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Ago
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uruguay … por qué votar al FA

 

Uruguay: los dos bloques

 

escribe: Esteban Valenti (*) periodista, director de BITACORA

Durante mucho tiempo la izquierda en Uruguay habló, teorizó, elaboró sobre el bloque político y social de los cambios. La acumulación de fuerzas como concepto, estuvo siempre asociada a esa idea central de avanzar con un conjunto de sectores sociales y políticos que pudieran acceder al gobierno nacional e impulsar cambios progresistas estructurales.

Había definiciones básicas sobre su composición y otras más polémicas. Estaba claro que ese bloque lo integraban los trabajadores, de la ciudad y el campo, de la actividad privada y pública, las capas medias (profesionales, docentes, investigadores, intelectuales), los productores en particular los pequeños productores del campo y allí comenzaba la zona gris y disputada. ¿Los empresarios, tenían cabida en ese bloque, en qué medida y de que tamaño? Nos referimos a una definición más clásica, la burguesía nacional, urbana y rural. ¿La llamada pequeña burguesía tradicional, es decir los micro, pequeños empresarios cuál era su rol y su participación? ¿Y los sectores marginados, excluidos?

En épocas electorales, nadie se mete con esos temas, porque en realidad valen todos los votos, no se trata de excluir a nadie, al contrario todos valemos un voto, todos contamos en el escrutinio, pero son preguntas que hoy refieren también al otro bloque, que también es difuso y complejo, el de las fuerzas conservadoras en un sentido y, cambiadoras en el otro porque quisieran modificar las políticas de los gobiernos progresistas en aspectos muy importantes. Aunque no lo digan expresamente, porque también ellos están en campaña electoral.

En 9 años de gobierno, el perfil del bloque social y político de los cambios se ha hecho más complejo y más lleno de matices, no alcanza con las definiciones genéricas y sociológicas, hace falta una mirada más profunda y sobre todo más política. Es claro que hay un núcleo fundamental para avanzar en los cambios: los trabajadores dispuestos a cambiar y asumir ese rol y las capas medias sobre todo intelectuales. No hay cambios sin una masa crítica de ideas, de aportes intelectuales que pueden venir de diversos ámbitos, pero que nunca pueden prescindir de la academia y de los que trabajan con ideas. El desprecio por ese sector de la sociedad, sería un suicidio para la izquierda, no por sus votos, sino por sus cabezas, sensibilidades y por sus capacidades.

Hemos aprendido que además de la batalla económica y social por mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la gente, por disminuir la desigualdad, por construir un país con igualdad de oportunidades (nos falta mucho), por ofrecer servicios sociales de mucha mejor calidad, hay algo insustituible y es la batalla cultural por los cambios. No todo se puede arreglar con plata, con recursos, es más, hay cosas que solo la plata puede deformar y postergar. Hace falta la batalla concreta, constante por las ideas, es decir por una cultura progresista con nuevas sensibilidades y obligaciones. Otro grave error es limitar la batalla cultural progresista a los derechos. No hay nuevos y más amplios derechos sin una sociedad que en la convivencia, en las relaciones humanas y sociales, en el trabajo no asume nuevas obligaciones.

En ese bloque de los cambios, sin el aporte de sectores dinámicos del empresariado nacional en todos sus tamaños, de la ciudad y del campo no hubiéramos avanzado ni consolidado los cambios productivos que nos permiten hoy, proponernos nuevas metas mucho más ambiciosas. Sin los docentes, los investigadores, profesionales no podemos avanzar.

Hay un sector al que la izquierda no le brinda suficiente atención, los cooperativistas en sus más diversas formas y dimensiones. Es una forma asociativa que contiene elementos muy importantes del progreso social y del compromiso. No se trata solo de los aspectos impositivos, debemos atender el proceso de fondo, el de la cultura del cooperativismo.

Los marginados que en el Uruguay alcanzaron en la larga crisis del año 1999 al 2002 niveles muy elevados y que en los menores de 18 años, nos colocó en el triste privilegio de ser el país de la región con el más rápido, diríamos violento crecimiento de todos los países, hasta precipitarnos en el 60% de los menores de 18 años nacidos o viviendo en la pobreza y es un tema ideológico y político de mucha importancia. No se puede responder solo con sensibilidad social, con planes sociales, con los enormes esfuerzos que se han hecho y se hacen para incorporarlos al mundo del trabajo, a la educación y la salud, hay interrogantes más profundas que nos cuesta formularnos ¿Sacarlos de la pobreza o de la indigencia es solo o fundamentalmente un tema económico, de ingresos?

En un próximo gobierno progresista ¿no debería encararse una acción coordinada y conjunta desde muy diversos ámbitos (vivienda, educación, salud, cultura, planes sociales y territoriales y elaboraciones académicas) sobre este tema nodular para el futuro nacional.

Los bloques que se enfrentan en el Uruguay, tienen diferencias notorias, pero han resuelto algunos elementos de avance histórico que hay que valorar. La abrumadora mayoría, tanto a nivel social como político somos fuerzas democráticas, que con grados diferentes en cuanto a los derechos, no tienen en su programa explícito u oculto objetivos totalitarios. Es un gran avance al periodo previo a la dictadura, tanto en la derecha como en la izquierda.

Eso no puede ocultar que en cuanto a los temas económicos, productivos, sociales, educativos, culturales tenemos visiones diferentes. Y que dentro de cada uno de los bloques, el progresista y el conservador hay también diferencias y matices. En las elecciones internas se consolidó el predominio de los sectores más de derecha del bloque conservador y tradicional. Los sectores que se referenciaban en el wilsonismo y el batllismo fueron derrotados en ambos partidos.

En el Frente Amplio hay un debate subyacente o explícito en algunos momentos, sobre cuál es la orientación principal o con mayor peso político, porque hay sectores muy heterogéneos. Las elecciones de octubre servirán para precisar mucho mejor el mapa, no solo por los votos, sino por las posiciones de cada sector. No hay duda que ese será un tema de definición fundamental en las próximas elecciones.

A nivel social hay una confirmación clara, luego de estos 9 años, hay sectores que han obtenido importantes beneficios económicos del crecimiento del país, de su producción, de su consumo, de las nuevas necesidades de los uruguayos, pero que votan con un profundo sentido ideológico.

Votan por blancos y colorados porque siguen considerando que esos partidos los representan. Además de las tradiciones que en el Uruguay siguen teniendo su importancia, hay factores de clase y de ideología en la integración de cada bloque. No son lineales y simplonas, pero las grandes tendencias existen.

Como no es cierto que la inmensa mayoría de los trabajadores y la gente humilde vota a la izquierda, la cosa es mucho más matizada y compleja, es cierto que la mayoría de los sectores poderosos de nuestro país votan a blancos y colorados aunque muchos tengan conciencia de que la responsabilidad en la decadencia nacional que nos llevó a la gran crisis fue importante. La comentan, la mastican, pero en definitiva la justifican en el discurso de los males externos.

El discurso del viento de cola, no sirve solo para tratar de explicar los grandes logros de la izquierda por parte de este núcleo duro del bloque conservador, sino para explicar sus propios fracasos.

El programa del Frente Amplio, no es solo una mediación entre los diversos sectores de la izquierda, es mucho más importante es una plataforma que intenta representar los intereses, las sensibilidades, los sueños de grandes mayorías nacionales, cuyo centro es el bloque de los cambios, los cambios progresistas. Por eso cuando elegimos ese terreno para disputas por imagen y poder, cometemos graves errores.

El Proyecto Nacional que construyó la izquierda desde el punto de vista material, productivo, económico, pero también inmaterial, anímico, cultural, con una nueva confianza en el destino, el futuro del país, es un aporte fundamental del bloque progresista que debe renovarse en forma permanente.

El eje de la estrategia de la derecha es precisamente desdibujar las fronteras entre los bloques, pintar un país idílico, por la positiva, donde sin antecedentes, sin ideología, sin intereses sociales y visiones culturales nos disputamos el gobierno a los sombrerazos. Lo peor de todo es que es falso de toda falsedad, se hable de economía, de políticas sociales, de educación, de seguridad, de derechos humanos, de baja de la edad de imputabilidad, de derechos, de todas las cosas importantes.

La acumulación de fuerzas, no es una acumulación de votos solamente, y diría, ni principalmente, es una base social, política, cultural e ideal que construye sobre los logros obtenidos nuevos objetivos estratégicos, una nueva plataforma de grandes metas de justicia social, de redistribución de la riqueza de forma sustentable (económicamente y culturalmente), de mayores derechos y obligaciones, de nuevas formas más civilizadas y avanzadas de convivencia. En definitiva de mayor libertad en el más amplio sentido del concepto.

A veces la suma de avances parciales, no alcanza, es necesaria, imprescindible siempre un análisis estratégico con los pies en esta tierra, en este tiempo, en estos portentosos cambios globales. Siempre queda el recurso aplicado por algunos en la izquierda, de parapetarse detrás del malhumor, de las grandes palabras del pasado, de la añoranza que siempre fue más cómoda que proyectar y construir el futuro, todos los días mirando siempre el horizonte inalcanzable.

 


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