 2024

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Freud en época del nazismo . . .

PSICOANÁLISIS, HISTORIA Y EL MITO DEL PUNTO FINAL

Porque no creo que haya memoria mediadora, no creo en los puntos finales. Y porque no «creo», esta historia que es tan verdadera como la resignificación misma, es una propuesta de apertura a la reflexión. Doris Hajer (1997) Psicoanálisis y nazismo. En: Revista Tramas, Universidad Autónoma de México, 199-220.La hija, el embajador y el oficial nazi, el insólito escuadrón que rescató  a Freud de las garras de Hitler

1) El psicoanálisis bajo el nazismo: ceguera social y cobardía moral

La historia del psicoanálisis en Alemania bajo el nazismo desató polémicas encendidas e investigaciones que, naturalmente, no se limitaron a la comunidad analítica. Esto sucedió recién a partir de la década de 1980, medio siglo después del comienzo de la nazificación en 1933. Por esa misma época los historiadores estaban enzarzados en la llamada Historikerstrait, una dura confrontación entre historiadores, revisionistas con los reivindicadores de una memoria profunda sobre lo sucedido. Todos esos hechos han recobrado palpitante interés en los años turbulentos que ahora vivimos. Para valorarlos con justeza hay que superar los obstáculos de la desmemoria inducida, de los ocultamientos, de las fábulas y mentiras.

Concluida la Segunda Guerra Mundial y con un par de excepciones (una información que salió a luz en 1946, acerca de la colaboración de Carl Gustav Jung con los Nazis y un informe más bien negativo sobre las andanzas del británico Ernest Jones) ha primado lo que Stephen Frosh  [i] califica como “un silencio feroz” en torno a lo sucedido entre 1933 y 1945. Frosh asegura que la calificación de “feroz” se debe a que el silencio no solamente abarcó una historia muy problemática sino que reprimió cuidadosamente contradicciones y tensiones que son muy importantes para comprender al psicoanálisis como profesión y como teoría.

escribe: Fernando Britos V.

La historia misma del psicoanálisis tantas veces escrita por tantos autores en forma benigna o criticada también por muchos resulta desautorizada si se considera como fue posible que el psicoanálisis cayera tan fácilmente en manos de los nazis. De hecho fue una de las primeras disciplinas o asociaciones profesionales en hacerlo, desde el comienzo acelerado de la Gleichsaltung (un término técnico que los nazis adoptaron para referirse a su control de la sociedad alemana).

Ese “silencio feroz” cumplió una función desde la temprana posguerra. Fue una de las defensas funcionales – según el psicoanalista británico Flosh – surgidas de la preocupación parcialmente inconsciente , acerca de los problemas que podrían haber surgido si se hablaba con claridad de lo que había pasado entre 1933 y 1945. El silencio le sirvió a un grupo de profesionales para encontrar acomodo en la reconstrucción de Alemania y para mantener una comunidad que podría haberse fragmentado al enfrentar sus propios impulsos destructivos.

Claro está que esta explicación “psicoanalítica” es una sábana corta. No solamente lo fue en Alemania de la posguerra sino en los más diversos países del mundo, incluso en nuestro pequeño Uruguay como lo veremos, más adelante, cuando convoquemos a Doris Hajer para historiar al psicoanálisis en el oscuro periodo dictatorial (1973-1985) y más allá.

Desde mediados de los setenta del siglo pasado, se produjeron fisuras en el silencio con la aparición de investigaciones sobre el Tercer Reich. En 1985, la Asociación Psicoanalítica Internacional (en adelante IPA, por su sigla en inglés) se reunió en Hamburgo y se presentaron trabajos desveladores, como la correspondencia entre Ernest Jones y Anna Freud. Algunos analistas judíos se sintieron desilusionados porque el Holocausto no fue considerado entonces por la IPA.

Para no ser prolijos digamos que, desde entonces y de ahí en adelante, la controversia en el campo de la historia del psicoanálisis bajo el nazismo se desarrolló entre quienes consideran al periodo nazi como una aberración durante la cual el psicoanálisis fue destruido y por ende debía ser reconstruido nuevamente en Alemania y quienes argumentaban sobre la “continuidad”. Estos sostenían que aunque constreñido y vigilado por los nazis, el psicoanálisis siguió existiendo y floreció, al menos como una forma de psicoterapia.

Muy tempranamente (casi diríamos que antes del derrumbe de mayo de 1945) la controversia se desarrolló como un debate entre dos instituciones alemanas que reclamaban el dominio exclusivo del psicoanálisis: la Deutsche Psychoanalytische Gessellschaft (DPG) que sostenía que el psicoanálisis había sido salvado por sus integrantes durante la guerra y, por otro lado, la Deutsche Psychoanalytische Vereinigung (DPV) que se separó de la anterior, en lo fundamental por diferencias respecto a la “pureza” de la práctica psicoanalítica. La DPV fue reconocida por la IPA en 1951. Su principal dirigente era Carl Müller-Braunschweig quien manifestaba que el su disciplina había sido destruida y se necesitaba una nueva organización para su resurgimiento.

A la DPG se atribuía la concepción de que el psicoanálisis continuaba su evolución sin rupturas hacia la psicoterapia, “lo que había empezado bajo el nazismo”. Mientras que la DPV pretendía liberar al psicoanálisis de las otras tendencias terapéuticas para hacer causa común con las “percepciones judías”. El historiador y rabino estadounidense Yosef Yerushalmi, por ejemplo, sostiene que el secularismo que se desarrolló como consecuencia de la emancipación de los hebreos en el siglo XIX, produjo “judíos psicológicos” de los que Freud era un gran ejemplo. Alienados de los textos clásicos, los “judíos psicológicos” tendían a insistir en rasgos judíos inalienables: intelectualidad e independencia de criterio, patrones morales y éticos elevados, preocupación por la justicia social, tenacidad ante la persecución. A esta lista de formidables atributos, Yerushalmi agrega una sensibilidad al antisemitismo de tipo muy específico, lejano de la aceptación del antagonismo étnico que fue más característico de la era premancipatoria.

Esta parece ser, en gran medida, la historia de Freud – dice Frosh – pero también es una caracterización de una forma interior de ser, que revolotea en torno a las cuestiones de la pertenencia y de la otredad, del determinismo histórico y la libertad que como se ha demostrado influye sobre las identidades judías modernas y tal vez sobre las identidades modernas en general.

Este “judío psicológico” no es una creación freudiana pero está profundamente incluida tanto como reflejada en el freudismo, con su no resuelto y permanente cuestionamiento de analizarlo todo en busca de una verdad elusiva. Al trasladar esto al pensamiento sobre la herencia del psicoanálisis surge el asunto de la marginalidad y la cultura de la conciencia crítica que se relaciona con muchos aspectos de la cultura judía pero también con la visión capitalista y protestante del mundo al ensamblarse en la autodeterminación individual. El psicoanálisis – al menos en su propia mitología – se mantiene fuera de las ortodoxias y ofrece una alternativa radical y una otredad “independiente”.

Este nuevo enfoque, ni religioso ni científico, independientemente los esfuerzos de Freud en esta última dirección, es profundamente crítico: nada puede quedar fuera del análisis. La relación de Freud con su identidad judía era claramente ambivalente y ha sido muy trabajada por muchos autores en forma especulativa. Pero también hay lecturas como la de Edward Said (que veremos más adelante) que resultan esclarecedoras. Por ahora destacaremos algunos aspectos que se desprenden de las obras de Freud.

El padre del psicoanálisis se identificó como judío durante toda su vida aúnen los periodos de ascenso explosivo del antisemitismo en Europa y en Alemania y Austria en particular. En su juventud, esta caracterización no fue tan sencilla y hay autores que dan cuenta del antisemitismo internalizado de Freud que parodiaba a los judíos del este y procuraba evitarlos porque los consideraba degenerados. A pesar de esas actitudes de típico “yeke” o “jecke”, el antisemitismo del mundo externo hizo que mantuviera una identificación fuerte y positiva con su identidad judía a pesar de la ausencia de cualquier vínculo de tipo religioso.

Sin embargo, el carácter judío del psicoanálisis era visto por Freud como algo más que una respuesta al antisemitismo. Sociológica y filosóficamente, la membresía, la práctica y la concepción del psicoanálisis fue desarrollada a partir de la energía liberada del antisemitismo y de las restricciones teocráticas del pasado.

El resurgimiento del antisemitismo virulento en su forma europea (vigorosamente desde Francia a partir del caso Dreyfus), el psicoanálisis sería maldecido a causa de sus orígenes judíos y si fuera necesario redimirlo, como pensaban algunos, su carácter judío e incluso sus practicantes judíos debían ser descartados. Por otra parte, Freud siempre se preocupó por amortiguar o encubrir ese carácter judío y por eso promovió al “ario” Jung como primer presidente de la IPA (1910 -1914) sosteniéndolo aunque sus divergencias ya los habían separado.

A principios de la década de 1930, el psicoanálisis alemán era un modelo de práctica profesional en una sociedad avanzada. Su organismo estrella era el Instituto Psicoanalítico de Berlín (BPI) fundado por Ernst Simmel y Max Eitington en 1920. Este último era además el presidente de la Sociedad Alemana de Psicoanálisis (DPG). El BPI tenía un enfoque apuntado a la reforma social y desarrolló programas para que los obreros accedieran al psicoanálisis (terapias de bajo costo). Varios de sus integrantes combinaban marxismo y socialismo con el psicoanálisis (entre otros Wilhelm Reich, Erich Fromm, Otto Fenichel, Edith Jacobson y Ernst Simmel), la mayoría de ellos eran judíos. Todo desapareció rápidamente después de la llegada de Hitler al poder el 30 de enero de 1933.

Lo que sucedió y las dinámicas que subyacen son complejas y enrevesadas. Aún hoy quedan cabos sueltos. Por ejemplo, incertidumbres acerca del papel de actores muy importantes como el propio Sigmund Freud y su hija Anna. Asimismo, aparece la figura provocadora del Carl Gustav Jung y las maquinaciones que se llevaron a cabo contra Wilhelm Reich. El británico Ernest Jones aparece, al mismo tiempo, como héroe y como rufián. Entre todos hay que destacar a tres actores: Matthias Goering, Felix Boehm y Carl Müller-Braunschweig. El primero era primo del Reichsmarschall Herman Goering y los otros dos eran psicoanalistas no judíos que fueron clave en la colaboración con el nazismo y sobrevivieron a la guerra.

Müller-Braunschweig encabezó la nueva organización psicoanalítica de la posguerra, en la República Federal Alemana (RFA), la DPV. Este personaje manejaba el concepto de dominio, tan bien les sonaba a los nazis: el inconsciente podía ser dominado, el paciente podía tener el dominio de si mismo. El psicoanálisis podía contribuir a la concepción de la vida que promovía el nazismo. La salud psicológica se definía en términos de sangre, poderosa voluntad, eficiencia, disciplina, comunidad, heroísmo y aptitud física.

A partir del momento en que Hitler fue nombrado Canciller, contando con el respaldo y eventualmente siguiendo las instrucciones de Jones desde la IPA, Felix Boehm y Carl Müller-Braunschweig aplicaron la táctica de que el psicoanálisis podía eliminar sus orígenes judíos y su asociación con el socialismo y los sindicatos para ser útil al Tercer Reich.

Ya en el primer trimestre de 1933, los capitostes nazis habían advertido a la DPG que sería prohibida debido a la cantidad de judíos que la integraban. De este modo, después de una serie de presiones , en noviembre y diciembre de 1935, Jones envió a todos los integrantes de la DPG telegramas que solicitaban la renuncia de los analistas judíos. A fines de 1935, la DPG había sido arianizada, tres años antes de que otros profesionales judíos, médicos y abogados, fueran excluídos de sus asociaciones profesionales.

Frosh señala que la exclusión de los judíos fue recibida “con algún entusiasmo” por sus colegas, ya fuese por temor al contacto con los proscritos o por antisemitismo vulgar. La expulsión de los judíos de la DPG acarreó un beneficio paradojal porque al verse impedidos de trabajar la gran mayoría abandonó Alemania y se salvó del Holocausto. En el primer Congreso Internacional de la posguerra, celebrado en 1949, Jones le confirmó a Anna Freud que quince psicoanalistas que no habían emigrado murieron en los campos de concentración.

Jones se ocupó de conseguir lugares adonde pudieran ir los migrantes aunque su motivación no era heroica sino que se apoyaba en la ilusión de que la rápida salida de los analistas hebreos apaciguaría a los nazis. Las investigaciones más recientes apuntan a que Jones tenía motivaciones aún más oscuras. Es indiscutible que fue el factotum de la política de “apaciguamiento” y que desplegó habilidad y energía para evacuar a los analistas judíos pero también ha quedado claro que desarrolló un doble juego. Por ejemplo, en julio de 1934 aconsejó a Boehm para que enfrentara a quienes le iban a criticar por su política de colaboracionismo nazi durante el Congreso a celebrarse en Lucerna. 

En torno a Wilhelm Reich [ii] se montaron intrigas y persecuciones ante las que no contó con el apoyo ni siquiera de los freudianos “políticos” como Fenichel. Durante los primeros años del dominio nazi, con Freud a la cabeza, primó el criterio de manejarse con extrema cautela y evitar cualquier contacto político. El movimiento psicoanalítico se movía a la sombra de lo que les imponían los nazis. Su tesitura era propia de los “yekes” o “jeckes” dispuestos a cualquier concesión para salvar su posición social y su modo de vida alemán. [iii]

Matthias Heinrich Goering (1879-1945) fue un psiquiatra, nacido en Düsseldorf, que se volvió conocido desde 1933 (entonces se afilió al Partido Nacionalsocialista – NSDAP) y se favoreció con su parentesco con Hermann Goering. Los miembros de la DPG creían que Goering era un nazi entusiasta pero consideraban que mostraba ciertas variantes en sus preocupaciones ideológicas.

También es cierto que, desde el principio, los psicoterapeutas del Tercer Reich se sintieron atraídos por el nazismo y que los psicoanalistas consideraron que lo mejor era unir fuerzas con otras corrientes para salvarse. A principios de 1934, los arios Boehm y Müller-Braunschweig, se reunieron con junguianos y adlerianos para agruparse en un nuevo instituto dirigidos por Goering.  Este, como sus colegas adlerianos hacía especial hincapié en el sentimiento de “comunidad” (para los nazis la Volksgemeinschaft) al que agregaba un fuerte nacionalismo germánico y un pietismo cristiano. Goering criticaba al psicoanálisis por su materialismo y pansexualismo.

En 1933, se creó el Deutsches Institut für psychologische Forschung und Psychotherapie, precisamente el que después fue conocido como Instituto Goering.  En julio de 1936 (en plenas Olimpiadas) Goering, Boehm y Müller-Braunschweig se reunieron en Berlín con el omnipresente Ernest Jones y Abraham Arden Brill [iv]para conseguir el apoyo de la IPA, aduciendo que en el Instituto Goering el psicoanálisis mantendría su independencia. Eso no se cumplió. La formación de los psicoanalistas (una de las piedras de toque de la concepción freudiana) se combinó con las de otras psicoterapias y la DPG cedió su lujoso edificio (una obra financiada por la enorme fortuna del padre de Eitingon en 1920) para ser la sede del Instituto Goering.

En octubre de 1936, Matthias Goering dio una conferencia inaugural en la que destacó que la nueva psicoterapia alemana se sustentaría en bases no freudianas, pro nazis y antisemíticas. La lectura de Mein Kampf se hizo obligatoria y los judíos fueron mayoritariamente excluidos. Sin embargo, algunos analistas judíos lograron sobrevivir en el Instituto hasta el fin de la guerra.

Mientras Goering daba conferencias en las que comparaba la concepción de la libido atribuida a Freud con la concepción aria de Jung, Boehm fue hasta Viena para asegurarle lealtad a Freud e intentar que le diera su absolución. Freud no se la dio.

Los psicoanalistas alemanes consiguieron mantenerse en el Instituto controlando la policlínica: Boehm se hizo cargo del programa para atender a militares homosexuales; Werner Kemper colaboró en un programa para atender a soldados que sufrían neurosis de guerra; Müller-Braunschweig estuvo a cargo de las conferencias y del programa didáctico.

Entre 1938 y 1945, el llamado Grupo de Trabajo A (que integraban los freudianos en el Instituto) formaron a 34 nuevos analistas. Algunos autores han señalado que esto no significaba que todos los analistas fueron nazis o simpatizantes de los nazis pero si demuestra un alto grado de ceguera social, cobardía moral e interés individual que, aún cuando hubieran desarrollado un psicoanálisis ortodoxo no tenía remedio o justificación.

En el Instituto Goering, los analistas no judíos hicieron su trabajo lo mejor que pudieron, con varios grados diferentes de colaboración con los objetivos de la nueva psicoterapia alemana, en la que llegaron a participar en el infame programa de eutanasia forzosa. Ninguno de estos profesionales se rebeló aunque muy pocos se afiliaron al NSDAP.

Hubo excepciones, por ejemplo Edith Jacobson (1897-1978) fue presa en 1935 por negarse a revelar a la Gestapo información sobre uno de sus pacientes. Boehm consiguió que Jones no diera el apoyo a la prisionera desde la IPA. Jacobson fue hospitalizada y consiguió escapar a Checoeslovaquia y después a Estados Unidos donde se radicó. Otro ejemplo fue el de John Rittmeister (1893-1943) un neurólogo y psicoanalista militante de la resistencia que en su actividad académica había denunciado a Jung como cripto fascista. La Gestapo lo arrestó como comunista integrante del grupo que la Abwehr (la Sección Inteligencia de la Wehrmacht) llamó la Orquesta Roja. Fue guillotinado en Berlín. La historia de la relación entre Rittmeister y su colega colaboracionista Werner Kemper es una de las páginas más negras del freudismo. Posiblemente no se llegue a saber de que forma exacta Kemper habría llevado a delatar a Rittmeister a través de su papel como analista de la esposa de Matthias Goering.

2) El conflicto identitario y las actitudes de los judíos alemanes en 1933

 Nadie podía llamarse a engaño. Los nazis nunca ocultaron sus verdaderas intenciones. Adolf Hitler en su obra canónica Mi lucha (Mein Kampf, 1923) decía “si pasamos revista a todas las causas del desastre alemán (en la Primera Guerra Mundial) advertimos que la causa final y decisiva habrá de verse en el hecho de haber omitido comprender el problema racial y, en especial, la amenaza judía”. Según él el marxismo y el pacifismo judío amenazaban a Alemania en 1914 y formula lo que es la clave de la llamada seguridad nacional: “en aquellos días nadie reparaba en el enemigo interior”.[v]

El análisis de los votos emitido en las elecciones parlamentarias de la República de Weimar, especialmente la comparación entre los comicios de 1930 y el de 1932 son muy interesantes [vi]. En las elecciones del 6 de noviembre de 1932, el nacionalsocialismo (NSDAP) perdió dos millones de votos en comparación con la de 1930 y tuvieron 34 escaños menos en el parlamento. El nazismo seguía siendo una fuerza importante pero se creía que Hitler no llegaría a ser Canciller.

Por su parte, la burguesía industrial y banquera, la oligarquía monárquica (los junkers terratenientes y los nacionalistas estrechamente relacionados con el ejército) estaban muy preocupados por los avances de la izquierda (la socialdemocracia y los comunistas). Creían que “el cabo austríaco”, hiperactivo y violento, sería un mal menor que ellos podrían manipular.

Al llegar a ser el Canciller designado por el Presidente Hindenburg, el 30 de enero de 1933, Hitler sabía que no controlaba el ejército ni el aparato del Estado y por eso se había aliado con las detestadas oligarquías nacionalistas y monárquicas (“la casta”). Esta alianza generó pugnas internas en el nazismo que se resolverían recién en julio de 1934 en la llamada “noche de los cuchillos largos” cuando Hitler descabezó a las SA y promovió el asesinato de numerosos opositores.

Ian Kershaw sostiene que la ideología Volkisch era una mezcla de nacionalismo extremo, antisemitismo racial y concepciones místicas relativas a un orden racial exclusivamente alemán con raíces en el pasado teutónico, apoyado en el orden, la armonía y la jerarquía. Se trataba de una visión impregnada del retrógrado romanticismo alemán que se consideraba superior pero se encontraba amenazada por eslavos, marxistas y judíos. Todo estaba envuelto en el llamado “darwinismo social” (supervivencia del más fuerte) y el imperialismo o colonialismo (la expansión hacia el Este) para salvaguardar a Alemania del “espíritu judío”.

El historiador estadounidense David Engel señaló que en 1871 los judíos habían conseguido la emancipación en Alemania; finalmente eran considerados ciudadanos en igualdad de condiciones en todos los paises al Oeste del Elba. Se esperaba que se considerasen franceses, alemanes, holandeses, ingleses o italianos de religión judía en lugar de concebirse como miembros del “pueblo elegido” diseminado por el mundo. La mayoría de los judíos recibió con beneplácito la emancipación y declaró que, en adelante, el término judío se refería a un grupo religioso y por ende no tenía sentido étnico (racial).

Los judíos se empeñaron en borrar las diferencias  sociales, culturales, linguísticas y económicas que los habían separado de la sociedad en los guetos de la Edad Media. Esto también supuso el desarrollo de conflictos identitarios que habrían de manifestarse en el siglo XX y especialmente desde el la llegada de los nazis al poder [vii].

Para facilitar la integración social, los “judíos reformados” propusieron modificar las leyes religiosas y abolir las prohibiciones dietéticas. A finales del siglo XIX, la mayoría de los judíos europeos habían conseguido que no se los distinguiera externamente de sus vecinos gentiles. Hablaban el mismo lenguaje, asistían a las mismas escuelas, vivían en los mismos barrios, vestían la misma ropa (chaquetas y no caftanes y gorras de piel) y leían los mismos libros y los mismos diarios.

Más o menos los dos tercios de la sociedad alemana, ante el retroceso electoral de los nazis en 1932, creía que la grave crisis económica, la violencia del discurso hitleriano y los enfrentamientos callejeros, no llegarían a afectar la pluralidad cívica del pueblo alemán, en la cual la democracia aún imperfecta de la República de Weimar haría que el nazismo terminara desapareciendo como si fuera una pesadilla pasajera.

Por eso, tanto para los judíos como para los no judíos, el nombramiento de Hitler como Canciller fue una sorpresa difícil de entender. Para muchos simpatizantes del nazismo en cambio, el hecho aparecía como una oportunidad de una “revolución alemana” que permitiera liberarse de la explotación judeo-burguesa y de una aristocracia decadente.

Los nazis promovían una nueva era cósmica en la que los arios dominarían el mundo y en la que comunistas, judíos, liberales, católicos y socialdemócratas resultarían sometidos o excluidos. Como lo muestran los trabajos de la Alltagsgesischte (la historia de la vida cotidiana), el dominio nazi  planteó exigencias pero también creó oportunidades y esto operó durante doce años para mantener un apoyo importante al régimen hasta el último momento del Tercer Reich.

Para los judíos el nazismo planteaba disyuntivas morales y materiales debidas a la propia conformación de su comunidad. Los judíos asimilados se consideraban alemanes y no hebreos. Pertenecían a familias urbanas, comerciantes, industriales, profesionales, educados en los valores centroeuropeos. Alemania era su patria y así los consideraba el resto de la sociedad. Aunque muchos seguían normas de la cultura judía frecuentemente no eran practicantes. En muchos casos se habían convertido al cristianismo o eran judíos secularizados que se identificaban con los modelos identitarios alemanes: eran alemanes judíos.

Existían otros judíos, que se mantenían conscientes de sus diferencias respecto a los gentiles y recelaban de estos. Eran tradicionalistas y, los más extremistas eran sionistas. Su grado de asimilación era limitado y contradictorio. Residían en las ciudades pero provenían por lo general de los países del este (Polonia, Ucrania, Rusia) y del medio agrícola. Se consideraban primero judíos y luego alemanes. Participaban en la vida social pero su relación con los no judíos se caracterizaba por la reserva y esto generaba suspicacias mutuas. “Quizás debido a ello – dice Calero – estos judíos solían ser menos susceptibles a ciertas actitudes antisemitas de naturaleza costumbrista y estereotipada, siempre latentes en las sociedades europeas”.

Habiendo llegado a Alemania o a Austria menos de tres o cuatro generaciones atrás, estas familias judías mantenían memorias de persecuciones y hostigamiento mucho más vívidas que la de los judíos urbanos. Su conciencia de mismidad era un rasgo de autoafirmación identitaria y un mecanismo de autopreservación. Hannah Arendt calificaba a los no asimilados como “parias” y a los asimilados como “advenedizos”. Según ella, cada judío, de cada generación, debía decidir si seguía siendo paria al margen de la sociedad gentil o se convertiría en un advenedizo. A partir de 1933, los judíos asimilados “vieron desbordada su incredulidad” acerca de la amenaza nazi. Nunca pensaron que los valores civilizados de la sociedad alemana sucumbirían ante el nazismo o que lo harían tan vertiginosamente.

Al considerar antes la rapidez con que el psicoanálisis cayó en manos de los nazis vimos que contó con colaboradores, nacionales y extranjeros. Los judíos asimilados se vieron sorprendidos por una ola de antisemitismo que lo abarcó todo. Los gentiles que nunca habían mostrado rasgos antisemitas se contagiaron ante el demoledor empuje de la propaganda o por oscuros intereses personales (como los ya referidos casos de los psicoanalistas Boehm, Müller-Braunschweig, Kemper y tantos otros) y se prestaron para que el Estado nazi hiciera una purificación antisemita, es decir una limpieza étnica, y estableciera un minucioso apartheid avant la lettre que derivaría hacia el genocidio conocido como el Holocausto [viii].

El 7 de abril de 1933, los judíos fueron expulsados de la administración pública, del ejército y de la enseñanza. A partir de entonces, los alemanes-judíos, tan patriotas e identificados con la germanidad fueron despojados de su identidad nacional y cultural porque su procedencia étnica, no su religión, los excluía de la Volksgemeinschaft en la que habían nacido y se habían criado. Su germanidad les había sido arrebatada por una banda de violentos que habían hecho retroceder lo alemán a una etapa tribal y pre moderna. [ix]

Los judíos asimilados, muchos calificados “yekes o jeckes” [x] , como ya vimos, tardaron en comprender el peligro porque se resistían a abandonar sus posesiones y su posición social. La vida burguesa les dificultaba la comprensión del mundo circundante. Vieron sucumbir a la República Española a manos de Franco y su banda, apoyados por Hitler y Mussolini, en una terrible guerra civil. Habían visto a los fascistas italianos arrasar a Etiopía pero eran cosas que pasaban en otro lado. Esperaban que el nazismo fuera pasajero. Confiaban en que las presiones de la comunidad internacional frenarían al fascismo. “No querían creer que la Alemania de sus padres ya no era la suya”. Claudia Roemer sostiene que los judíos alemanes eran la élite intelectual de Europa y que su patria no era Alemania sino el idioma alemán y su cultura. El poeta Heinrich Heine que se había convertido al cristianismo lo precisó cuando estableció que, a su muerte, deseaba ser enterrado no como judío ni como cristiano sino como un poeta alemán [xi].

Los judíos tradicionalistas se vieron menos sorprendidos y muchos procedieron a abandonar Alemania porque consideraban que eran huéspedes tolerados pero no aceptados. Consiguieron escapar antes de que se cerraran las vías en 1939. El polémico ensayista derechista británico Michael Burleigh [xii]señaló que las reacciones de los judíos ante el ataque eran ambivalentes. Dependían de la edad, el género, la riqueza. Muchos, sobre todo los tradicionalistas, creían haber visto algo así antes y la tenacidad judía se manifestaba vulgarmente diciendo “atravesamos el Mar Rojo y atravesaremos la mierda parda”. Muchos consideraban que el antisemitismo era una ola monstruosa que terminaría en un mar en calma cuando las emociones que lo causaban se disipasen.”En Viena – dice Burleigh – la familia Klaar, cuyo patriarca sentía una secreta admiración por Hitler, buscaba y hallaba excusas para los excesos nazis”.

En 1933, abandonaron Alemania 40.000  judíos (el mayor éxodo antes del de 1938). Muchos eran jóvenes, muchos eran ricos y muchos eran perseguidos políticos. “Este paso hacia lo desconocido – advierte Burleigh – era mucho más difícil para los ancianos, para los que tenían parientes de edad avanzada o niños muy pequeños, o negocios y clientes consolidados a lo largo de generaciones, o que no podían plantearse por razones culturales vivir en otro sitio que no fuese Alemania”. Esta dificultad era doblemente grande en el caso de los judíos rurales cuyas habilidades no tenían lugar en otros países y que no hablaban otros idiomas que no fueran el alemán o el yidish.

La burguesía judía compartía con von Papen, el aristócrata católico y conservador que le abrió camino a Hitler, la idea de que el nazismo sería un fenómeno pasajero que ayudaría a desmantelar a la izquierda y que aún prevalecerían las garantías constitucionales del Estado de derecho (el Rechsstaat que los judíos habían ayudado a crear). Otros creyeron en una disparidad entre la retórica hitleriana y la política y creían en el dicho popular de que “era peor el ladrido que la mordedura” (Es wird nicht alles so heiss gegessen, wie es gekocht wird).

No fue solo la persecución sino el hundimiento de la identidad lo que llevó a unos diez mil judíos alemanes a suicidarse o a intentarlo durante los años del Tercer Reich. Muchos mandaron cartas a los organismos nacionales o regionales resaltando su acendrado patriotismo (muchos miles habían combatido valerosamente durante la Primera Guerra Mundial y recibieron la Cruz de Hierro y otras condecoraciones). Más de 12.000 de esos militares murieron en combate según se desprende de las lápidas existentes en los cementerios judíos. [xiii]

Sin embargo, la situación requería respuestas más allá de lo individual. La comunidad judía estaba muy fragmentada y cada sector reaccionó a su manera. Los sionistas alemanes comprendieron que los nazis les golpeaban como miembros de una “raza”, independientemente de sus creencias religiosas o de su falta de las mismas.

Los antisionistas liberales descubrieron las virtudes de la comunidad – dice Burleigh – y urgían a los judíos a no emigrar (“cumplid vuestro deber aquí” exhortaban). Los ortodoxos se dirigieron directamente a Hitler destacando su historial de patriotismo alemán y pidiendo “un espacio vital dentro del espacio vital de la nación alemana”. Los liberales y los sionistas, sin los ortodoxos, crearon organizaciones para ayudar a los necesitados y favorecer la emigración.

Una expresión notable de las diferencias de criterio en la comunidad judía fue el Acuerdo Haavara (literalmente “acuerdo de traslado”) firmado el 25 de agosto de 1933, tras tres meses de negociaciones, entre la Federación Sionista de Alemania (die Zionistische Vereinigung für Deutschland), el Banco Anglo-Palestino (bajo las órdenes de la Agencia Judía para Israel), y las autoridades económicas de la Alemania nazi. El acuerdo pretendía facilitar la emigración de los judíos alemanes exclusivamente a Palestina. El pacto de colaboración entre las autoridades nazis y la principal organización sionista mundial comprometía a los segundos a colaborar con los nazis a cambio de permitir la salida del país de los migrantes.

Aunque ayudó a los judíos a emigrar, también los obligó a abandonar la mayor parte de sus posesiones antes de partir. Se estipuló, no obstante, que las mismas podrían recuperarse transfiriéndolas a Palestina como bienes de exportación alemanes. Aproximadamente, 60.000 judíos emigraron en esas condiciones, llevándose con ellos 100 millones de dólares (casi dos mil doscientos millones de dólares actuales).

El Acuerdo no fue respaldado por muchos de los líderes judíos, dentro y fuera del movimiento sionista. También fue criticado por el público alemán y miembros del NSDAP. En compensación por su reconocimiento oficial como únicos representantes de la comunidad judía, los dirigentes sionistas se ofrecieron para romper el boicot que habían organizado todas las organizaciones judías del mundo, lideradas por las poderosas asociaciones de los EUA. El boicot estaba afectando muy directamente al naciente Tercer Reich.

Los sionistas también fueron muy activos en los Judenrat, los comités que controlaban los guetos y decidían quién debía ser deportado. Todas las cuestiones fueron negociadas con Adolf Eichmann, y esto se vio en el juicio a que fue sometido este en Jerusalén, en 1961. Según el polémico acuerdo los nazis organizaban los viajes, de modo que los judíos alemanes llegaban a Palestina en barcos en los que ondeaba la bandera de la esvástica. Las SA crearon campos de entrenamiento para preparar a las juventudes sionistas en su emigración, además imprimían su propaganda y contribuían a la difusión del proyecto y a la organización de los actos proselitistas.

Sobre el costo moral de emigrar a Palestina dijo el historiador estadounidense David Engel [xiv] que implicaba dejar atrás a la familia, los amigos y el ámbito cotidiano por el que los judíos alemanes sentían gran cariño. Los que emigraban a menudo no tenían medios para sustentarse y carecían de competencias que pudieran aplicar en su nuevo destino. En Palestina no abundaba el trabajo, no podían ejercer su profesión (salvo los que disponían de grandes medios económicos como el psicoanalista Max Eitington) y perdían su posición social, de modo que su identidad resultaba afectada. A principios de 1935, unos diez mil judíos que habían emigrado a Palestina regresaron a Alemania; solamente la amenaza de ser encerrados en campos de concentración puso fin a esa migración de retorno.

Muchos judíos alemanes asimilados retornaron al judaísmo lo cual llevó a una identificación creciente con el sionismo y con la posibilidad de radicarse en Palestina que este promovía. Antes de 1933, el sionismo solamente había conseguido resultar atractivo a unos pocos judíos alemanes. La mayoría de los dirigentes de la colectividad consideraban que el nacionalismo sionista era adverso a la emancipación. Sin embargo, después de 1933 los sionistas sacaron partido de la persecución a la que apuntaron desde un primer momento las medidas del gobierno nazi.

Por ejemplo, los sionistas pasaron a formar parte del Reichsvertretung der Deustches Juden (“la representación en el Reich de los judíos alemanes”) fundada el 17 de setiembre de 1933 con el objetivo de aglutinar a todas las agrupaciones judías existentes para hacer un frente común en defensa de sus intereses ante el nazismo.

La organización intentó ayudar a los desvalidos y oponerse a la política racial del régimen manteniendo las instituciones solidarias y culturales de la colectividad y también apoyando la emigración; en ese marco los sionistas se dedicaron a promover la emigración exclusivamente hacia Palestina. Eso compensó la reticencia de los dirigentes no sionistas ante la emigración hacia el Medio Oriente. Véase lo que dijimos antes sobre el Acuerdo Haavara.

Paulatinamente las funciones de la Reichsvertretung fueron siendo gradualmente limitadas hasta que ,en 1939, pasó a depender de la Reichssicherheitshauptamt (la Oficina Central de Seguridad del Reich, a cargo de Heydrichy se usaba para trasmitir las prohibiciones, restricciones y medidas contra los judíos. Finalmente la organización judía fue disuelta en 1943.

En 1934, la historiadora y socióloga Eva Reichmann (1897-1998) que era directora de una organización judía en Berlín ( y después integró la Reichsvertretung), dijo: “la gente está explorando las fronteras de su existencia en calidad de alemanes y de judíos y muchos de ellos (…) sienten algo muy similar a esto: la era de la emancipación toca a su fin. Nuestra seguridad emocional se ha desmoronado. Tal vez nuestra sensación de seguridad nos hizo insensatos, nos dio demasiada confianza en nosotros mismos, nos transformó en seres satisfechos. Es verdad que la hostilidad contra los judíos jamás desapareció pero apenas dejábamos que nos afectase. Veíamos los acontecimientos históricos desde una perspectiva excesivamente unilateral para que creyéramos en catástrofes”.

3) El mito de la identidad colectiva y el psicoanálisis puro

En junio de 1938, a los tres meses de haberse producido la anexión de Austria por la Alemania nazi, Sigmund Freud y su familia consiguieron salir de Viena para no regresar jamás. Las hermanas de Freud que permanecieron en Austria perecieron en los campos de exterminio y el padre del psicoanálisis habría de morir en Londres, tres semanas después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en setiembre de 1939.

Freud y los suyos consiguieron escapar merced a la intervención de Marie Bonaparte, la psicoanalista francesa que pagó la enorme suma que los nazis exigían para permitir que los judíos emigraran. Además gestionó ante Ernest Jones y obtuvo la visas que otorgó el gobierno británico y consiguió alojamiento para las 16 personas y el perro que formaban parte del grupo de emigrados.

Como se sabe, Freud estudió, trabajó y escribió hasta el último momento de su vida y precisamente, ya en Londres, hizo publicar “Moisés y la religión monoteísta”, un ensayo que al establecer la tesis de que Moisés era egipcio y no judío resultó demoledor para la idea de identidad pura y colectiva que el sionismo ha promovido como fundamento de su ultranacionalismo.

En el año 2008, el psicoanalista español Carlos Rey rescató una conferencia que Edward W. Said (1935-2003) [xv]dio en el Museo Freud de Londres, (había sido prohibida antes en el Instituto Freud de Viena) que resulta extraordinariamente adecuada para comprender el drama que se desarrolla en el Medio Oriente, la política israelí, su apartheid y la limpieza étnica que lleva a cabo contra los palestinos aún desde antes de 1948.

Said [xvi], que fuera un reconocido estudioso de la obra de Freud, estableció una vinculación actual y significativa entre las tesis del padre del psicoanálisis, la evolución de su pensamiento y las razones de Estado que ahora se manifiestan en esa guerra perpetua que lleva a cabo Israel, que a su vez mantiene una relación inocultable con el Holocausto y sus víctimas, traiciona a esas víctimas y pone en peligro la democracia a nivel mundial.

¿Qué fue lo que sostuvo Freud? ¿qué fue lo que señaló Said?  Hace 22 años, Said produjo un libro, precisamente titulado “Freud y los no europeos” y la conferencia desarrollaba su análisis de “Moisés y la religión monoteísta” el último y complejo conjunto de tres ensayos escritos entre 1934 y 1938, que se publicó en Amsterdam en 1939. La intención política de ese texto es clara y Said la hace suya para abogar por la causa palestina.

Al retomar la historia primitiva de la identidad judía descrita por Freud, Said cuestiona radicalmente el origen fundacional de la identidad judía y los derechos históricos que alega el sionismo sobre Palestina. Si hay una tierra prometida y también perdida es la que Freud ubicó en Meribat-Cadés , “al sur de Palestina, entre las estribaciones orientales de la península de Sinaí y el límite occidental de Arabia”. Allí los judíos adoptaron el culto a un dios llamado Yahvé, que provenía probablemente de la tribu árabe de los madianitas, un pueblo antiguo de comerciantes nómades, que habitaba las comarcas vecinas.

Said dijo que el texto de Freud socava la originalidad judía al señalar que, en primer lugar, la circuncisión era una práctica egipcia y no hebrea y, en segundo lugar, que seguramente los levitas , un grupo judaico que según la tradición existió siempre, eran “seguidores egipcios de Moisés que se habían trasladado con él al nuevo lugar”.

La política que el Estado de Israel practica de expulsar a los palestinos para colonizar el territorio es lo que Said criticaba y no dudaba en recurrir a la fisura en la identidad colectiva que Freud demuestra en su texto “Moisés y la religión monoteísta”. La obra de Freud dejó al descubierto nuevamente (había antecedentes en “Totem y tabú”) su incómoda relación con la ortodoxia judía porque sobre todo, trasmite su relación ambivalente con su propia judeidad.

Afirmar que la relación de Freud con el judaismo era conflictiva era quedarse corto, sostenía Said. Cuando Freud se define como un judío sin dios, se contrapone a los que utilizan a Yahvé como garantía de su identidad y la consecuencia que de ello se deriva: la negación a la existencia del otro.

Decía Said: “la legislación israelí, lejos del espíritu que anima las advertencias deliberadamente provocativas de Freud sobre el origen no judío del fundador del judaísmo y de los inicios de este en el ámbito del monoteísmo egipcio no judío (Amenophis IV o Akenatón), contraviene, reprime e incluso anula la apertura de la identidad judía que Freud tan meticulosamente sostiene”. El Israel oficial ha eliminado los complejos estratos del pasado.

Said sostenía que Freud movilizó el pasado no europeo con el fin de socavar cualquier intento doctrinario que pudiera hacerse para dotar a la identidad judía de una base fundacional sólida, ya fuera esta religiosa o secular. Freud – decía Said – “se niega a reducir la identidad a uno de esos rebaños nacionalistas o religiosos a los que tanta gente quiere unirse a toda costa”.

En otras palabras – dice ahora Rey – “la identidad no puede concebirse y funcionar como si fuera algo puro; no puede constituirse ni siquiera imaginarse sin la represión de esa radical fractura o carencia originarias”. Leyendo a Freud, Said reconoce que la identidad es un problema no resuelto, un conflicto que no prescribe, por eso cree que en esta experiencia psicológica reside la esencia de lo cosmopolita y que, por lo tanto, algún día será posible que, en la tierra de judíos y palestinos, pueda establecerse un Estado binacional en que Israel y Palestina sean dos partes y no dos antagonistas.

La académica británica Jacqueline Rose [xvii] elogió las conclusiones de Said y formuló un comentario que vale la pena reproducir. Es cierto que Freud habla de las conflictivas relaciones de su identidad como judío, con el fin de reflexionar sobre la fisura o herida en el corazón de la identidad colectiva pero también, en el mismo año de 1930 cuando negó su apoyo a la instalación de un Estado judío en Palestina, escribió en el prólogo de la edición hebrea a “Totem y tabú” que “ a ninguno de los lectores ha de resultar fácil situarse en el clima emocional de un autor que desconoce el lenguaje de las Sagradas Escrituras, que está apartado de la religión de sus antepasados – así como de cualquier otra religión -, que no puede participar de los ideales nacionalistas, pero que, no obstante, nunca ha renegado de la pertenencia a su pueblo, que se siente judío y que no desea que su naturaleza sea otra. Si alguien le preguntara ¿pero qué queda de tí de judío si has renunciado a todos esos elementos comunes con tu pueblo? Le respondería, muchas cosas, quizás lo esencial”. Para Rose, Freud era un judío secular moderno.

Ahora llegó el momento de convocar a la psicoanalista uruguaya Doris Hajer [xviii] a quién citamos en el acápite de este artículo. “Uno no puede dejar de preguntarse – dice Doris – que es lo que de la situación del psicoanálisis <hace síntoma> en esta lucha por anteponer la <conservación de la institución psicoanalítica> a cualquier consideración, tanto psicoanalítica en si como humanitaria y aún ideológica o de lealtad, si se quiere filial”.

Refiriéndose a los periodos de persecución y represión – que se hacen extensivos no solamente a los años del Tercer Reich (1933-1945) sino a otros doce años de plomo, cuarenta años después: los de la brutal dictadura en Uruguay (1973-1985) – ella afirma que algo fundamental al psicoanálisis se perdió en esos años.

Freud nunca eludió analizar y aún tomar posición frente a los más diversos temas – dice Doris Hajer – pues desde su adolescencia era apartidario pero no apolítico. Freud no proponía abstenerse y mantener una neutralidad a la vista del gran público, entre el cual se encontraban sus pacientes, ni que estos no deberían saber nada de sus posiciones, tal cual años después se habría de entender. “Postura muy cómoda enfrentados a una dictadura”.

Ya en 1933, Ernest Jones promovía el cambio en la directiva de la Asociación Psicoanalítica Alemana (DPG) según lo imponían los nazis. Como vimos antes Jones se aplicó a promover la renuncia de los judíos y su emigración. Era la nefasta política de apaciguamiento que la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) seguía para “salvar” al psicoanálisis. Después de mayo de 1945 la que había sido política de apaciguamiento se transformó en indiferencia ante los crímenes del nazismo y en rehabilitación de muchos colaboracionistas. Entre 1947 y 1953, unas decenas de analistas formados durante el Tercer Reich fueron acogidos en la IPA. En esto la responsabilidad de los psicoanalistas británicos y estadounidenses fue importante.

Que conste que la calificación de “apaciguamiento” para esa política de colaboración con los nazis es verdaderamente benévola. Reiteremos que la rápida caída del psicoanálisis en manos de los nazis fue el fruto de la ceguera social y la cobardía moral.

Doris Hajer traduce una cita de Karl Müller-Braunschweig (uno de los psicoanalistas “arios” que trabajaron en el Instituto Goering) quien pretendía justificar su colaboracionismo: “EI psicoanálisis se esfuerza por hacer de debiluchos ineptos, seres humanos eficaces; a los fantasiosos alejados de la vida real, los transforma en seres humanos que desean tener la realidad ante sus ojos, a los seres entregados a sus pulsiones, los convierte en seres capaces de encontrarlas; hace de hombres incapaces de amar y egoístas, seres plenos de amor y de aptitud para brindarse en sacrificio; a los desinteresados en la vida de todos, los convierte en siervos del Universo. Por todo ello realiza una formidable tarea educativa y sirve a los actuales lineamientos de una concepción de vida heroica realista y constructiva”.

Las obras de Freud fueron quemadas públicamente en 1933 pero Matthias Goering, el director del Instituto, guardó un conjunto de las mismas y permitía su lectura en reserva como si se tratara de obras interdictas de herejía. Al mismo tiempo promovía el estudio de Mi Lucha en la formación de psicoterapeutas. Decía Goering “un libro que debe considerarse científico … a pesar de solo faltarle la terminología, que no es garante de cientificidad … (pues) quien lea el libro y se ocupe de su esencia, notará lo que le es propio, aquello que a la mayoría de nosotros nos falta; Jung lo denomina intuición; es más importante que la ciencia. Por eso exijo de todos ustedes, que hasta el próximo congreso se ocupen fundamentalmente con el libro y los dichos de Adolfo Hitler, para que nuestro encuentro se desarrolle con esa bendición. A nuestros amigos extranjeros les ruego, contar de vuestra experiencia aquí en Alemania e informar en vuestras patrias. Cuenten que un hombre de las S.A. vestido de civil dirigió el Congreso, y que un hombre de las S.A. uniformado ha conseguido que nosotros médicos nacionalsocialistas, académicos nacionalsocialistas, apostemos totalmente a nuestra Ideología por amor a nuestro pueblo. Congreso de la DaGP en Dusseldorf,1938.

Carl Gustav Jung, por su parte, declaraba que era la hora de saldar cuentas por parte de una “salud mental aria” (arische Seelenheikunde) para preservar “el preciado secreto del alma germana” y sugirió la prohibición de los puntos de vista claramente judíos de Adler y Freud por sus características destructivas. Un artículo de Goggin y Brockman incluye una de las mejores relaciones hechas hasta ahora acerca de los nefastos manejos de Jung en su colaboración con el nazismo [xix].

Por supuesto hubo resistencia – dice Doris – pero los propios psicoanalistas alemanes se preguntan por que fue tan excepcional que la hubiera, aun desde fuera de Alemania, por parte de los exiliados: Kramm en Alemania, un no judío, emigró junto a sus colegas en el momento de la exclusión de estos de la Asociación Psicoanalítica Alemana. Rittmeister militó en la «orquesta roja» (y murió guillotinado en 1943). Edith Jacobson no fue defendida públicamente por sus colegas en momentos en los que todavía no había campos de exterminio y logró escapar con la ayuda personal de Fenichel y algunos otros de un Sanatorio donde hubo que internarla para una intervención. En Austria, Karl Landauer también murió en un campo por su tarea en la resistencia. Los psicoanalistas judíos Marie Langer, Richard Sterba y Friedmann huyeron con vida, menciono a estos tres por su conocida labor en la resistencia al nazismo”.

De un total de ciento cincuenta psicoanalistas austríacos, ciento cinco emigraron; diez murieron en campos de concentración o guetos y cuatro desaparecieron.

Doris se pregunta ¿porqué costaba abordar el tema ‘psicoanálisis bajo el nazismo’? Y señala que, a diferencia de los tres empujes de análisis que se vivieron en Europa y los Estados Unidos, la dificultad está vinculada con las situaciones vividas en el Cono Sur bajo las dictaduras (Uruguay, Chile, Argentina). Las preguntas sobre la historia oscura del psicoanálisis se hicieron en los setenta “y nos dividimos en función de ellas”. “¿Que fue de esas posturas en Uruguay? _ clandestinas en algunos durante la dictadura, retomadas después de la misma: muchos concluyeron que eran pecados adolescentes y hoy con alivio, tanto quienes declararon esto como los demás, nos descansamos en “la caída de las ideologías” para dejar el tema de lado cómodamente”.

Ya por los años cincuenta Mario Berta hacía en Uruguay la misma caracterización del psicoanálisis como “ciencia judía” que habían hecho los nazis. Asimismo se introducía a Jung – tan comprometido con el nazismo – y a Szondi un psiquiatra y psicoanalista suizo involucrado en el Instituto Goering que estuvo en Bergen Belsen [xx].

En 1973, la dictadura uruguaya intervino la Universidad de la República, encarceló y destituyó docentes, estudiantes y funcionarios y clausuró la Licenciatura en Psicología que era parte de la Facultad de Humanidades y Ciencias. Años después (1975) abrió una Escuela de Psicología, dependiente del Rector Interventor y dirigida por Mario Berta, donde se enseñaba a Jung, Szondi, Kretschmer, Schulz (y su terapia nazi del “entrenamiento autógeno”) y una gama de teorías racistas y pseudocientíficas.

La Asociación Psicoanalítica del Uruguay (APU), fundada en 1955 e integrante de la IPA, no fue intervenida durante la dictadura porque mantuvo el empaque conservador y la tradicional ceguera social del “psicoanálisis puro”. Por esa razón se crearon nuevas instituciones como la Asociación de Psicoterapia Psicoanalítica (AUDEPP), fundada en 1981 y la Escuela Freudiana de Montevideo (fundada en 1982 por seguidores de Jacques Lacan). La Asociación de Psicólogos Universitarios del Uruguay (APUU) fue perseguida, sufrió allanamientos, interrogatorios por parte de la policía de la dictadura y tuvo presos y exiliados. Siguió actuando como una forma de militancia clandestina mediante seminarios con el psicoanalista argentino Gregorio Baremblitt (1940-2021), hasta que el ingreso de este al país fue prohibido.

En 1985 cuando se restableció la democracia los psicoanalistas independientes no fueron admitidos en la APU porque – dice Doris – “no teníamos claro el porcentaje de dedicación al psicoanálisis versus nuestra militancia política”. “¿En beneficio de qué redundaría ahora poner sobre la mesa estas cuestiones? – se pregunta – Porque no me cabe la menor duda de que hablar del psicoanálisis durante el nazismo, nos pone ante otros temas del psicoanálisis mismo, y otros más nuestros, más cercanos”.

Doris advierte que no hay ser humano sin ideología, ideología de convicción o ideología impuesta y esto queda en evidencia en el destino de la Asociación Psicoanalítica Alemana por la que se suponía que valía la pena aceptarlo todo con tal de permanecer.

¿Esta afirmación suena antigua? – se pregunta y responde_ Puede ser, pero también escondernos detrás de la supuesta caída de las ideologías puede estarse volviendo antiguo de acuerdo a nuevos enfoques que, como siempre, aquí llegan tardíamente. ¿Que se conservó? _ durante el nazismo nada, o tan poco que tal vez Reich o Fenichel tuvieran razón, en el sentido de que mejor hubiera sido no conservarlo “

Tal vez los años de silencio fuera y dentro del ámbito germanoparlante condujeron a cegueras y búsquedas de un “análisis puro”, con todo lo sintomático que esta palabra vinculada al nazismo adquiere.

¿Cuántas veces nos dijimos, lo importante es no mostrar esa ideología a nuestros pacientes, dejar que ellos se encuentren consigo mismos, en tanto nosotros seamos conscientes de nuestra ideología, ya sea para no actuarla o para no dejarnos llevar de las narices. ¿Basta con eso?”.

La medicalización del psicoanálisis, la hipertrofia de ciertos “encuadres”, el estructuralismo (hoy visto desde otros abordajes epistemológicos) que  subyace en la búsqueda por muchos analistas de una “escucha a la estructura”, una interpretación psicologista, la insistencia en procurar una certeza en la “demanda” de análisis, antes que del sufrimiento del ser que padece, sin filantropismos. Todos son efectos – advierte Doris – de una ideología que se manifiesta como efecto tardío y sutil de las historias no analizadas a resultas de los cómodos acatamientos a “los puntos finales” (y nosotros agregaríamos a las “hora cero”).

[i]Frosh, Stephen (2003) Psychoanalysis, Nazism and “Jewish Science” En: International Journal of Psychoanalysis 84, 1315-1332. Institute of Psychoanalysis, Londres, Reino Unido.

[ii]Reich se había afiliado al Partido Comunista de Austria en 1927. Su trabajo se orientó hacia una síntesis entre el materialismo dialéctico y el psicoanálisis. A este período corresponden sus obras La revolución sexual y Psicología de masas del fascismo. Reich sostenía que el viraje hacia la metapsicología iniciado por Freud a partir de su texto Más allá del principio del placer (1920) se debía a que su carácter burgués le impedía aceptar las conclusiones revolucionarias que se obtenían a partir de sus propios descubrimientos: la primacía de lo inconsciente, el papel central de la represión sexual en la psicopatología, etc.

[iii]Más adelante profundizaremos acerca de la actitud y la forma en que los distintos sectores del judaísmo vivieron y enfrentaron la irrupción de los nazis en 1933. Ahora basta con señalar que los “yekes” o “jeckes” como se calificaba despectivamente a los judíos alemanes y austríacos se creían superiores a los judíos originarios o radicados al Este del Elba. Para ver una crítica a esas concepciones es útil el libro del Dr. Günther Drexler (2011) ¡Cómo el Uruguay no hay! (no hay como llegar). Por otra parte, en la abundante literatura concentracionaria hay testimonios que dan cuenta que los “yekes” llegaban como internados a los campos de concentración con un equipaje y vestimentas de alta calidad e incluso con sus sirvientes.

[iv]Abraham Arden Brill (1874-1948) era un psiquiatra nacido en Austria que pasó su vida adulta en los Estados Unidos. Fue el primer psicoanalista estadounidense y el primer traductor de Freud al inglés. También era judío.

[v]Hitler no había ocultado nunca su deseo de infligir violencia a sus enemigos. Así declaró refiriéndose a la Primera Guerra Mundial: “si al principio de la guerra y durante la guerra se hubiese sometido a doce o quince mil de estos hebreos corruptos al gas asfixiante, como les sucedió a centenares de miles de nuestros mejores obreros alemanes en el campo de batalla, el sacrificio de millones en el frente no habría sido en vano”.

[vi]  Jürgen W. Falter demostró, ya en 1980, que el NSDAP fue el primer partido que tuvo votantes proporcionales de todas las clases sociales. Si bien los trabajadores agrícolas y los trabajadores de ciudades pequeñas pueden haber votado por el NSDAP con relativa frecuencia, los trabajadores de la industria y de comercio de las grandes ciudades se resistieron en gran medida al nazismo en sucesivas elecciones. Los trabajadores desempleados, tendieron a migrar de los socialdemócratas (SPD) a los comunistas (KPD). Alrededor de la cuarta parte de los que votaron por el NSDAP en 1930 no habían votado dos años antes. Las mujeres no mostraron diferencia respecto a los hombres, es decir que las mujeres no fueron más cautelosas ni Hitler atrajo a más mujeres. Tampoco se demostró la preferencia de los votantes jóvenes por el NSDAP, aunque a menudo se señalaba la juventud del movimiento nazi y las elecciones representativas en las universidades les dieron mayorías. Los nazis fueron fuertes en las regiones agrarias. Las regiones industriales y las de influencia católica fueron más resistentes al nazismo. De los 17 millones de votantes que tuvo el NSDAP en su mejor momento, aproximadamente 7,4 millones procedían de los partidos protestantes burgueses, 2,5 millones de los partidos socialistas y 6 millones de los no votantes. Los medios protestantes y los funcionarios públicos figuraban por encima del promedio entre los votantes nazis. Por el contrario, el medio católico, que permaneció leal al Partido del Centro y al Partido Popular Bávaro, y los trabajadores socialistas resistieron a los nazis. Sin embargo, el 40% de los trabajadores alemanes de pequeñas empresas y del campo votaron al NSDAP. Desde las elecciones al Reichstag de julio de 1932, más trabajadores votaron por el NSDAP que por el Partido Comunista de Alemania (KPD) o por el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).

[vii]Calero Abadía, Adolfo José (2021) “El conflicto identitario de los judíos alemanes al comienzo del régimen nazi visto a través de la novela Los Hermanos Oppermann de León Feutchwanger, 1933”. En: Revista Exlibris Nº 10, 226-243. Universidad Central de Venezuela.

[viii]   El apartheid (‘separación’ en afrikáansfue el sistema de segregación racial en Sudáfrica y Namibia que imperó entre 1948 y 1992. Este sistema de segregación racial consistía en la creación de lugares separados, tanto habitacionales como académicos o recreativos, para los diferentes grupos raciales, en el poder exclusivo de las personas de piel blanca para ejercer el voto y en la prohibición de matrimonios o incluso relaciones sexuales entre blancos y negros. En 1973, la Asamblea General de las Naciones Unidas  aprobó el texto de la Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid (ICSPCA, por sus siglas en inglés). El apartheid fue declarado como crimen contra la humanidad, con un alcance que iba mucho más allá de Sudáfrica. Setenta y seis países firmaron la Convención pero un número de naciones no han firmado ni ratificado el ICSPCA, entre ellas Canadá, Francia, Alemania, Israel, Italia, Gran Bretaña y Estados Unidos.

[ix]Como en todos los casos, los términos absolutos de los nazis sufrieron fisuras. La periodista española Lola Galán (El País de Madrid, marzo de 1996) divulgó una investigación de un estudiante estadounidense de historia que descubrió en los archivos de la Wehrmacht que miles de judíos lucharon en el ejército nazi y que por lo menos 77 altos oficiales habían recibido documentos falsos emitidos por los capitostes nacionalsocialistas para ocultar su origen.

[x]Claudia Roemer, es una canaria que estudió historia y, a través del relato de los republicanos que sobrevivieron a los campos de concentración nazis, empezó a investigar, cuando descubrió que el apellido de su madre estaba en la lista de los judíos asesinados en el Holocausto, aunque ella nunca le había contado acerca de su origen. Lo que llegó a oír de su boca es cómo sobrevivió en el Berlín de la Segunda Guerra Mundial, escondida en casa de amigos y en el cementerio judío de la ciudad, que ya nadie visitaba. A partir de entonces, Claudia trabajó en el Memorial de Auschwitz y en Yad Vashem (el museo del holocausto en Israel), aunque (como relata) le fue muy complicado rastrear sus orígenes tras la persecución y el asesinato de casi toda memoria documentada de los judíos en Europa.

[xi]La tasa más alta de matrimonios mixtos se produjo precisamente en el año 1933. Este hecho, que entre las familias judías de otros países hubiera supuesto una ruptura de las relaciones familiares, no se producía en Alemania. Existía cierta labilidad en las relaciones desde la emancipación (sin perjuicio del antisemitismo existente). El padre de Karl Marx, por ejemplo, se había convertido al protestantismo por motivos profesionales pero la familia seguía asistiendo a las cenas del Shabbat en casa del tío de Marx que era rabino en Tréveris.

[xii]Burleigh, Michael (2022)  El Tercer Reich: una nueva historia. Ed.  Penguin Random House, Barcelona. Hubo ediciones anteriores, en español, que datan del 2002 y 2004. Debe advertirse que Burleigh es un ensayista que se ha dedicado a revivir algunas de las perimidas teorías de la Guerra Fría que se empeñaban en equiparar al nazismo y al comunismo, a Hitler con Stalin, y que siguen siendo materia del anticomunismo vulgar que desarrollan los ideólogos de ultraderecha. La historia de Burleigh no tiene nada de nuevo aunque está bien documentada en la parte que alude a la persecución sufrida por los judíos bajo el Tercer Reich, razón por la cual lo citamos.

[xiii]En Wesel, una ciudad de Renania del Norte, Erich Leyens un veterano judío, se puso su uniforme de campaña con todas sus condecoraciones para repartir volantes en la puerta del comercio de su familia. En esos volantes recordaba que él y sus hermanos sirvieron en el frente como voluntarios; fueron heridos y condecorados por actos de valor. Recordaba que los ministros Frick y Goering habían dicho muchas veces que quien insultara a un veterano de guerra sería castigado con cárcel. Después de un historial destacado de servicios, ¿tenemos que vernos ahora sometidos a humillación pública? – se preguntaba Leyens – y ¿Es así como la patria expresa hoy su gratitud, colocando piquetes en nuestra puerta para impedir que compren en nuestro comercio?

     Otro caso fue el del profesor de odontología Heinz Moral (autor de los textos más destacados en su especialidad) expulsado de la universidad de Rostock. Soy judío y nunca lo he ocultado – decía Moral en carta al Rector – pero mi mentalidad es por entero alemana y siempre he estado orgulloso de ser un alemán de religión judía (…) pero solo porque soy judío se me expulsa de mi puesto. No puedo soportar eso porque siempre he puesto el corazón en mi trabajo y no he hecho nada que transgrediera mi juramento y mi deber.

[xiv]   Engel, David (2006) El Holocausto, el Tercer Reich y los judíos. Nueva Visión, Buenos Aires.

[xv]Rey, Carlos (2008) “Freud y los no europeos: el mito de la identidad colectiva”. En: Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Vol.28, Nº1. Madrid.

[xvi]Edward Said fue un filólogo, catedrático de Filología Inglesa y Literatura Comparada de la Universidad de Columbia, músico y escritor. Había nacido en Jerusalén y fue expulsado de su Palestina natal con su familia (cuando tenía doce años fue testigo directo de la nakba o la catástrofe que representó para su pueblo – más de 700.000 exiliados –  el ataque israelí de 1947). Su familia provenía de la minoría cristiana del Líbano. Los Said emigraron a Egipto y finalmente se radicaron en los Estados Unidos donde Edward se formó y fue hasta su muerte un pacífico defensor de la causa Palestina. El libro sintetizado en la conferencia citada es “Freud y los no europeos”, editado en el 2006 por Global Rythm Press, Barcelona.

[xvii] Jacqueline Rose es catedrática de humanidades, codirectora del Birkbeck Institute of Humanities de Londres y autora de numerosos ensayos y artículos sobre psicoanálisis, feminismo, literatura y política. Formada en las universidades de Oxford, la Sorbona y Londres, Rose ha publicado su primera obra en castellano, Madres, un ensayo sobre la crueldad y el amor (Siruela, 2018), donde documenta y analiza las complejidades y contradicciones de la maternidad en la cultura occidental. Rose es colaboradora habitual de The London Review of Books y The Guardian y es cofundadora de la organización Independent Jewish Voices, además de ser miembro de la British Academy.

[xviii]  Hajer, Doris (1997) “Psicoanálisis y nazismo”. En: Revista Tramas Nº11, pp. 199-219. U.A. de México. Asequible en: https://biblat.unam.mx/hevila/TramasMexicoDF/1997/no11/12.pdf

Doris Hajer ejerce desde 1969, se licenció en la Licenciatura en Psicología de la Universidad de la República; se formó como psicoanalista y tiene obra publicada sobre psicoanálisis e historia de la psicología; tradujo del alemán actas del movimiento psicoanalítico de Viena con el cual mantiene relación académica. Presidió la Asociación de Psicólogos Universitarios del Uruguay (APUU) y desde 1985 se incorporó a la Universidad de la República, en la Facultad de Psicología, donde fue profesora titular de la cátedra de psicoanálisis hasta su retiro. A algunas de sus obras puede accederse por Academia.edu y por internet es posible ver numerosas entrevistas que ha concedido a distintos medios.

[xix] Goggin, James E. Y Eileen Brockman (2003) Death of a Jewish Science – Psychoanalysis in the Third Reich. Reseña por Elizabeth Annj Danto, en: Journal of Interdisciplinary History, Vol 34 ,Nº1 (verano del 2003, pp.90-91). The MIT Press. Los autores tasmbién incluyeron evidencias bien investigadas y convincentes de que los nazis destruyeron el núcleo liberador del psicoanálisis un cascarón conformista, diluído  y presumiblemente aterrorizado de su esencia anterior a 1933.

[xx]  Leopold Szondi (1893-1896) creó un test proyectivo con 48 fotografías de enfermos mentales. La Lic. Josefina Balken promovía el test en la década de los sesenta; afortunadamente ese test ha caído en un olvido irreversible.

16
May
24

GÉNESIS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
escribe: Andrey Budaev Embajador de Rusia en Uruguay
Hitler con autoridades inglesas y francesas

La Segunda Guerra Mundial que duró desde el 1 de septiembre de 1939 al 2 de septiembre de 1945 fue el conflicto más sangriento de la historia de la humanidad. 61 Estados participaron en la conflagración, las acciones militares cubrían el territorio de 40 países, las pérdidas humanas sobrepasaron 80 millones, de los cuales 27 millones eran ciudadanos de la Unión Soviética.

 

 

Por eso es necesario preservar la memoria histórica para las generaciones futuras y hacer todo lo posible con el fin de prevenir la repetición de la tragedia de esta envergadura. En este contexto hay que analizar y comprender las raíces de aquella guerra para llegar a conclusiones correctas en el sentido de la compleja dinámica de las relaciones internacionales en la etapa actual.

En primer lugar, los historiadores consideran que las provisiones del Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial (1914-1918) generaron condiciones para el futuro conflicto. Durante la conferencia de paz realizada en Paris del 18 de enero de 1919 al 21 de enero de 1920 los representantes de decenas de países, en primer lugar de Francia, Gran Bretaña, EEUU, Japón e Italia por un lado y Alemania derrotada por el otro discutían las provisiones del acuerdo final. Buscando su propio beneficio los países ganadores impusieron toda la responsabilidad por la guerra sobre la parte perdedora: se exigía que Alemania pagara enormes reparaciones, se le quitaban significativas partes de su territorio, su ejército quedaba reducido a 100 mil hombres, etc.

El carácter injusto y desequilibrado del Tratado de Versalles fomentó el sentimiento revanchista en Alemania y preparó el ascenso al poder de los nazis. Cabe destacar que ellos sabían manipular la opinión pública alemana, prometiéndoles a los ciudadanos restablecer el poderío de su país. En el marco de la propagación de una ideología extremista los países occidentales invertían en la industria militar alemana, recibiendo de su rápido crecimiento grandes dividendos financieros.

Además, el Tratado de Versalles previó la creación de la Liga de las Naciones como una organización internacional encargada de mantener la paz duradera y garantizar la seguridad colectiva. Sin embargo, esta institución fracasó, porque en la misma dominaban solo dos potencias – Gran Bretaña y Francia – y la organización carecía de herramientas reales y eficaces para influir en la situación internacional. La debilidad de la Liga de las Naciones se puso evidente cuando en 1933 Alemania nazi y Japón militarista abandonaron la organización y surgieron conflictos armados en Lejano Oriente, donde empezó la agresión japonesa contra China en 1937, y en África con la invasión italiana de Etiopía en 1935.

Observando las tendencias preocupantes en la política de Berlín y Tokio la Unión Soviética tomaba medidas para crear un sistema de seguridad colectiva que pudiera prevenir la agresión de estos dos países. En julio de 1933, por iniciativa de la parte soviética, se firmó la Convención sobre la Definición de la Agresión. Ese mismo año, la URSS propuso concretar el Pacto del Pacífico sobre No Agresión con la participación de Estados Unidos, China y Japón, pero resultó que tal tratado no correspondía a los intereses de las contrapartes. En 1935 la Unión Soviética firmó importantes tratados de ayuda mutua con Francia y Checoslovaquia, pero la iniciativa de concretar un documento más representativo conocido como Pacto Oriental no fue exitosa.

En 1938 comenzó la expansión alemana en Europa. Primero, fue invadida y anexada Austria por Alemania nazi y el 30 de marzo del mismo año en el marco de la política de «pacificación del agresor» se firmaron los Acuerdos de Múnich (también conocidos como confabulación de Múnich). Este tratado internacional representa uno de los acontecimientos más trágicos y vergonzosos de la historia de la política europea que fueron el prólogo de la Segunda Guerra Mundial. En la noche del 29 al 30 de septiembre de 1938, en Múnich los Primeros Ministros del Reino Unido y Francia, Neville Chamberlain y Édouard Daladier, con la mediación del Jefe del Gobierno fascista de Italia, Benito Mussolini, firmaron con Adolf Hitler un acuerdo sobre la cesión a Alemania de la región checoslovaca de los Sudetes.

En esta criminal división de un Estado soberano participaron también Polonia y Hungría. Los anexos al texto base de los Acuerdos preveían «la solución en un plazo de 3 meses» del problema de las minorías polaca y húngara del país vecino y, como resultado, Varsovia y Budapest se quedaron con algunos territorios de Checoslovaquia. Según los acuerdos de ayuda mutua con Checoslovaquia y Francia de 1935 antes mencionados la Unión Soviética solo pudo intervenir si Paris apoyara a Praga. En el caso contrario una intervención de la URSS en este asunto se hubiera considerado como acto de agresión.

Los Acuerdos de Múnich abrieron a Hitler el camino hacia la ocupación completa del resto del territorio Checoslovaquia en marzo de 1939. La URSS fue el único país que se pronunció contra la invasión de un Estado soberano: fue enviada una nota al gobierno alemán, en la cual fue subrayado el carácter indiscriminado, violento y agresivo de las acciones de Berlín. Moscú también insistió en la inclusión de este asunto en la agenda de la Asamblea de la Liga de las Naciones, pero su discusión no se llevó a cabo.

Como destacó la Portavoz de la Cancillería rusa María Zajarova en su rueda de prensa con motivo del 85 aniversario de los Acuerdos de Múnich, realizada a finales de septiembre de 2023, «en aquel momento, Gran Bretaña y Francia estaban vinculadas a Checoslovaquia por tratados de alianza. Son moralmente responsables de la violación de su soberanía e integridad territorial. Este es un ejemplo clásico de las desastrosas consecuencias del desprecio de los países occidentales por el derecho internacional y su creencia en su propio excepcionalismo».

A pesar de lo sucedido el gobierno soviético en 1939 volvió a proponer a las autoridades de Gran Bretaña y Francia comenzar las negociaciones encaminadas a concretar un tratado trilateral sobre la ayuda mutua en el caso de cualquier agresión en Europa. Este documento debía contener también la obligación de ayudar a todos los Estados de Europa del Este en caso de agresión contra ellos. Las negociaciones anglo-franco-soviéticas celebradas en Moscú en el verano de 1939 fueron interrumpidas: los británicos y los franceses eludieron cualquier obligación de apoyar a la URSS en el caso de que fuera víctima de agresión, porque consideraban beneficioso un eventual choque entre los integrantes del Acuerdo contra la Internacional Comunista (Alemania, Italia y Japón) con la URSS y pensaban que esta confrontación no les iba a afectar.

Quedó definitivamente claro que, debido a la negativa de varios gobiernos europeos a una acción conjunta con la URSS contra la agresión de Hitler, la Unión Soviética se encontró en el aislamiento político y en la incipiente guerra, para la que aún no estaba preparada, sólo podía confiar en sus propias fuerzas. En estas condiciones y ante el riesgo de enfrentar dos guerras en Europa y Lejano Oriente al mismo tiempo la URSS se vio obligada a firmar en agosto de 1939 el Tratado de no Agresión con Alemania.

En este ambiente complicado y contradictorio el 1 de septiembre de 1939 Alemania fascista invadió a Polonia y así se dio comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La política de apaciguamiento del agresor elegida por las potencias occidentales mostró su disposición a hacer caso omiso del derecho internacional y firmar tratados criminales.

El Presidente de Rusia Vladimir Putin en su artículo «75 años de la Gran Victoria: responsabilidad compartida ante la historia y el futuro» destacó que, la división de Checoslovaquia fue brutal y cínica. El Tratado de Múnich derrumbó incluso las frágiles garantías formales que quedaban en el continente. Demostró que los acuerdos mutuos no valían nada. Este Pacto sirvió de «gatillo» tras el cual una gran guerra en Europa se hizo inevitable.

Es obvio que estos lamentables hechos históricos son incómodos e inconvenientes para los países occidentales y por eso quieren llevarlos al olvido y tergiversarlos. Sin embargo, esta trágica lección tiene mucha importancia para la prevención de futuros conflictos y el próximo Día de la Victoria sobre Alemania hitleriana (que se celebra el 9 de mayo en Rusia), que puso fin a la confrontación armada en Europa, es un motivo más para refrescar la memoria y recordar aquellos acontecimientos que terminaron en el conflicto más grande de la historia de la humanidad.

 

 

16
May
24

Los crímenes de Bordaberry . . .

«ESTAMOS VIVOS POR MILAGRO, SIMPLEMENTE PORQUE NO TUVIERON SUERTE”
escribe: Gastón Grisoni

 

El “escuadrón de la muerte” también operó en ciudades del interior del país en los meses previos a las elecciones de 1971 que permitieron el triunfo de Juan María Bordaberry.

 

 

«Me insultaban y calumniaban por medio de chismes de todo tipo, pero me era muy difícil imaginar que serían capaces de asesinarme a mí y a mi familia. No les deseo un solo momento del terror de esa noche, pero que el pueblo sepa quiénes son los criminales, que el pueblo los conozca».

Estas fueron las palabras de la profesora María Julia Listur publicadas en el semanario Marcha, nro. 1567, tras el atentado contra su casa y la de su familia el sábado 23 de octubre de 1971, en horas de la madrugada. Tres bombas, algo inusual, aún en aquellos momentos de permanentes atentados de los escuadrones parapoliciales, de alto poder explosivo, fueron arrojadas contra una puerta y una ventana de su casa, cuando María Julia, su esposo y dos de sus pequeños hijos (Laura y Rufo) se encontraban dentro de ella.

Según testimonios de la época, las vibraciones de esas bombas hicieron estallar los vidrios de muchas casas a la redonda, lo que señala la potencia que tuvo el atentado.

Esto ocurrió en Santa Lucía, una pequeña localidad en el departamento de Canelones, dos meses antes de las elecciones que permitieron que Juan María Bordaberry, el caballo del comisario, el continuismo de Jorge Pacheco Areco, resultara electo presidente en 1971.

Esta historia, como tantas que sucedieron, es una prueba más de la persecución política de la época, previa a la dictadura y al terrorismo de Estado a ciudadanos y ciudadanas comunes.

El atentado fue reivindicado por el Comando Cobra, una ramificación canaria del Escuadrón de la Muerte que ya operaba en Montevideo. Desde el 13 de junio de 1968, momento en que Jorge Pacheco Areco implantó las Medidas Prontas de Seguridad, un instituto de aplicación transitoria que otorga potestades cuasi ilimitadas al Poder Ejecutivo, Uruguay había comenzado a transitar un lento camino de retroceso institucional que enterraba las viejas tradiciones batllistas.

Uruguay se sometía a las imposiciones económicas del Fondo Monetario Internacional(FMI) y sus consecuencias económicas y sociales sublevaban a la inmensa mayoría de la población que expresaba en las calles su descontento.

Se cercenó la libertad de prensa, se cerraron medios de prensa, se prohibió la libertad sindical, se militarizaron miles de trabajadores, públicos y privados, se intervino la

Enseñanza Secundaria, se congelaron los salarios, se acabaron las negociaciones tripartitas, se desencadenó masivamente la represión, mataron estudiantes en las calles, surgió el accionar del Escuadrón de la Muerte, operando primero en la capital.

Eran tiempos difíciles, de democracia, pero donde los ciudadanos eran perseguidos y violentados de diversas formas, también en el interior profundo, por pensar diferente, por ser defensores y defensoras de la libertad y la democracia.

Estas eran señales del camino trazado para dar el golpe de Estado en junio de 1973. A los días del brutal atentado contra su casa, María Julia Listur y su esposo (ya fallecido) fueron detenidos por las Fuerzas Armadas y torturados, durante semanas, en el Cuartel de San Ramón, meses antes, incluso, de que se declarara el Estado de Guerra interno.

La Profa. María Julia Listur es una auténtica sobreviviente del terrorismo de Estado y una luchadora implacable por la Memoria y la Justicia.

Este jueves 16 de mayo, en el Mes de la Memoria, la Intendencia de Canelones homenajea a María Julia Listur y su trayectoria en la promoción de las normas de DDHH.

Un homenaje bien merecido.

Gastón Grisoni es Presidente de CRySOL pero sus opiniones no reflejan ni comprometen, necesariamente, al colectivo como tal.

Foto: De la época luego del atentado en la casa de María Julia Listur




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